Mauricio Díaz, el ídolo desconocido

El plusmarquista nacional de 3.000, 5.000 y 10.000 metros, ahora viviendo en Estocolmo, siempre será un misterio en Chile. Nunca aspiré a que me reconocieran en mi país, explica.




Pudo ser una estrella en Chile, pero, nada, es un hombre que no está en la consciencia colectiva. Tiene el récord nacional de 3.000, de 5.000 y de 10.000, pero su popularidad no se parece a esas marcas. Corrió seis veces el Mundial de cross y en los Juegos de Sidney 2000 se quedó a un puesto de ser finalista olímpico. Pero Mauricio Diaz (1968) no nació para echar raíces en ninguna parte. Ahora, vive en Estocolmo, en Suecia, con su mujer Estela y sus dos hijas, Francisca y Abigail, y sólo ha sido posible localizarle a través de las redes sociales.

Las mejores amistades que hizo en España, en esas pistas del  INEF en las que entrenó tantos años, ni sabían donde estaba. Ni siquiera Antonio Serrano, su entrenador del alma en Madrid que lo daba viviendo por Segovia. Pero en el gimnasio de Segovia, en el que trabajó, también habían perdido la pista de Mauricio Díaz, un hombre que, a los 46 años, obedece tal vez a un retrato imposible.

Sólo se sabe que a esta edad aún no se resigna a dejar de correr. "Si tuviera los recursos necesarios, aún podría competir. Los pocos entrenamientos que hago me dan la pauta de que en el maratón aún podrían hacer grandes cosas".

 Sin embargo, el misterio ya no obceca a Mauricio que, desde la distancia, parece un tipo feliz. "Me dedico a asesorar a personas como entrenador y preparador físico", explica para La Tercera desde Estocolmo, un país más, una estación más en su vida. Al fondo quedan sus épocas en Bélgica, en Chile y, sobre todo, en España, donde se le quiso mucho, sobre todo en Madrid, donde cada mañana era uno de los fijos en la Casa de Campo o en las pistas del INEF. Allí, Antonio Serrano no se olvida de él, "porque Mauricio es de esos tipos que deja huella. Era un hombre raro, pero era un atleta extraordinario que siempre se crecía en los grandes momentos.  Aquí lo llamábamos el 'keniata blanco'". Una época que pertenece a un pasado que ya murió y del que nunca se sabrá por qué Mauricio, con un palmares en el atletismo superior al de Pablo Squella, Sebastian Keitel o Gert Weil, fue el menos popular de todos. Pero hay hombres como él, nómada impenitente, distinto a todo, inclasificables hasta para los que le conocieron. "Nació para vivir a su manera", juzga Serrano, que llegó a alquilarle uno de sus departamentos en Madrid.

 "Yo nunca busqué el reconocimiento", explica Díaz. "Comencé en el atletismo a los 15 años porque me gustaba correr. Pero nunca aspiré a que me reconocieran en mi país". Ni siquiera sus éxitos, algunos tan extraordinarios como aquel Mundial de cross en el que fue el primer blanco después de 36 africanos, tuvieron la propaganda ni las ayudas económicas que merecían. "Pero insisto en que no pasaba nada.  Cada uno tiene su forma de vida y yo elegí la mía. Ahora, sí puedo decir que en estos últimos años gente apasionada y con conocimiento del atletismo han reconocido mis logros. A través de Facebook, me llegan a menudo mensajes de admiración y respeto de diferentes países". A su edad, ya no se trata de regresar al pasado ni de explicar lo que perdió solución. Chile casi nunca presumió de un fondista que siempre dio la cara frente al imperio africano y por eso en las pistas del INEF de Madrid, en el Centro de Alto Rendimiento, se definía a Mauricio como "el hombre que nunca se da por derrotado".

Tenía ese retrato, declarado y orgulloso, que definió como casi nadie en la pista.  "Mi mejor recuerdo es cuando bajé mi marca personal de 5.000 en el Meeting de Bruselas".  

Alergia al polen


Entonces era un atleta tan competitivo que inspiraba a la grandeza. "Tenía clase", explica Serrano. "Casi siempre sacaba la marca que llevaba dentro". Crecido como no tantos atletas a partir de la treintena, Mauricio jamás olvidará aquella tarde en el estadio Heystiva del Memorial Van Damme de Bruselas. "Fue en el año 2001. Tenía yo 32 años y me acuerdo cuando llegué a la meta y vi el crono, 13.23,19, increíble. Me sorprendió muchísimo, porque llegué muy fresco. Tenía alergia al polen y ese día tenía mucho miedo. Pero aquello me demostró que yo podía marcar mucho menos que eso". Desde entonces, catorce años después, nadie ha bajado ese registro en el atletismo chileno. Sin embargo, el país casi nunca se acuerda  de su propietario, del 'keniata blanco', de aquel Mauricio Díaz, que entonces acostumbraba a definirse sin tapujos como "el mejor fondista sudamericano de cross y pista". Hoy, absolutamente apartado del ruido, en la lejana Estocolmo, sigue sin arrepentirse de no haber sacado más provecho de ello ni de las constantes mudanzas que invaden su vida. "Mi vida vino así", rebate. "Por mi conveniencia y actividad profesional, he tenido que viajar y eso me ha ayudado a adquirir experiencia y a conocer a personas importantes que me han permitido creer".

 Al fondo siempre quedará el misterio de un hombre, acostumbrado a vivir al día y a viajar por el mundo. Ni siquiera cuando volvió a Chile, a los 37 años, a La Serena, "con idea de participar en el maratón de los Juegos de Pekín", significó el regreso a sus raíces. Volvió a encontrar el día para regresar a Europa, para reivindicar que Mauricio Díaz es así y que no importa, la vida es así, que sus logros continúen silenciados. Una cosa extraña, no tan necesaria de debatir, al menos, para él. "Siempre tuve claro que quise ser atleta y lo fui. Ahora, mis hijas, que son de mi sangre, han heredado la pasión y, naturalmente, la calidad ya la tienen. Pero lo último que yo voy a hacer es obligarlas a seguir mis pasos". Así que Mauricio, realista, ya ni se plantea lo que pasará el día de mañana, donde no descarta volver a Chile "si se dan las circunstancias". Quizá entonces sea el momento de que el país recuerde que nadie ha logrado bajar sus 7'54" en 3.000; 13'23" en 5.000 y 28'05", en 10.000 que datan de la década pasada.

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