La vida dentro de la cárcel feliz

En Isla de Pascua está la prisión más tranquila del país. Nadie quiere fugarse, ni tiene dónde hacerlo. Los gendarmes comparten asados y ven televisión con los internos, mientras que éstos venden sus propias piezas de artesanía directamente a los turistas. Algunos pueden ganar millones de pesos.




Como toda pareja que visita la isla por primera vez, Jaime Lizana y Alicia Rebolledo querían llevarse algún recuerdo. Cotizaron en diversos locales de artesanía antes de escuchar el “dato” de boca de otros turistas. Siguiendo sus instrucciones, manejaron hasta un costado del aeropuerto Mataveri, fuera del circuito turístico, donde se encuentra la comisaría. Luego caminaron por una calle lateral hasta hallar un letrero de madera enterrado en el suelo, que estaba siendo devorado por la maleza. “Complejo Penitenciario de Isla de Pascua”, se alcanzaba a leer. Era el lugar que buscaban.

Para entrar al recinto, el matrimonio atravesó un viejo torniquete de metal que dio paso a un sendero rodeado de palmeras. A ambos costados vieron las casas de los carabineros y gendarmes que cumplen su servicio temporal en la isla. Sólo se escuchaba el vuelo de las moscas y voces lejanas de niños que jugaban en algún lugar. Sin cruzar siquiera un control de seguridad, llegaron hasta la reja que marcaba el ingreso a la cárcel de Isla de Pascua. Adentro se encontraron con una feria artesanal en toda regla: un corredor con mesones largos a cada lado y piezas de artesanía de diferentes tamaños colgadas de todas partes.

Un interno cruzó la puerta desde el patio de reclusión para atenderlos. Usaba un gorro de Juventus con el número 23 de Arturo Vidal. Era Claudio Pérez, un carpintero originario de Puerto Montt. Llevaba casi tres años en la isla y había pasado los últimos seis meses en prisión preventiva aprendiendo la artesanía tradicional de la isla en el taller de la unidad penal. Les explicó el significado de un par de objetos y les vendió un ao, un bastón de mando tradicional con forma de remo que, aseguraba, servía como “bendición para el hogar”. Alicia Rebolledo también se llevó un collar hecho a mano de cinco mil pesos.

Fueron los últimos clientes del día. Después de dejarlos anotados en el libro de registro, los gendarmes les mostraron la salida para cerrar el acceso al público, alrededor de las 16 horas. “Está por lo menos un 30% más barato que en otros lugares de la isla y uno se asegura que sean auténticos, porque se venden muchas cosas hechas en China. También es bonito darle un empujón a la gente que está motivada por salir adelante. Uno viene acá para ayudar”, comentó Alicia Rebolledo al salir.

A Claudio Pérez, esta ayuda le ha servido para mirar su futuro con optimismo. Estando preso ha llegado a ganar cerca de $ 800.000 en sus mejores días. Este nivel de utilidades le ha permitido ahorrar cerca de $ 10 millones para su regreso al continente. En 15 días más, será libre y tendrá que dejar Rapa Nui para cumplir con la restricción de acercamiento decretada por el juez. Pérez no tiene problemas, sólo quiere irse.

Me aburrí de la isla -reconoce.

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El cuchillo que está encima de la mesa es largo y afilado. Debe ser así para tallar eficazmente la madera. Ninguno de los compañeros de celda con los que Claudio Pérez mira la televisión parece estar incómodo alrededor de su herramienta de trabajo.

-¿Has visto cuchillos así en una cárcel de Santiago? -pregunta Hernán Muñoz (64), alias “Lechuga”, con un dejo de picardía. En el pequeño penal de Isla de Pascua, los ocho reos mantienen buenas relaciones entre sí y con los gendarmes, por lo que nadie se preocupa de que potenciales armas blancas circulen por la unidad.

Pese a su mala iluminación, el calabozo cuenta con varios privilegios respecto de otros penales del país. Posee un baño amplio, un camarote a cada lado y está equipado con una pequeña despensa, un hervidor, una parrilla eléctrica, un televisor con un DVD y una colección de más de 200 películas. La muralla está llena de dibujos y de números de teléfono de quienes pasaron antes. En medio de unas grietas, alguien dejó una bandera chilena en miniatura.

Pérez y Muñoz invitan a acompañarlos a tomar once mientras ven un programa de turismo del actor Francisco Melo, en TVN. La antena de la TV es enorme, pero la recepción igual es mala. Junto a ellos está Pedro Ruiz (73), el reo más viejo del lugar, quien prefiere guardar silencio, al igual que otro interno que tose desde su litera y que sólo interviene para molestar al “Lechuga”. Unos instantes después, el único gendarme de turno, Yonathan Araki, se une delante de la pantalla. Este ha estado trabajando aquí desde que Gendarmería asumió el control de la prisión en 2005. Antes de esa fecha, estaba a cargo de Carabineros, y el estilo de encierro era derechamente abierto. Entonces, los presos salían caminando del recinto cuando quisieran.

-Aquí se trabaja a base de confianza -dice Araki-. Los mismos funcionarios respetamos para que nos respeten. Sabemos que cada uno está pagando su condoro.

Nosotros queremos estar como en una cárcel de Holanda, donde mandan a los presos a comprar. Salió en la tele -apunta Muñoz.

En esta cárcel, los reos son ordenados. Se reparten las tareas de aseo y se encierran en sus celdas a las 20 horas. Esa buena conducta les permite compartir asados con el equipo de Gendarmería, conformado por 15 efectivos y cuatro civiles que apoyan en labores administrativas. “No tiene sentido fugarse de aquí. No hay dónde ir y, en realidad, nadie quiere irse. Si acá comemos carne todos los días”, comenta  Muñoz.

-Allá en el continente los delincuentes son verdaderos delincuentes. Aquí podemos conversar y echar la talla un rato -responde el gendarme Araki.

En el continente se ha desbandado la delincuencia. No hay solución. Acá se ven delitos no planificados -explica Muñoz, quien lleva viviendo 26 años en Isla de Pascua y está imputado por abuso sexual a una menor. Espera volver a Santiago apenas salga.

Los rasgos de Pérez se tornan sombríos al recordar por qué está en la cárcel. “En 10 minutos te puede quedar la cagá”, anticipa. Dice que simplemente perdió el control. En ese estado llegó a la casa de su ex pareja el 5 de mayo de 2015. Con un atornillador afilado con anterioridad, Pérez intentó apuñalarla y luego agredió a sus familiares. Su antigua mujer quedó con lesiones graves y tuvo que ser derivada a Santiago. Cuando la PDI lo encontró, Pérez estaba intentando ahorcarse, pero alcanzó a ser reanimado. A partir de entonces le dieron 120 días de prisión preventiva. Para su suerte, la mujer sobrevivió y llegó a un acuerdo indemnizatorio con ella. Buena parte del dinero que tendrá que pagarle lo ha ganado como artesano en prisión.

La maldad siempre va a existir dentro de uno, pero hay que ganarle. Ahora tengo que pagar lo que corresponde -cuenta Pérez. Luce genuinamente arrepentido. El gendarme Araki lo consuela planteando la posibilidad de que un varua -espíritu maligno en la tradición local- se haya apoderado de su cuerpo cuando atacó a su ex polola.

Concentrarse en el trabajo artesanal le ha permitido a Pérez alejar la mente del crimen que cometió. “Es como una terapia”, dice.

El cuchillo sigue quieto sobre la mesa. 

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El hombre responsable de enseñarle a Pérez el método para tallar la madera de cipreses, gomeros, avellanos y eucaliptos traídos del continente está trabajando en el pequeño huerto del patio. Se llama José Manuel Tuki, de 52 años, y se dedica a esta actividad desde que tenía cuatro, como lo hizo su padre, Benedicto, y sus siete hermanos. Viste una camisa verde con motivos floreados, pantalones militares, bototos y usa el pelo corto con un bigote blanco. Algunos de sus dientes varían de tono, yendo del amarillo hasta el negro. Fue él quien fundó el taller de artesanía hace 10 años, en una de sus sucesivas estadías en la cárcel por no pagar la pensión de sus hijos. “Tengo autorización de la municipalidad, el Consejo de Ancianos y el Consejo de la Cultura”, aclara de entrada.

Según Tuki, los dueños de locales de artesanía de Hanga Roa quieren destruir el taller, porque envidian su éxito. “Vendo bonito y barato. Yo soy el capo de la isla. Cuando me preguntan cómo aprendí, les digo que fue el padre celestial quien me enseñó. Me considero ingeniero más que artesano, porque aquí hay obra gruesa”, explica. Un cartel a la entrada de su celda -es más bien una pieza- denota lo importante que se siente en su rubro: “Ariki Bompa Tuki, o Te he Pito o Te Henua”, que en castellano podría traducirse como “El rey bomba Tuki de Isla de Pascua”. “Por linaje soy descendiente de reyes. Y mi trabajo es explosivo”, agrega.

Tuki ha estado varias veces preso en la unidad por no pagar la pensión de sus cuatro hijos, pero también trabajaba ahí cuando quedaba en libertad, por su convenio con el municipio para enseñar artesanía a los internos. Sin embargo, en julio de 2014, Tuki fue formalizado como autor de lesiones graves por darle un botellazo en la cabeza a un primo luego de una discusión bajo los efectos del alcohol. Hasta ahora se mantiene en prisión preventiva.

Como su víctima finalmente falleció durante 2015, la fiscalía deberá reformalizarlo como autor de homicidio simple. Tuki espera que su buena conducta lo ayude a salir antes en caso de ser condenado. “Varias de las personas a las que yo he capacitado están trabajando como artesanos afuera y viven de eso. Aquí se aprende, es como sacar un máster”, afirma Tuki, mientras aviva el fuego en la parrilla para calentar unos pedazos de carne.

No es casualidad que Tuki hable de su taller como si fuera una academia. Dentro de la isla, la cárcel también es conocida como “la universidad”, por la firme creencia de que cada preso sale mejor preparado que cuando entró.

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Desde la visita a la cárcel de Isla de Pascua han ocurrido algunos cambios. Claudio Pérez salió en libertad y está de regreso en el continente, por lo que sólo quedan siete internos.

El teniente Cristopher Ibáñez, quien lleva seis meses a cargo del recinto, comenta que está trabajando con la Comisión de Desarrollo de la Isla de Pascua (Codeipa) y el Ministerio de Bienes Nacionales para adquirir un terreno en los alrededores de la comisaría, pues actualmente ocupan un terreno entregado en comodato por Carabineros. Su deseo es aumentar de 35 a 50 la capacidad del penal en el nuevo recinto. Este podría ser inaugurado durante este nuevo año.

Adentro, José Manuel Tuki y Hernán “Lechuga” Muñoz siguen con su serena rutina. Muñoz ha estado en otras cárceles del continente y se sabe afortunado, pero pese a todo, añora tener el control de su vida, salir de noche y “tomarse un par de cajas de vino”.

Aunque la cárcel tenga lujos, no deja de ser una cárcel. La jaula puede ser de oro, pero sigue siendo una jaula. La libertad es lo más hermoso del mundo.

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