Las luces solitarias que alumbran al boxeo chileno
Cuando la actividad parecía muerta, el Club México comenzó a organizar sus propias veladas pugilísticas profesionales. En su quinto año, el espectáculo aún es precario, pero entrega lo que el público quiere: sangre, sudor y lágrimas.
Los puños de Líner Huamán cortan el aire del Salón José Carroza López. Sus pies se mueven frenéticamente encima del parquet, pero con una armonía que asemeja la de un baile. En pocos minutos más estará dentro del ring, dando la pelea más intensa de su corta carrera profesional. Luce concentrado y no aparta la mirada del frente, cumpliendo con una de las reglas básicas para cualquier boxeador que aspire a mantenerse en pie. El rap está a todo volumen y rebota en las murallas del gimnasio.
Cuando el joven peruano de 20 años y 51,8 kilos (Supermosca) se apresta a escuchar las instrucciones de su técnico, Iván Corral, de afuera irrumpe un estruendo. El prometedor púgil osornino Angelo Báez acaba de noquear al argentino Rubén Alberto Cáceres al 1'55'' del primer asalto. La pelea de semifondo ha terminado mucho antes de lo esperado y 500 personas se han levantado, dando gritos de algarabía. Esa bulla es la señal: es hora de salir al cuadrilátero contiguo.
Huamán esta nervioso, a pesar de que ha estudiado a su rival, el dominicano Diego Luis Pichardo. El caribeño es el primero en salir hacia el ring del pequeño recinto, acompañado de un reggaeton. Luego aparece Huamán, el peleador peruano-chileno que se ha ganado el favoritismo. Mientras pisa el cholguán que recubre el piso del gimnasio y enfila hacia la batalla, resuenan vítores y la misma canción de antes. "Cuando hago algo, lo hago a lo grande", dice la letra de su rap favorito: "Black and Yellow", de Wiz Khalifa. La última pelea de la noche está a punto de empezar en el Club México.
CONTRA LAS CUERDAS
Hace dos años que Víctor (prefiere que no se conozca su apellido) trabaja en las veladas del club cuidando los accesos. Siempre lo hace mirando al público, de espaldas al ring, lo que es toda una ventaja, pues no le gusta demasiado el boxeo. "Lo encuentro muy riesgoso, hay algunos que caen como saco de papas, pero la pega es pega", explica. Durante este período ha visto en las tribunas a grandes ídolos de la actividad como Martín Vargas y Carlos Cruzat. El resto de las caras se repite a menudo, con una amplia mayoría de hombres, pero una no despreciable proporción de mujeres. "Debe ser un 70-30", calcula Víctor.
Esta noche es particularmente floja en cuanto a público. Es la 13ª velada del año y el gimnasio está a media capacidad. "Es complicada esta fecha cerca de Navidad, pero tenemos un público cautivo, casi familiar, que junto al aporte de privados nos permite sacar un pequeño excedente", cuenta el secretario general Luis Valenzuela, quien va de un lado a otro dando instrucciones al equipo.
La gente sigue llegando durante las peleas preliminares. Paga su boleto en la taquilla a $ 4.000 para la tribuna y $ 6.000 si prefiere ringside, ambas cifras minúsculas si se comparan con los precios de una pelea como la de Manny Pacquiao y Juan Manuel Márquez, que alcanzó los US$ 1.200 ($ 600.000 chilenos). Adentro, el espectador se encuentra con una multicancha adaptada para las peleas, con los aros de básquetbol y arcos de baby fútbol en los extremos. Debajo de uno de ellos se ubica un improvisado puesto de bebidas y completos. Todo lo que está a la vista cuesta cerca de tres millones en producción. Sin parafernalia, luces, láser o humo, el show se deja ver. "Nosotros sabemos del ring para adentro. Con adornos todo sería más bonito, pero el público se va feliz", asegura Valenzuela.
Este espectáculo ya lleva cinco años, después de tomar la posta de las desaparecidas veladas del Estadio Chile y otros recintos, tan populares hasta principios de los 90. "El boxeo profesional estuvo nocáut y nosotros somos la botella de suero que lo mantiene con vida. Los promotores desaparecieron y no buscaron recambio. Nosotros llenamos ese vacío", insiste el secretario del Club México, que antiguamente sólo era un semillero de pugilistas y no se ocupaba de organizar los combates.
Para el próximo año, que esperan sea el del despegue definitivo, el gran objetivo es traer un título continental y consolidar a una de sus jóvenes figuras como Luis "Animal" Cerda o Miguel "Aguja" González para atraer nuevos auspicios. El protagonista del evento principal de hoy, Líner "Pac-Man" Huamán es otra apuesta grande. Va por su sexta victoria en seis encuentros.
SANGRE Y LAGRIMAS
Termina el cuarto round y Huamán está en problemas. Tiene un corte en la ceja derecha que sangra profusamente producto de un cabezazo involuntario de Pichardo y además está muy igualado en las tarjetas. Su medio hermano, Jhonatan Ramírez Huamán, de 17 años, que acaba de ganar su pelea preliminar, se persigna. En la esquina, su técnico Iván Corral hace de cutman y detiene la hemorragia mientras le grita: "¡Hay que trabajarlo abajo! ¡Hay que quitarle piernas!". Segundos después, la chica en ropa interior se retira con su cartel "5" y el juez Pedro Vargas reanuda la pelea.
"Pac-Man" vuelve al centro del ring y sale a liquidar a su oponente, quien ya ha perdido agilidad por los golpes encajados en el estómago. En sus pantaloncillos están impresas sus dos banderas; la chilena va sobre el lado izquierdo, porque con esa pierna avanza en el cuadrilátero y aquí nació su hijo. A escasos segundos de la campana, la guardia de Pichardo se viene abajo y Huamán lo derriba en su propia esquina. Vargas decreta que ya no puede seguir: nocaut técnico.
El peruano se desploma sobre la lona y la golpea tres veces con sus puños, mientras comienza la trillada, pero aún conmovedora, música de Rocky. Está llorando, al igual que su hermano menor. "Mi reacción fue por lo dura que estuvo la pelea. Se me pegó y me cambió de guardia, lo que me complicó mucho, pero seguí volando", afirma el vencedor, en referencia al significado de su apellido en quechua: "halcón".
Alrededor de las 12.15 de la noche, el público ha regresado a su hogar, al igual que Huamán y los demás luchadores. En el interior, está todo vacío y sólo queda un funcionario barriendo. Los focos siguen encendidos sobre las cuatro esquinas.
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