Scarlett Johansson no convence en Venecia en rol de alienígena

La película Under the skin fue recibida con frialdad por el público.




Pocas de las películas de la 70 Mostra de cine de Venecia consiguen mover el agua estancada e inmóvil de la laguna. Sobre todo decepcionan, por su pobreza de temas y torpeza narrativa, las que van por el León de Oro.

Por fortuna anoche llegó el esperado documental del maestro estadounidense del género, Errol Morris, con The unknown known. El autor, que ganó un Oscar con Fog of the war, larga entrevista a Robert Mc Namara, vuelve a apuntar su cámara sobre un personaje polémico de la política de su país: Donald Rumsfeld, secretario de Defensa durante la presidencia de George W. Bush, uno de los principales sostenedores de la guerra global al terrorismo tras el 11 de septiembre 2001.

Morris es una voz fuera de la escena, plantea preguntas incómodas y subraya las contradicciones de su interlocutor, sin ser nunca ideológico, agresivo o invasivo. Bien y mal son caras de la misma medalla. Cada uno debe juzgar por sí mismo. La grandeza del documentalista es la de presentar a su personaje, dibujar un complejo perfil, pero dejar que el espectador saque sus conclusiones. Errol Morris no es Michael Moore. Su rigor y claridad enganchan a la butaca hasta la última escena.

Ayer desembarcó en el Lido también Scarlett Johansson que dio trabajo a los fotógrafos. Por fin despertaron de su aburrimiento en una edición sin mucho famoso en la alfombra roja, tras la apertura con George Clooney y Sandra Bullock. La intérprete trae Under the skin, la película de Jonathan Glazer que provocó bostezos y silbidos al final. Pocos y breves, los aplausos.

La sensual rubia de Match Point de Woody Allen, cambia su habitual melena por una peluca morena para encarnar a una joven de aspecto inocente que en realidad es una alienígena que recorre Escocia en un furgón blanco, seduciendo y haciendo desaparecer a hombres solitarios. Una sicaria que utiliza su voz aterciopelada, las curvas generosas y un aire indefenso que transmite a fuerza de miradas azules y lentas. Y por supuesto, sus víctimas son todos hombres que la siguen con la promesa de pasar una noche con ella. Pero un encuentro la cambia, y pone en marcha una suerte de redención-liberación. "Para mí interpretar a este personaje fue como ir al sicólogo", confesó en la rueda de prensa. Una elección no muy acertada. Ni sus desnudos lograron despertar del sopor a los críticos en la sala. El personaje nació del escritor holandés Michel Faber en una novela homónima que ahora Glazer covierte en una ambiciosa, pero fallida película.

Más aplaudida pero nada unánime, The Zero Theorem debutó el lunes. No bastaron, para hacer de la última obra del británico Terry Gilliam una película lograda, la majestuosa puesta en escena de un futuro terrible, veteado de años 70, con el tema del Gran Hermano que espía y controla el mundo, ya presente en Brasil. El aislamiento y la incomunicación aplastan la vida del protagonista, un Christoph Waltz insólitamente sin pelo y poco convincente. No queda si no una pizca de aquella ligereza para desarrollar temas profundos que caracterizó Brasil y del humorismo inteligente de los Monty Python. Lo demás es puro esteticismo.

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