Nuevos asedios a la historia

[ENSAYO] En el IV Seminario Internacional sobre Historiografía, el académico francés François Hartog presenta hoy Creer en la historia, en la U. Finis Terrae.




En su Gran Diccionario de 1866-76, Pierre Larousse anotaba que "hoy la historia se ha vuelto, por así decirlo, una religión universal. Reemplaza, en todas las almas, las creencias extintas y quebrantadas (…). El derecho, la política, la filosofía, le piden prestadas sus luces. Está destinada a ser, en medio de la civilización moderna, lo que fue la teología en la Edad Media y en la Antigüedad: reina y moderadora de las conciencias".

Hoy la disciplina, tras Hiroshima, el Holocausto y el fin de los grandes relatos redentores, tiene un estatus distinto: nuestro mundo ya no está atravesado por el avance sin freno de la historia y los historiadores ya no son intermediarios entre pasado, presente y futuro. Entre otras cosas, porque el futuro apenas se vislumbra. Y porque sustituimos al ídolo de la historia por un cuarteto -memoria, conmemoración, patrimonio, identidad- dirigido por el presente.

Pero que estemos secuestrados por el "presentismo" no significa que haya que dejar de creerle a la historia y, menos aún, de creer en ella. Más bien lo contrario. Eso sí, señala François Hartog a La Tercera, "antes de creer (nuevamente) en la historia, hay que saber por qué ya no creemos, al menos en esa historia que fue la gran creencia del siglo XIX y la mayor parte del XX". Actualmente, concluye, "no tenemos un concepto de historia a tono con la experiencia del tiempo contemporáneo".

Las palabras de Hartog, director de estudios y profesor de historiografía en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, explican el sentido general de su último libro. Aparecido en Francia el año pasado, Creer en la historia es fruto de una traducción local y su presentación, hoy a las 12.00 en la U. Finis Terrae, se enmarca en el IV Seminario Internacional sobre Historiografía. Un volumen que interroga el concepto moderno de historia y constata el vuelco contemporáneo en nuestras relaciones con el tiempo, complementando sus reflexiones en obras como Regímenes de historicidad (2003).

De Balzac a McCarthy

Dividida en cuatro partes y un intermedio, la obra se pregunta por el rol del historiador (¿Juez de instrucción? ¿Un "experto" más de la mediósfera contemporánea?), por los acercamientos y rupturas con la retórica y la poética, por las políticas memoriales. Y termina preguntándose si, en los últimos años, desdibujada hace tiempo ya la flecha del progreso, ha vuelto la historia a "ponerse en marcha".

Y para dar sentido a un concepto arisco, cabe investigar o reconsiderar una variedad de fuentes. Por ejemplo, el Angelus Novus, la pintura de Paul Klee que fue propiedad de Walter Benjamin y sobre la cual éste escribió una de las tesis que figuran en Sobre el concepto de historia. Benjamin vio acá un "angel de la historia" que mira al pasado mientras un huracán (el progreso) lo empuja irremediablemente hacia el futuro". A Hartog, por su parte, la obra le sugiere otra interpretación: "Cuando la figura del progreso no era discutida, la historia que escribían los historiadores esclarecía la historia que hacían los hombres, mostrando lo que habían hecho. De aquí en adelante, o por el momento, se ha terminado ese régimen historiográfico".

Pero más necesaria para Hartog es la novela: mal que mal, "la historia moderna y la literatura moderna, bajo la forma de la novela, triunfan juntas". Parte por el siglo XIX, "que vio imponerse esta evidencia doble: la de la historia, concebida como proceso, llevada por un tiempo actor, viviéndose según el modo de la aceleración; la de la novela, llamada a decir este mundo nuevo". Y arranca con Balzac, pues el autor de La comedia humana instala temporalidades distintas en un mismo cuadro histórico, dando cuenta, por ejemplo, de "trayectorias aceleradas o quebradas de personajes que suben muy alto o que caen muy bajo". La sociedad balzaciana, agrega, "está enteramente atravesada por tiempos discordantes que se frotan y chocan entre sí, a veces trágicamente. Frente a las pervivencias, están las novedades, la moda del día, los torbellinos de lo que está en boga, las fortunas que se hacen y se deshacen".

El largo camino por las letras acá recorrido, que pasa entre otros por Tolstoi, Musil y Sebald, lo lleva hasta la literatura norteamericana de nuestros días. A Don DeLillo y Cormac McCarthy, que "exploran la post-catástrofe", como explica Hartog desde París. Respecto del segundo, el académico entra en las minucias de La carretera (2006), precisamente por su ambientación post-apocalíptica. Más aún, llama la atención sobre las abismales diferencias entre dos obras de nombres muy parecidos, escritas con medio siglo de diferencia por dos talentos de sus respectivas generaciones: En el camino, de Jack Kerouac (On the road) y la señalada novela de McCarthy (The road). "Se podría decir que los viajeros de Kerouac también viven al día, sin dinero pero con astucias, de borrachera en borrachera", afirma Hartog. "Sin embargo, tienen la certeza de un porvenir, no del suyo, sino del porvenir como tal. El presente de los segundos no es el mismo que el de los primeros. De una 'carretera' a la otra, el futuro se ha eclipsado".

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