Lisboa, la nueva Berlín
Hace una década era un secreto a voces pero hoy Lisboa no sólo es la capital de Portugal, sino que se ha convertido en el centro neurálgico de tendencias de todo tipo, diseño de vanguardia y movida cultural en Europa, desplazando a otras ciudades entre los destinos más buscados para visitar o, incluso, para vivir.
El recorrido del clásico tranvía número 28 en Lisboa comienza en el mirador La Gloria y acaba en el cementerio Los Placeres, y es así como el transporte público más utilizado por los turistas para conocer los sitios emblemáticos de la ciudad nos adelanta de una forma casi sublime lo que ofrece la capital de Portugal: gloria y placer para nuestros sentidos en un lugar que se ha sobrepuesto a la grave crisis económica que la llevó a la bancarrota en 2011 y actualmente atrae a artistas, diseñadores y músicos de todo el mundo, sin olvidar el patrimonio clásico que ostenta desde la época de las conquistas ultramarinas, cuando era un imperio.
Recientemente Madonna decidió instalarse en esa ciudad, y ya antes que ella estrellas de cine como John Malkovich, Mónica Bellucci y Michael Fassbender, o el diseñador francés Christian Louboutin, la adoptaron como su segunda residencia.
¿Qué hace que Lisboa esté tan de moda? Los que recién llegan, los que se quedaron y los que vuelven lo explican.
Fado, el alma musical de Lisboa rejuvenece
En una antigua capilla del siglo XVIII, en medio del barrio de Alfama, unas 25 personas comen a la luz de las velas. Son las 10 de la noche y a través de las enormes puertas de madera sólo entra un haz de luz que ilumina las cuerdas de las guitarras portuguesas. Se suma a los músicos un joven cantante de fado, el canto popular urbano de Portugal, y comienza la saudade hecha canción. La atmósfera se carga de bohemia, de noche canalla y de nostalgia.
El episodio de película ocurrió años atrás, el cantante era Antonio Vasco Moraes y aunque el restaurante Mesa de Frades sigue funcionando, él ahora ha incluido otras paradas en sus giras nocturnas. Tiene dónde elegir, ya que en Lisboa existen más de 40 casas de fado con más de 200 artistas residentes, sin contar a los que viajan por el mundo manteniendo viva la tradición que partió entre puertos y marineros y que perpetuó a principios del siglo XX Amália Rodrigues, la gran fadista de todos los tiempos. Anote algunos nombres: Camané, Maritza, Carminho.
La directora del Museo del Fado, Sara Pereira, asegura que se nace siendo fadista, que no es algo que se pueda enseñar. Antonio Vasco Moraes también es autodidacta y lleva cantando desde los 18 años pero sólo cuando llegó a la treintena fue que decidió dedicarse por completo a ello. Antes vivió en Londres y Madrid, donde trabajó como diseñador gráfico, pero siempre quiso volver a Lisboa, una ciudad que describe como amable, segura y con una "luz mágica". Vive en el barrio de Alcántara, una tranquila zona residencial, desde donde se llega fácilmente al centro histórico, y más fácil todavía al río Tejo, por donde Antonio camina casi todos los días.
De un tiempo a esta parte es más común ver a gente joven en los escenarios de Alfama, el barrio más antiguo de la ciudad, los que le están dando nuevos aires a este género tradicional. El entusiasmo ha alcanzado también al público local que llena restaurantes y shows masivos, codo a codo con los turistas. Por eso, muchos consideran que el fado vive hoy su mejor momento.
Cuando la costa es la despensa del chef
Dice la leyenda popular que existen mil y una formas de cocinar el bacalao: asado, a la parrilla, desmigajado, con crema o en ensalada. Este pescado es el principal protagonista de la gastronomía portuguesa. Sin embargo, el menú de este país - hasta ahora fuertemente influenciado por la costa atlántica, y con el aceite, el pan y el vino como invitados obligados- ha ido evolucionando y actualmente existe una oferta gastronómica fusión, con influencias extranjeras debido a una ola de cocineros que han encontrado en esta ciudad un buen lugar para emprender. Diego Muñoz es uno de ellos. Este chef peruano viajó durante 15 años, volvió a Lima donde llevó al restaurante de Gastón Acurio, Astrid & Gastón, al número uno en Latinoamérica y el New York Times lo señaló como uno de los cuatro chefs nómades que hay que seguir. Ahora tiene proyectos en Bali, Copenhague, Miami, Lima y, por supuesto, Lisboa.
A Portugal llegó en 2016 de la mano del chef José Avillez con quien trabajó en El Bulli y de quien es socio en el restaurante Cantina Peruana, que a su vez es parte de un proyecto gastronómico mayor llamado Bairro Avillez en la zona más comercial y antigua de Lisboa, a pocos -pero muy empinados- pasos de la plaza de Comercio en Chiado.
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Diego Muñoz y José Avillez de Cantina Peruana.
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Aunque a fines de los 80 Chiado fue destruido por un violento incendio, en los años siguiente fue recuperado a través de un proyecto a cargo del destacado arquitecto portugués Álvaro Siza Vieira. Ahí se pueden encontrar tiendas antiguas donde solo venden guantes de cuero, librerías de 1732, pequeñas floristerías, cafeterías con amplias terrazas, tranvías de madera y ascensores que suben y bajan por las colinas, todo en un ambiente muy cosmopolita.
Pero en Lisboa no hay que buscar mucho cuando se trata de gastronomía. La ciudad ofrece la posibilidad de comer como los dioses en una simple tasca de barrio a muy buen precio o en sofisticados restaurantes de vanguardia que combinan productos locales y extranjeros.
Del desasosiego de Pessoa a las intermitencias de Saramago
A pesar de tener una prolífica cantera de autores jóvenes (José Luis Peixoto, Gonzalo Tavares, Patricia Portela, Matilde Campilho) no se entiende Lisboa sin José Saramago ni Fernando Pessoa. Del primero dicen que captó el carácter portugués, y del segundo, el alma lisboeta. No en vano la imagen más recurrente de los turistas es una foto junto a la estatua de Pessoa a las afueras del café Brasilia en la plaza de Comercio.
El escritor chileno José Donoso dijo que si alguna vez Lisboa fuese destruida, bastaría con seguir las descripciones de El año de la muerte de Ricardo Reis para volver a reconstruirla piedra a piedra (o azulejo a azulejo) porque en ese libro de Saramago, el único Nobel que tiene ese país, late su espíritu entero.
Por estos días la Fundación Saramago, entidad encargada de velar y transmitir la memoria del escritor, le está dando forma a una Declaración Universal de los Deberes Humanos, un proyecto que nació del discurso que el nobel dio en Estocolmo en 1998, que esperan difundir el próximo año para los 20 años de la entrega del premio.
se texto y una intensa agenda de fomento lector es lo que mantiene ocupado al escritor y periodista Sergio Machado Letria, director de la Fundación junto a la viuda de Saramago, la española Pilar del Río. Atiende a mis preguntas desde su oficina, en un antiguo palacio de 1523 llamado Casa dos Bicos, en la parte más baja del barrio de Alfama, frente al río. La fachada del edificio, revestida de piedras talladas en forma de punta de diamante, los llamados "bicos", es un espectáculo en sí misma y alberga un recorrido íntimo por la obra y vida del autor.
Noviembre es el mes de las letras en Lisboa y cuando se lleva a cabo la Semana del Desasosiego, una fiesta cultural donde se vincula la obra de Pessoa y de Saramago con intervenciones callejeras. Tal como dice Sergio Machado, "Lisboa vive de las letras de estos autores universales".
Arquitectura para nuevos públicos
La ciudad portuguesa se levantó de las ruinas tras el devastador terremoto de 1775, para luego -un par de siglos después- ponerse guapa como Capital Europea de la Cultura en 1994. A partir de eso comenzó a ser rediseñada y remozada, y cuatro años después, la Exposición Universal en 1998 llevó a la apertura de nuevas zonas y un boom inmobiliario que abarcó desde grandes centros comerciales hasta estaciones de trenes diseñadas por el arquitecto Santiago Calatrava y un segundo puente sobre el río Teja.
La gentrificación de zonas que antes eran barrios obreros o de antiguas fábricas ha llevado al desarrollo de nuevos centros urbanos donde se han asentado principalmente jóvenes profesionales y en los que conviven cerrajeros con estudios de diseño, editores independientes con galerías de arte alternativas, carpinteros o barberos tradicionales con cafés de moda. Poço do Bispo es uno de esos barrios. Ubicado a pocos kilómetros al sur de la antigua estación de Apolonia, ahí en un mismo día se puede probar una cerveza artesanal Musa en la Fábrica de Bruno Carillo, conocer el catálogo de libros ilustrados más premiado de Portugal en la editorial Pato Lógico, descubrir las últimas obras de los artistas callejeros Wasted Rita y Vhils en la Galería Underground y terminar el día comiendo comida cantonesa en un restaurante chino alojado en una antigua fábrica de vinos, el Dinastía Tang.
Un paisaje similar se ve en la LX Factory y Lisboa Underground, a los pies del imponente puente 25 de Abril, donde espacios portuarios industriales han sido convertidos en centros de diseño joven y vanguardista. Miguel Silva y su mujer Dora, dos lisboetas de 40 años, por ejemplo, compraron un pequeño departamento en Alfama hace años, antes del boom de Lisboa y ahora se los arriendan a turistas. "Incluso si no lo arrendase, me estoy beneficiando de la búsqueda que existe en el mercado para vivir en estas zonas. Lisboa está de moda no solo para los turistas, también como polo tecnológico y creación de startups", comenta Miguel, ingeniero en telecomunicaciones.
Pero sin duda, el edificio que ha cambiado la postal de la ciudad es el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología, MAAT, inaugurado hace un año en Belem, que tiene una ambiciosa programación internacional en artes visuales, casi dos mil obras contemporáneas 1.700 de 250 artistas portugueses y fue diseñado por la arquitecta británica Amanda Levete. Mientras recorre la exposición del artista Bill Fontana, el director del museo, Pedro Gadanho, cuenta orgulloso que dejó un prominente cargo de curador en el MoMa en Nueva York para liderar este espacio, "que no sólo se limita a la exhibición, sino que busca provocar el debate, la reflexión, el descubrimiento y un diálogo internacional entre quienes lo visiten".
Fundada en una localidad con siete colinas como Roma, y denominada "la ciudad de la luz" como París, Lisboa siempre tuvo características para hacerse notar en las grandes y competitivas ligas del turismo. Si a esto le sumamos el buen clima y su gente amable, la buena calidad de vida, con gastronomía y arte a pie de calle, y un costo de vida bastante por debajo de las otras capitales europeas, se entiende por qué merece ser visitada. Más ahora que está de moda.
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