Llega a Chile la obra de Yayoi Kusama: el arte como salvación mental
La muestra Obsesión infinita reúne pinturas, videos, esculturas e instalaciones de la japonesa desde el 7 de marzo en el CA660.
Era mediados de los años 60 y en pleno Manhattan, una japonesa extravagante protestaba en contra de la Guerra de Vietnam, a través de distintas acciones en las que pintaba con lunares de colores los cuerpos desnudos de voluntarios anónimos, que posaban y bailaban alzando carteles en lugares tan concurridos como el Puente de Brooklyn y Central Park. De a poco, Yayoi Kusama ganaba el respeto de los críticos y las instituciones artísticas. Primero, llamó la atención con una serie de objetos cotidianos como zapatos, escaleras y sillas que cubría con volúmenes fálicos. En 1966 llegó a la Bienal de Venecia con Jardín de Narciso, una instalación en el pabellón italiano donde reunió 1.500 esferas plateadas que comenzó a vender en dos dólares cada una, como crítica a la mercantilización del arte. Dos años después, Kusama aterrizó con sus desnudos en el MoMa con la Gran orgía para despertar a los muertos, al mismo tiempo que abría un taller de cuerpos pintados y un club gay, llamado Kusama Omophile Kompany.
Ella misma interrumpió la mediatización de su éxito. En 1973 y tras vivir una década en Nueva York, la artista volvió a Japón por problemas de salud. Al llegar se internó en el Hospital Seiwa de enfermedades mentales y nunca más salió de allí.
Lo cierto era que tras las temáticas sexuales que inundaban sus obras se escondía una historia de traumas y delirios. "No me gusta el sexo, yo tenía una obsesión con él. Cuando era niña mi padre tenía muchas amantes y mi madre me envió a que los espiara. Desde esos años no quiero tener sexo con nadie", contó Kusama en una entrevista hace años atrás.
La artista que hizo de la repetición su sello estético y que junto a Andy Warhol contribuyó en los 60 a impulsar el pop art, también confesó que desde niña sufrió de alucinaciones. Para Kusama, dibujar puntos se transformó en una forma de borrar sus ansiedades y coser falos en una manera de aplastar sus miedos. "Yo no quiero curar mis problemas mentales, quiero utilizarlos como generadores de arte", dijo en una ocasión.
Hoy, la artista de 85 años aún se alza como una figura imprescindible en el panorama del arte contemporáneo, reconocida por su inagotable creatividad. En su taller, ubicado a pocas cuadras de su residencia en una clínica siquiátrica, Kusama sigue pintando cuadros de formas orgánicas abstractas y presenciando desde lejos sus exposiciones alrededor del mundo.
En 2012, una retrospectiva en la Tate Gallery la puso de nuevo en escena, al reunir con éxito obras de toda su carrera. Ahora el privilegio lo tiene Chile: desde el 7 de marzo hasta el 7 de junio, el Centro de las Artes (CA) 660 acoge Yayoi Kusama: obsesión infinita, muestra itinerante que es organizada por el Instituto Tomie Ohtake y que ya se presentó en Brasil, Argentina y México.
Serán más de 100 piezas, entre papeles, pinturas, esculturas, videos y complejas instalaciones que reflejan y condensan todas las obsesiones de la artista. "Más de dos millones de personas han visitado la exposición en Latinoamérica, rompiendo varios récords, por lo que esperamos que acá ocurra lo mismo. Kusama no sólo tiene una obra vanguardista y aclamada, sino que además es accesible y atractiva para todos los públicos", dice Jacqueline Plass, directora del CA660.
Obsesiones artísticas
Fue la obra feminista de Georgia O'Keeffe la que atrajo a Yayoi Kusama a América. Luego de ver una de sus pinturas consiguió su correo en la embajada de EE.UU., y comenzó a escribirle. De amiga por carta, O'Keeffe se transformó en su mentora artística. En 1957, Kusama aterrizó en Nueva York donde elaboró sus primeros cuadros abstractos: llegaría a exponer al lado de Andy Warhol, Claes Oldenburg y George Seagal, adhiriendo al emergente arte pop.
Para la curadora de la muestra, la inglesa Frances Morris, las obras de Kusama y Warhol iban totalmente a la par. "Ambos estaban explorando imágenes sacadas de la cultura popular y tienen similitudes asombrosas como el collage de dólares de Warhol y otro que hizo Kusama con billetes falsos que llamó Rollar. Ambos luego trabajaron en los márgenes de la contracultura, pero Kusama tomó una dirección más extrema con sus orgías y fiestas de pintura corporal", explica la curadora y directora de colecciones de la Tate de Londres desde 2006.
¿De dónde nace la obsesión de Kusama por los lunares?
Los puntos están en toda su obra. Están conectados con temas esenciales de la vida, son semillas y estrellas, la vida celular. Ella explicó que estaban relacionados con sus ataques de pánico, pero ahora se han convertido en formas para cerrar la brecha entre arte y vida. Lo interesante es que todos podemos responder a ellos, los puntos son símbolos abiertos y flexibles, todos tenemos lecturas sobre ellos.
¿Cómo afecta a su obra, sus problemas mentales?
No se pueden separar ambas cosas. Ella logró encontrar la manera de utilizar el arte como terapia y ella necesita claramente trabajar para hacer frente a sus demonios. Es un increíble ejemplo de alguien que ha dominado su salud mental para transformarla en canales creativos.
¿Por qué la obra de Kusama fue olvidada por años?
Kusama dejó Nueva York justo cuando los artistas estadounidenses comenzaban a dominar el mercado y llegó a Japón donde se encontró con un ambiente más conservador y le tomó mucho tiempo restablecer su reputación. El mundo se interesó de nuevo por Kusama al mismo tiempo que se redescubría a Louis Bourgeois. Kusama estaba poco interesada en hacer pinturas para las casas de subastas, y más en buscar prácticas de arte experimental.
En los últimos años el panorama para la japonesa cambió. En 2008, Christie's de Nueva York vendió una de sus obras en US$ 5,1 millones, un récord para una mujer artista viva. Y el año pasado el coleccionista Eli Broad adquirió Infinite Mirrored Room (2011), una de las obras actuales más aclamadas de Kusama: el público se sumerge en una habitación rodeada de espejos donde se proyectan y reflejan círculos luminosos sin fin.
La pieza también llega a la exposición en el CA 660. "Kusama logró mantenerse en perfecta sintonía con los cambios tecnológicos, sociales y espirituales del mundo, por eso su trabajo, incluso a su edad, parece vital y joven. Ella hizo la transición de la pintura a la escultura, para luego hacer arte en entornos inmersivos en los 90, que son capaces de competir con los entretenimientos populares que se ofrecen en los parques temáticos de todo el mundo. Sus obras atraen al espectador con sus magníficos colores y luces brillantes, que a la vez tienen una calidad mágica, poética y casi espiritual para ellos", remata Morris.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.