La metamorfosis de Ramón Castillo

Nadie podía sospechar el final de esta historia. Ramón Castillo Gaete creció tranquilo entre La Reina y Peñalolén. Fue boy scout. Le gustaba y jugaba al fútbol. Estudió Música en la Umce. Hizo giras con un grupo folclórico. Hasta que un día cambió su apariencia y se obsesionó con la autosanación. Se convenció de que era un ser superior y creó una secta donde él era un líder lleno de privilegios. Sacrificaron a un recién nacido. Y él, convertido en el hombre más buscado de Chile, terminó suicidándose este miércoles en el Cusco. Esta es la bitácora de sus 35 años de vida.




Apareció como flotando. Suspendido de una viga por una cuerda blanca de dos metros, con el nudo amarrado sobre el mentón, la boca abierta y el cuello ladeado levemente hacia su derecha. El hombre más buscado de Chile murió en Perú, en una casa abandonada en la calle Saphi, de Cusco, vestido como si fuera un turista listo para su última expedición. La policía peruana lo encontró el miércoles, a las 11.45, forrado en una parka gris, con guantes, sin documentos en los bolsillos de su jeans y con un gorro cubriéndole parte de ese rostro, contorneado por una barba recortada, que ya había dado vuelta por los noticieros, diarios y la galería de prófugos de la PDI.

Ese hombre colgado, enfrentando la entrada de la pieza y de espaldas a la ventana, era Ramón Castillo Gaete.

Todos lo recuerdan como un niño normal. Una vecina del barrio de Santa Rita con Echenique, en La Reina, dice que Ramón jugaba en el pasaje con los otros niños. Que le gustaba el fútbol. Que nunca vio nada extraño.

Otro amigo, que estuvo con él en el grupo scout Huentrukumelkan, dice que "lo conocí a los 11, cuando uno entra a la tropa. Nos juntábamos los sábados en la Plaza Pucará, en Ñuñoa. Entró como patrullero y llegó a ser subguía. Nos íbamos de campamento, teníamos a los más chicos a cargo, jugábamos a la pelota. También jugábamos tenis en las canchas de La Quintrala y él era bueno. Se notaba que había tenido clases".

Los registros dicen que Ramón Gustavo Castillo Gaete nació el 20 de diciembre de 1977. Era el tercer hijo de Ramón Arquímides, un hombre que tenía un local de artículos electrónicos, y María de la Luz, una secretaria que también enseñó inglés. Tenía dos hermanas mayores. Dice gente que lo conoció que una era una década mayor y que la otra le llevaba tres años. Siempre hubo buena relación entre ellos.

En 1990, después de 27 años de matrimonio, los padres se separaron. El hijo, ese niño demasiado flaco que jugaba a la pelota y que entonces gritaba por Magallanes, porque era el equipo del padre, no perdería el contacto con su progenitor. Los vecinos de Santa Rita recuerdan a Ramón Arquímides volviendo a verlo varios días en la semana y para sus cumpleaños.

-Nunca me habló sobre la separación de sus padres -dice un amigo de patrulla-. Nunca lo manifestó. Yo creo que entrar a scout le sirvió para ahorrarse el tema de estar en la casa donde, tal vez, había peleas entre sus viejos. A él le encantaba ir de campamento. Nos portábamos bien y nos sacábamos buenas notas para que nuestros viejos nos autorizaran.

Los movimientos de Ramón en básica y media son difíciles de seguir. Se habla de que hizo sus primeros años en el Teresiano Enrique de Ossó, pero allá niegan que haya pasado por sus salas. Sí hay registro de él en el Lenka Franulic, de Ñuñoa, donde completó de sexto a octavo básico. En primero medio llegó al Alexander Fleming, de Las Condes. Un antiguo compañero recuerda que Castillo puede haber entrado al primero medio H, pero que repitió. "Repetir no lo afectó -dice-. El sabía que no era un huevón de puros sietes, pero sabía que si estudiaba podía pasar de curso tranquilamente".

Un compañero de scout cuenta que Ramón era "un cabro pelusón, agrandado. Fumaba a los 13 años. A esa edad nos íbamos en micro desde mi casa, en Las Condes, a Independencia para ver los partidos de la "U" en Santa Laura. El no era de ese equipo, pero con el tiempo se fue convirtiendo. Igual era raro, en ese tiempo al menos, que dos cabros anduvieran solos en el estadio". Quienes entraron a la pieza de Ramón en esa época no se acuerdan de nada fuera de lo común. Sólo dibujos que él mismo hacía y fotos de su familia.

Según consta en el Ministerio de Educación, la enseñanza media la terminaría recién a los 20 años, en 1997, en el establecimiento Fundación Duoc, en Santiago Centro.

Un año después, Ramón, su madre y su hermana menor se fueron a vivir al Pasaje Volcán Llaima, de Peñalolén. Cuenta un amigo que, en algún minuto, María de la Luz perdió su trabajo. No sabe si por despido o enfermedad. Pero que en ese mismo minuto Ramón empezó a trabajar para aportar y juntar plata para sus estudios. Antes de dar la PAA por tercera vez y matricularse en Bachillerato en Música de la Umce, Ramón cantaba con un charango arriba de micros o en plazas, vendía tarjetas de Navidad con los scouts y trabajaba como junior.

Lo dejó todo y nadie supo explicarlo. Después de cuatro años en la Umce, con un promedio de 5,73, habiendo aprobado 39 ramos y necesitando 32 para egresar, Ramón Castillo desapareció. Había entrado en 2001 a Bachillerato en Música y luego, en 2003, se cambió a Pedagogía en Música. Había completado ramos sobresalientes, como Expresión Corporal, donde promedió un 7, y otros no tanto, como Sicología del Desarrollo, que terminó con 4,3.

Jorge Montero, hoy secretario académico, le hizo clases de flauta. Dice que no era un mal alumno y tampoco un mal instrumentista. Domingo Pavez, director de la carrera, lo recuerda tocando clarinete en el patio. Cuenta que era un alumno flaco que hablaba en clases y que nunca mostró interés especial por temas espirituales. Que se vestía con ropa de tipo andino. Que en clases era normal verlo con bufandas que adornaban sus camisas coloridas.

Ramón, según un amigo, recogió la música andina porque era la que sonaba durante los primeros años de democracia en Peñalolén. Se decía un tipo de izquierda, pero no militante.

-Hasta como los 20, 21, iba a los carretes, a los cumpleaños -cuenta el mismo amigo-. Pero después dejó todos los vicios. Dejó de fumar, no consumió más alcohol. Marihuana tampoco. Tiene que haber sido porque como era músico, ocupaba mucho la caja torácica. Porque hacía vientos: zampoña, quena, clarinete, saxo.

Ramón Castillo estudiaba Pedagogía, pero sabía que nunca llegaría a la graduación. Un cercano lo escucho decir: "Yo no me voy a titular, porque no voy a ejercer como profesor de música. Yo siento la música de otra manera. Pero voy a terminar la carrera".

La última vez que se matriculó fue el 23 de enero de 2004. Aprobó asignaturas hasta el segundo semestre y el 2005 desertó. En la Umce, antes de que su rostro diera vueltas por el país, su nombre quedó archivado como parte de una estadística de su escuela. Dice el director Pavez que uno de cada 40 alumnos se va sin avisar.

Presumiblemente, una de las razones que pueden explicar la conducta de Castillo está en que, desde 2003, formaba parte del grupo de música andina Amaru. Con ellos realizó una gira por Macao y Beijing, a finales de 2006. Al regreso, los otros miembros decidieron sacarlo del grupo. En notas de prensa, algunos miembros han explicado que tenía un carácter complicado y que, al contrario de lo que se especula, ninguno vio que él haya vivido allá una situación mística. Sólo que le llamaron la atención la medicina china y los instrumentos de allá.

De hecho, se trajo uno.

En la foto que abre este artículo, Castillo aparece con una túnica blanca, rapado y con barba frondosa. Ahí sujeta un hu lu si de color rojo, que es un instrumento original de la provincia de Yunnan, al sur de China, que logra un sonido muy puro, parecido al clarinete.

Un amigo que lo vio a su regreso lo recuerda flaco, barbón, practicando yoga. "En febrero de 2007 fuimos a una tocata al aire libre en nuestro ex barrio. Ramón se subió al escenario y tocó su instrumento. La gente quedó maravillada. Me sorprendió cómo lo dominó, pese al poco tiempo de uso. El tiene que haber vivido una experiencia personal en China que lo marcó para el resto de su vida".

Poco tiempo después, Ramón empezaría a llamarse "Antares".

Patricio Rosas no lo vio venir. Estaba en las dependencias de la Bipe, el jueves de la semana pasada, tomándole declaración a Natalia Guerra por una investigación de tráfico de ayahuasca que Rosas, fiscal de la Zona Metropolitana Sur, seguía desde fines del 2012. Mientras le preguntaba por las actividades de la secta, su relación con los traficantes y el abastecimiento, Guerra dijo: "Maté a mi hijo". Una frase seca y voluntaria que abrió una historia escabrosa.

La primera denuncia del caso que tomaría Rosas, dice Miguel Ampuero, subprefecto de la PDI, "se realiza a comienzos de enero y es el familiar de una integrante de esta secta de sanación la que se acerca a nosotros, porque una persona que se había retirado le comunica los hechos que ocurrían al interior de ella. Esta persona viene a la PDI a consultar qué se puede hacer. Se hicieron indagatorias, se pidió la ayuda de familiares y comenzamos, a sabiendas de que una de las integrantes de la secta estaba embarazada. Se informa a la Fiscalía Metropolitana Regional Sur y se comienza a investigar".

Así se estableció que existía una secta, iniciada en 2009, con 12 integrantes en un principio. El líder funcionaba como un dios supremo y eso hacía que muchos desertaran, porque no le creían. El nombre de este líder, al que obligatoriamente había que llamar "Antares de la Luz", era Ramón Castillo Gaete.

La mecánica de este cambio, en que un profesor de música pasa a convertirse en una suerte de profeta, aún es incierta. Pero sí existen dos antecedentes. Gonzalo Torrealba, sicólogo forense de la PDI, da uno:

"Castillo antiguamente era partícipe de estos grupos de autosanación. Va a uno de estos seminarios, alrededor del 2008, cerca de Villarrica. Ahí no está de acuerdo con lo que le dice el líder, lo encara, se levanta y lo siguen cuatro personas, quienes luego se desilusionan, porque se autodenominaba Dios".

El otro antecedente es parte de los recuerdos de un amigo de su época scout:

"En abril de 2009 me fui de vacaciones un mes a Perú. Ahí estuve con Ramón en su casa en Calca. Era un lugar retirado, hacia el cerro, con dos piezas y un baño. Vivía solo. Estaba rapado, con barba. En ese tiempo no estaba haciendo seminarios, pero ya andaba con la idea de la autosanación. Sólo comía verduras y frutas, estaba muy flaco. Tenía dos perros, que se llamaban Nahuel y Osiris. Se movía a todos lados con ellos. Cuando fui a verlo me decía que venía volviendo de la selva tras varios meses".

Según los registros de la policía cusqueña, y los antecedentes de la Fiscalía Sur, Castillo aparece con 10 entradas en total a Perú. Rosas estima que viajaba trimestralmente para comprar ayahuasca en Cusco, Calca y Ollantaytambo, que internaba, presumiblemente, dentro de equipaje e instrumentos musicales por vía terrestre.

Ya en 2011, según cuentan amigos, Pablo Undurraga (30) empezó a tomarse muy en serio que el mundo terminaría en diciembre del año siguiente. Pero dicen que él -pese a su propensión a las depresiones- estaba tranquilo, porque había conocido a "un ser de luz" que lo iba a salvar. Por eso empezó a articular un grupo entre su red más próxima. En el Colegio Manquehue, Undurraga era compañero de David Pastén, con quien tenía una banda. Lo recluta. Igual que a Natalia Guerra, que era entonces su pareja, y Carolina Vargas. Natalia introduce a su amiga María del Pilar Alvarez que, a su vez, era novia de Pastén. Luego se sumaron Karla Franchy, Josefina López y otros.

El subprefecto Ampuero explica que "los integrantes eran todos profesionales, gente de clase media alta. Todos tenían recursos y trabajaban para el líder. Le daban como un diezmo. Establecimos que una sola persona le pasaba dos millones mensuales en el último tiempo, porque pensaba que su hijo había tenido una mejora en su comportamiento. "Antares" los preparó para mentirles a sus familiares. Mostraban una cara bonita y los padres decían que les estaba haciendo bien el taller de autosanación. Y era todo mentira. El los preparaba en el consumo de ayahuasca, para que se comportaran así y no levantaran sospechas. El hizo en dos o tres oportunidades asados con los familiares".

Para reunir fondos, Ramón Castillo y sus seguidores -que, según el sicólogo Gonzalo Torrealba, eran "personas sugestionables, vulnerables, que necesitaban un sentido de pertenencia"- hacían talleres de autoyuda. Estos se realizaban en el lugar donde estuvieran viviendo, para entre 15 y 30 personas. Siempre en parcelas rurales que arrendaban por un año en sitios como Puente Alto, Zapallar, Quintero, Mantagua, Olmué, Los Andes o el Valle de Elqui. En estas casas, Castillo siempre dormía en la mejor pieza y pedía que hubiera jacuzzi.

Todos los miembros de la secta trabajaban en los seminarios de autosanación, que duraban un fin de semana. Había comida, sitios para descansar y ellos mismos iban a buscar a los asistentes hasta las casas. Castillo, en su papel de líder, no hacía nada más allá que dirigir el proceso con ejercicios de yoga.

Para postular, además del pago, había que mandar una foto mostrando los ojos. Con ella, Castillo podía decidir si se trataba de seres puros o impuros. A cada asistente seleccionado se le entregaba un librito anillado de 29 páginas y se le prometía que se podía seguir a un nivel mayor. A tal nivel llegó su éxito, que a mediados de noviembre de 2011 realizaron un curso en Buenos Aires.

A.M., que fue a dos seminarios, recuerda que "la primera vez que vi a 'Antares', con esa barba, pensé: 'Este gallo sabe algo'. Te habla pacíficamente, hace artesanía, toca la flauta, juega con su perro. Lo ves casi como Jesús. Todo el tiempo habla sobre no hacer daño, vivir en armonía, relajarse y rechazar las drogas".

Ese discurso atrajo también a familiares de los miembros de la secta, que iban a las reuniones, contentos de que sus hijos salieran de procesos depresivos o de drogadicción. Había contacto entre todos. La madre de Undurraga, por ejemplo, conocía a la madre de Karla Franchy. No sabían que luego, a solas con su círculo íntimo, Castillo no dudaba en hacer ritos con ingesta abundante de ayahuasca.

El líder, tanto en privado como en público, se preocupaba de que nunca dejaran de percibirlo como un ser superior. A.M. dice que "'Antares' nunca nos dijo su nombre. Dijo que 'Antares' es el nombre de su ser de luz y que él era 'Antares' no más. Que su nombre antiguo ya no lo podía pronunciar. Tampoco le podías dar la mano ni abrazarlo".

Una vez, en 2010, un amigo de la infancia fue a uno de estos seminarios. Fue en Olmué. Así lo recuerda: "Antes de empezar, se me acercó Pablo Undurraga. Me pidió, por favor, que mantuviera una distancia, porque estábamos en un contexto donde a Ramón lo veían como una persona que los estaba guiando, como a un maestro. Entonces, me pidió no decir que alguna vez habíamos carreteado, que tomábamos copete. Yo era el único ahí que había sido amigo de él. Los demás eran personas que iban reclutando en el camino. En un break nos juntamos con Ramón y hablamos. Le pregunté por los seminarios. Me dijo que eran cada tres, cuatro meses. Me dijo que la gente lo quería seguir".

Había reglas en la casa de 'Antares'. Las mujeres sólo podían tener sexo con él y estaba prohibido masturbarse. Las rutinas, explica el sicólogo Gonzalo Torrealba, eran brutales: "'Antares' podía despertar un día y decirle a Undurraga que amaneció con carga negativa. Eso significaba que una de las mujeres tenía que hacerle sexo oral y, para lograr la limpieza, ella debía tragarse el semen. Después, las apartaba de su vista. El proceso continuaba con cinco días de aislamiento, donde eran rapadas y depiladas. Si estaban menstruando, tampoco podían acercarse".

Las malas vibras podían despertar su ira. Si Castillo las detectaba en uno de sus seguidores, ordenaba 45 golpes de varilla. Si lloraban, los golpeaba tres veces más. Todos tenían que mirar. La propia fiscalía se sorprendió al ver que varios miembros de la secta, que fijó su último domicilio en Colliguay, llegaron a declarar con marcas en manos y espalda.

En palabras del sicólogo forense de la PDI: "'Antares' tenía una personalidad narcisa del tipo maligno, una persona con capacidad de seducir, con alto nivel de persuasión, muy manipulador y que busca victimizarse con la gente, porque a través de eso los seducía".

El giro a macabro comenzó a desarrollarse en marzo del año pasado, cuando Natalia Guerra dio positivo en un test de embarazo. Castillo vivía en el Valle del Elqui y lo escuchó de ella. Para que la familia de la joven no se enterara, arrendó una casa en Los Andes y la ocultó allí. Carolina Vargas y Karla Franchy estaban a cargo de su custodia. Natalia, en el léxico que repetían los seguidores de 'Antares', portaba el anticristo en su vientre. La razón, explica Gonzalo Torrealba, es que 'Antares' calculaba los días para tener relaciones sexuales sin preservativo. Y como sus cálculos fallaron, el niño que crecía dentro de Natalia simbolizaba una amenaza. Torrealba también dice que ya había nombre para la criatura. Se llamaría Jesús.

Natalia le dijo a su familia que estaba viajando, haciendo la ruta del Che Guevara por Sudamérica. Y les mandaba fotos: pequeños retratos adulterados digitalmente, que la mostraban en lugares en los que nunca estuvo. Su hijo habría nacido en la Clínica de Reñaca, el 21 de noviembre, a las 6.40. Nunca llegó a ser inscrito en el Registro Civil. Después del parto, Guerra, Franchy y Vargas se fueron a Quintero y luego a Colliguay, donde el niño tendría que morir.

El ritual, dice el subprefecto Ampuero, "comienza con unos perros en una parcela en Mantagua. Había cinco perritos, cuatro de ellos negros. Castillo dio la orden de matar a los perros negros porque le quitaban las vibras. Sólo dejó el blanco".

-Ese día, según lo que sabemos, 'Antares' estaba al lado de la excavación donde estaba la hoguera -dice Torrealba-. A la guagua le ponen un pañuelo dentro de la boca y la tapan con un scotch. La ponen sobre una tabla y 'Antares' la da vuelta sobre el fuego. Pablo con Natalia estaban presentes. El resto estaba abajo y sabía lo que pasaba. Pablo y Natalia sollozaban. Describen un fuerte olor a piel quemada. Luego, 'Antares' le pide a Pablo buscar ramas para avivar el fuego, que estuvo encendido un par de horas. Luego llama a David Pastén y le pide que traiga unos baldes con el vómito producido por la ayahuasca y que lo vierta sobre la fosa para apagar el fuego. El vómito se guardaba, porque era parte del ego del que se había desprendido.

Los días siguientes tomaron ayahuasca esperando el fin del mundo, que no llegó. 'Antares' dijo que nada había sucedido porque habían quemado al anticristo. Y Pablo, al ver el mundo que seguía ahí, dijo "qué fome".

Castillo lo golpeó 56 veces.

Después la secta se desmembró.

Castillo viajó a Cusco el 19 de febrero, buscando ayahuasca, y allá se enteró de que lo estaban investigando. El martes pasado, delgado y sin dinero, fue a comprar un pasaje en bus para salir de la ciudad. Dicen que allá lo reconocieron y que arrancó antes de que llegara la policía. En la noche llegó a una casa abandonada cerca de la Plaza de Armas. Subió al segundo piso, amarró una soga a su cuello y la sujetó de una de viga. En su espalda llevaba una mochila Naútica con cuatro ladrillos adentro. En la madrugada, Ramón Castillo Gaete se lanzó al vacío. Murió por asfixia, congelando su vida en una última mueca de agonía.

Dice el fiscal Rosas que cuando se enteró, no pudo evitar acordarse del origen de la palabra 'ayahuasca'. Porque ese nombre, en quechua, significa "la soga de la muerte".

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