Premio Nacional de Música: de espaldas a lo popular

En agosto se entrega el galardón que distinguió a Claudio Arrau y a Juan Pablo Izquierdo, pero que en una sola oportunidad se rindió ante la música popular. Ahora, músicos de todos los órdenes opinan.




Fue una anomalía. Un desvío en el correcto camino. Una excepción que confirmó la regla. En el año 1994, la investigadora y cantante Margot Loyola obtuvo el Premio Nacional de Artes Musicales, transformándose en la primera y única representante de la música popular que hasta el día de hoy ostenta tal galardón. Han pasado 20 años y aquella señal de alternancia en los géneros musicales nunca encontró eco posterior. El caso de Margot Loyola sigue siendo una curiosidad en el panorama de una instancia que una y otra vez sólo se inclina por la llamada música clásica y que en agosto tendrá su nueva versión.

En rigor, se trata de la prerrogativa de una norma consuetudinaria, pues ni la letra ni el espíritu de la Ley 19.169 dicen que sólo un tipo de música debe ser premiada. ¿Qué sucede entonces? ¿Por qué este premio parece dar la espalda a la escena popular y/o folclórica, decantándose por la batuta y el conservatorio? Nadie lo tiene muy claro. Lo que sí está claro para muchos es que la cosa debiera cambiar. O al menos, que haya alternancia en el poder: un año clásico, otro popular.

"Yo no divido la música entre popular y clásica, para mí es una sola y punto", dice el director Juan Pablo Izquierdo, el último Premio Nacional de Artes Musicales, en el año 2012. Hombre formado con conductores del fuste de Hermann Scherchen y Leonard Bernstein, Juan Pablo Izquierdo tiene gustos omnívoros en música, que van desde Astor Piazzolla hasta modernos clásicos, como el griego Iannis Xenakis. "Es cierto que existen géneros musicales diferentes, pero a la hora de deliberar, lo que va a importar es el valor y la calidad de la composición. El folclor es para mí un arte muy mayor, por ejemplo", dice Izquierdo, que este año, además, integrará el jurado.

En una posición ligeramente diferente se encuentra Eduardo Carrasco, líder de Quilapayún. "Para mí, es necesaria la distinción entre clásico y popular. Juntar ambos géneros es echar peras y manzanas al mismo saco. No es lo mismo un músico con años y años de formación en el Conservatorio, que alguien que nace en la espontaneidad. Que canta, por decirlo de alguna manera, con la misma libertad que los pájaros", dice el escritor y filósofo. "No desmerezco en absoluto lo que hacen los artistas populares. Sólo digo que son disciplinas diferentes y en tal sentido, por ejemplo, el Premio Presidente de la República también cumple su función", expresa Carrasco, aludiendo al galardón anual que premia el género popular. Este reconocimiento se ha dado a Inti-Illimani, Los Jaivas y a Vicente Bianchi, entre otros.

Justamente, Bianchi, compositor de 94 años y responsable de musicalizar varios poemas de Pablo Neruda, entre otras obras, es un caso de antología en esta dicotomía clásico-popular. Autor de 150 piezas, entre ellas, Misa a la chilena, este músico de formación clásica e instinto por lo popular ha sido postulado en 15 ocasiones. En el 2014 le llega su oportunidad número 16, pero él dice que ya no espera nada. "La verdad es que el premio pareciera tener otra orientación. Yo pienso que hay que revisar totalmente sus objetivos y funciones", dice el autor de la Tonada de Manuel Rodríguez.

Detrás de la candidatura de Vicente Bianchi se ubica, por ejemplo, el pianista y arreglador musical Valentín Trujillo, quien junto al ex ministro Enrique Krauss planea una iniciativa para renovar el Premio Nacional de Artes Musicales. "Le presenté un proyecto directamente a la señora Presidenta Bachelet, un mes antes de que asumiera, para la creación de un premio especial para la música popular, pero todavía no sabemos nada. Tendría las mismas condiciones que el Premio Nacional de ahora. En el proyecto está involucrada la SCD y quien lo redactó fue el abogado y ex ministro Enrique Krauss", dice Trujillo. El músico, de 81 años, también es partidario de la opción de la alternancia entre las disciplinas doctas y populares de año en año.

El galardón es otorgado cada dos años por un jurado que integran el ministro de Educación, el rector de la U. de Chile, un miembro del Consejo de Rectores, un representante de la Academia de Bellas Artes y el ganador del premio anterior. Tal modalidad molesta a varios, que objetan, entre otras cosas, la presencia de la Universidad de Chile, que a su vez postula candidatos propios. Es un vicio que se da también en las otras disciplinas y al revisar la lista de triunfadores se suceden los ex alumnos de la casa de Bello: Carlos Botto, en 1996; Elvira Savi, en 1998; Carlos Riesco, en el 2000; Fernando García, en el 2002; Cirilo Vila, en el 2004.

"Esa es una de las mayores anomalías. Tal vez esa sea una de las razones por las que el premio se ha entregado a gente cuya relación es más cercana a la universidad que a la música. Y además, está el tan mentado caso de tres miembros de una misma familia que recibieron el premio" , dice el compositor y escritor Patricio Manns, refiriéndose a Alfonso Letelier, que fue premiado en 1968, y a sus hijos Miguel Letelier y Carmen Luisa Letelier, ganadores dos años seguidos, en el 2008 y 2010.

Patricio Manns es postulado este año al galardón por la Universidad de Playa Ancha, mientras que el pianista Roberto Bravo ha sido nominado por la Universidad de La Frontera. "Está bien, porque he hecho gran parte de mi carrera tocando en provincias, en los lugares más apartados. Yo soy un artista crossover: toco clásicos y populares. Por tal razón, no sé si vaya a obtener algún reconocimiento. Sin embargo, estoy porque este galardón se amplíe. Que vaya a lo popular y al folclor", explica Bravo.

Desde el ámbito académico, el compositor y presidente de la SCD, Alejandro Guarello, cree, en primer lugar, que el número de jurados debiera ampliarse. "Es demasiado reducido. Falta mayor debate para que haya una buena decisión final", expresa. Ex director del Instituto de Música de la Universidad Católica, Guarello es partidario de la ampliación, pero no de la confusión de géneros. "Debe haber un premio clásico y otro de raíz folclórica y/o popular. No es lo mismo. Es como si en Literatura se premiara a escritores y periodistas. Ambos escriben, pero en diferentes campos. Y por otro lado, algo que me parece particularmente indigno es la postulación. A veces es penoso lo de la búsqueda de firmas. Los jurados deberían saber más o menos quiénes son los importantes", afirma.

Galardón al que nunca se sintieron particularmente cercanos los artistas populares y folcloristas, el Premio Nacional de Música puede tal vez estar comenzando a bajar de sus alturas para tirar un cable a tierra.

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