Rubén Selman: "Me gusta que me digan saquero"
El ex árbitro habla de su vida fuera de la cancha, de sus recuerdos de hombre de negro y del nivel actual del referato nacional: "Salvo Enrique Osses, no hay otro juez con nivel para dirigir, por ejemplo, un superclásico".
Rubén Selman, 51 años, respira fútbol. Más allá de que hace poco más de seis años dejó el arbitraje, reconoce que le cuesta dejar atrás la etapa más linda de su vida, como la define. Como en la cancha, está encima de todo lo que rodea la actividad. Fuera de ella, disfruta de pequeños placeres. "Hace dos años que en mi casa no hay una discusión. Y eso marca la tranquilidad con que se vive. Y mi familia lo agradece. Las cosas simples son las que más se gozan", confiesa.
Ya pasó un buen tiempo de su último partido ¿Se sacó definitivamente el traje de árbitro?
Cuesta dejarlo. De hecho, todavía soy referí en cinco ligas. Entonces, el silbato siempre está presente. En el corazón y en el alma. Uno cuando se dedica a esto, lo hace por vocación. Al final, se nace y se muere con dos tarjetas y el silbato en el bolsillo.
Y el personaje Rubén Selman árbitro FIFA, ¿dónde quedó?
Eso sí ya quedó enterrado. Y sabes por qué. Siempre tuve claro el límite. Dentro de la cancha debía demostrar autoridad, tener cojones para manejar situaciones límites, carácter y temperamento. Uno en la cancha debía actuar, no pensar. Marqué historia y pasará mucho tiempo antes que me olviden.
¿Por qué al árbitro suele devorarlo el personaje?
Es difícil. Y quizás ahí está el secreto entre el que llega bien arriba y el que se queda en el camino. Cuando el árbitro se cree infalible o que se las sabe todas, falló. El ego es más fuerte y por eso es necesario contar con equipos multidisciplinarios para ayudar a los jueces. Una vez que te endiosas, no se vuelve más. Ésta es una actividad que pasa mucho por las experiencias y donde aprendes algo nuevo siempre.
¿Cómo lo trata hoy la calle?
La gente, por lo general, me trata con mucho respeto. Pienso que dejé un buen recuerdo en la mayoría. No hablo de los ordinarios y picantes que se esconden en la masa, que aparecen por ahí para insultarte, y que existirán siempre. Me quedo con el cariño de aquellos que me piden una opinión o algún recuerdo de mi carrera.
De todas maneras, hoy puede salir más tranquilo. No está en el frente de batalla.
Siempre di la cara. Nunca le tuve miedo a nada. Entendía que el fútbol es un deporte, un juego, y la vida personal muy diferente. Pero siempre fui valiente y enfrenté como hombre todo. Incluso los errores. Nunca me escondí. Del mismo modo, no tenía miedo de enfrentarme con quien sea.
¿Incluso fuera un jugador dentro de una cancha?
Exacto. Tenía claro, y esto lo conversé con mis hijos, que el día que un futbolista me pusiera una mano encima o me golpeaba, iba a responder con la misma fuerza. Eso no se lo hubiese permitido a nadie.
¿Aunque le costara la carrera?
Absolutamente. No habría sido la primera vez en empezar de cero. Me casé a los 15 años y a los 20 ya estaba separado. Así que sabía cómo levantarme nuevamente.
En la calle, ¿lo quisieron agredir?
Nunca faltó el tontito. Una vez iba con mi mujer y mi hija, cuando de repente un tipo empezó a insultarme por un determinado cobro. Me contuve de responderle porque estaba con mi familia. Entonces, como siempre pregoné que aquel que me insultara iba a tener mi respuesta, las fui a dejar a las dos a un lugar tranquilo y volví donde el tipo. Obviamente, su reacción fue muy distinta. Literalmente, fue un cagón. Y casi siempre fue así cuando los enfrentaba.
Seguro le recordarán seguido el episodio con Jorge Valdivia. Esa jugada es como el penal de Caszely. No la borra más.
Claro. Pero creo que esa misma jugada demuestra mi manejo en esas situaciones límites. Él en ese momento era un chico inmaduro y pensaba que era el dueño del mundo. Entonces, se sentía por sobre el reglamento y se equivocó. Tomé una decisión justa, sin gesticulaciones grandes. Y nunca me arrepentí de lo que pasó.
¿Valdivia fue el jugador que más le costó manejar en una cancha?
Uno de varios. Era difícil dirigir a Luis Musrri, por ejemplo. Un jugador que siempre estaba al límite, que uno siempre debía estar muy atento. Estaban otros casos como el del Leo Rodríguez o Francisco Rojas, que en un pestañeo te inventaban una caída y por ahí te comías el engaño.
¿Alguna vez le pidió perdón a un fútbolista?
Sí, muchas veces. El árbitro que diga que nunca se equivocó es un mentiroso. Yo sí fallé en muchos cobros y al siguiente partido que me encontraba con el involucrado no tenía problema en reconocerle el error. Ahí está el secreto.
¿Quién es el Ruben Selman del arbitraje chileno actual?
No hay ninguno. Rubén Selman es especial. Tiene su carácter, es un tipo que dice las cosas de frente. Nunca fui mojigato de nadie. Digo mi verdad.
¿Eso es bueno o malo?
Eso lo calificará la gente. Puedo estar equivocado. Pero sí tengo claro que el arbitraje chileno está en crisis. Sólo hay un árbitro con la espalda para dirigir un superclásico, como Enrique Osses. El resto está muy lejos.
¿Advierte una crisis muy grande?
Es el momento de hacer una revolución total. Una pasada de camión. Así como ocurrió en 1990, cuando Antonio Martínez decidió que no iba más una generación entera. No se puede seguir como hasta ahora. Así de simple.
¿Qué siente a esta altura cuando alguien le grita saquero?
Me gusta, fíjate. Puede sonar masoquista, pero me gusta que me griten saquero. Y eso pasa seguido.
Cómo le puede gustar ese apelativo.
Le voy a explicar. Le guste o no alguien, esas mismas personas que me gritan están diciendo: 'ése que está ahí era árbitro; ése que está ahí es Rubén Selman; ése que está ahí es alguien que marcó historia en el fútbol chileno'. Así de simple.
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