Los héroes de los 80 mueren antes

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Mientras las estrellas de los 60 sobrevivieron a todos los torbellinos, los iconos de los 80, como George Michael o Prince, sucumbieron antes de tiempo.




El sentido común esperaría que la primera generación de músicos en evaporarse de la tierra fuera aquella que integró el mito dorado de los 60 y los 70. Artistas que se revolcaron por décadas en los excesos y con carreras longevas que debieron surfear todos los cambios posibles en la escena, además de hoy acercarse o superar los 70 años de vida.

Pero ahí están, gran parte de ellos reluciendo una adultez magnífica. Bob Dylan ha lanzado desde 1997 algunos de los mejores títulos de su carrera y el reciente Nobel vigorizó su herencia literaria. McCartney y los Rolling Stones siguen activos en giras inagotables y con discos que han rejuvenecido su catálogo nostálgico. Pensando local, el mismo show del cuarteto de febrero en Santiago fue escogido en este diario como el mejor de la temporada. Pensando global, Neil Young, Robert Plant, Iggy Pop, Tom Jones, Patti Smith, Bruce Springsteen, e incluso David Bowie o Leonard Cohen en sus últimos años, encontraron fórmulas para adaptarse.

En el reverso, los 80. En los últimos siete años han partido cuatro de los iconos que convirtieron al pop en la fuerza cultural y comercial más representativa de ese decenio, como Michael Jackson, Whitney Houston, Prince y George Michael. Sólo sobrevive Madonna. Además, los fallecidos comparten un sino lamentable, todos con los últimos años de su carrera transformados en un pozo de conflictos personales, subordinación a los fármacos, turbulencias financieras y la pérdida de un fuego creativo que jamás volvió. No murieron en un punto alto o digno de sus carreras; por el contrario, se fueron como seres cuya extinción comenzó antes de la desaparición definitiva. En su última década, ninguno tuvo un hit real.

Ampliando la mirada, a otras estrellas, como Phil Collins, Boy George o Cyndi Lauper, también les ha costado recuperar el protagonismo. Incluso en Chile, el mayor emblema de esos días, Jorge González, anunció su retiro de los escenarios. Y Argentina ya vivió lo propio con Gustavo Cerati. Las excepciones vienen de figuras que conocieron el éxito años antes y que sólo utilizaron los 80 como plataforma para el despegue en solitario, como Sting, Peter Gabriel y Lionel Richie. O paladines forjados fuera de la oficialidad, como Morrissey y Nick Cave.

La orfandad pop ha llevado a algunos especialistas a concluir que los crecidos en ese período, y que hoy tienen entre 35 y 47 años, son los primeros en ver desaparecer a casi todos los grandes monarcas de su generación y, por consecuencia, a los héroes de su niñez.

En una columna de la web The Daily Beast y titulada Réquiem por los niños de los 80, el periodista Stereo Williams postula: "El ayer se ha ido. Todos sabemos que las cosas pasan, pero sucede algo terrible al ver que una parte de tu pasado se desvanece, como cuando los edificios de tu vecindario son derribados. Por supuesto que la nostalgia no es patrimonio de sólo los que fuimos niños en los 80, pero en comparación con las generaciones anteriores, la nuestra se hizo de modo diferente. Fuimos los primeros en crecer con videograbador, películas Blockbuster y TV cable. Podíamos grabar lo que quisiéramos y repetirlo cuando quisiéramos. Estabas saturado de TV, películas, música y videojuegos. Toda pérdida es natural. Pero aun así es una mierda".

Entonces, ¿por qué los padres hippies de los 60 resistieron, mientras sus crías de los 80 se estrellaron con una madurez nebulosa que con suerte les alcanzó para las cinco décadas de vida? Un bosquejo de respuesta lo da la misma columna de Williams: los ídolos ochenteros fueron los primeros en habitar un mundo multimedia, con la TV y la radio por primera vez consolidados como artefactos cotidianos en todo el planeta, lo que ayudó a multiplicar su fama de forma infinita. Además, disfrutaron de la era de mayor bonanza en la historia de la música, con los sellos invirtiendo millones jamás antes desembolsados. El productor chileno Humberto Gatica, que trabajó en el disco Thriller, lo retrataba así: "Si mientras estábamos grabando yo quería comerme una empanada de Chile, me la traían".

En los 60 estuvieron las drogas. Pero en los 80, estuvieron las drogas, los millones y un poder que parecía inmortal. Jackson lo ejemplificó al convertirse en el hombre que con su baile desafiaba la gravedad. Pero cuando desde la mitad de los 90 esa industria del despilfarro se esfumó para siempre, los hijos mimados del decenio previo no supieron cómo convivir con ese mundo. Se encontraron con la nada. Es el trance que inicia el ocaso de sus trayectorias y, curiosamente, el renacer de muchos músicos de los 60.

Jermey Jilbert, en el libro Jacksonismo, teoriza: "El modelo de industria que Madonna y Jackson instalaron no terminó siendo un referente estable, sino un fenómeno posibilitado por los fugaces años 80. Y si para algo el triste final de Jackson -decrépito, perturbado y quebrado- puede servirnos, es como una advertencia: ni siquiera la estrella más grande que el mundo haya visto puede soportar por sí sola las demandas del capital".

Rainiero Guerrero, director de radio Futuro, se suma: "Hay un componente histórico en músicos que hoy tienen más de 70: son hombres que se criaron en medio de la guerra, en ciudades bombardeadas, por lo que su espíritu de sobrevivencia es mucho mayor que el de generaciones posteriores". El periodista estadounidense Dan Epstein, autor del libro The 80s, se suma en conversación con La Tercera: "Lo que une a Prince o Jackson es que son figuras que no pudieron lidiar con el estrellato monstruoso que les planteó su época. La vida es dura, pero la fama es aún más".

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