Novela y biografía desmitifican a Robespierre
Dos libros reinterpretan al líder revolucionario, desmintiendo las versiones tradicionales sobre un personaje despiadado.
El asesino. El sanguinario. El delirante. Antepongan esos calificativos a estos: el virtuoso. El incorruptible. El demócrata. El soñador. ¿Cómo cuadrarlos? Difícil. Pero habría que equilibrar la balanza, demasiado torcida, en el caso de Maximilien Robespierre. El personaje más controvertido de la Revolución Francesa merece un juicio que le devuelva la cabeza de la guillotina eterna.
Eso es lo que han pretendido, el historiador australiano Peter McPhee, y el escritor español Javier García Sánchez. Uno con una rigurosa biografía (Península) y el otro con una novela de 1.200 páginas (Galaxia Gutenberg) sobre el líder jacobino. La empezó a escribir hace 30 años.
"La mayor contradicción para quien durante siglos ha querido atacarle era que le apodaran El Incorruptible. No cuadraba ese calificativo con los intentos de desprestigiarle contando que se había encerrado en orgías de palacios de la aristocracia con decenas de eunucos", comenta García Sánchez.
McPhee ahonda en la propia incomprensión de Robespierre ante su obsesión por la plena limpieza. "Encontraba serias dificultades en comprender por qué los propios republicanos se mostraban tan en contra del bien común. Se desesperaba ante la falta de integridad, los nervios le llevaban hasta el borde mismo del colapso, sobre todo, al final, cuando entendió que su período había terminado".
De la revolución al terror, algo que enfrentó pese a repugnarle la violencia, el camino se llenó de sombras. Manchas que poblaron, según el autor español, "la biografía digna de quien porta la gallardía insensata de un héroe mártir". El también agrega que Robespierre "no dio el visto bueno personalmente más que a cuatro o cinco penas de muerte".
"No tuvo nada que ver con los asesinatos en masa, los repudiaba", añade McPhee. Así que conviene sacarle de la lista que lo emparenta con todos los exterminadores que en el mundo han sido.
Pero aún no se escapa: "Sigue resultando enormemente controvertido", afirma el australiano. Quizás su obsesión por la virtud es la causa. "El fue", según McPhee, "uno de los grandes demócratas de la historia, apasionado, comprometido con los derechos humanos y con la participación en la vida pública de todos los estratos de la sociedad. Entendía que sin la participación popular y el respeto por los avances civiles y sociales existiría un permanente y violento desencanto social".
Lo primordial en cuanto a su figura es acabar con el rumor. "La visión que se ha dado de él se ha fundamentado en un rumor. No más. Cuando iba camino de la guillotina empieza ese rumor sobre él, ajeno a los hechos, que se ha propagado de manera organizada por 200 años y ha dado lugar a que el 95% de lo que se ha escrito fuera falso".
Lo mismo le ocurre a su aliado Lous Antoine de Saint-Just. Fueron emisarios de una vida futura, perecieron convencidos de que su obra no quedaba concluida cuando en realidad dieron lugar a una auténtica revolución de las mentalidades.
Así es y no de otra forma como García Sánchez afrontó la narración. "Con la intención de crear una obra lírica, con voluntad de epopeya sobre unos hombres que quisieron cambiar el mundo consiguiéndolo y que perecieron en el intento creyendo que habían fracasado".
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