Thomas Briceño: levantado tras el ippon
El judoca de 22 años, clasificado a la categoría hasta 90 kilos de su especialidad, apunta a sus primeros Juegos Olímpicos tras un complejo período de lesiones, que incluso lo quitaron de los Odesur de Santiago. "Fue un hachazo", recuerda. Pero ya superó ese golpe y hoy sólo piensa en el rigor técnico y físico de su entrenamiento.
En los tatamis del Centro de Entrenamiento Olímpico (CEO) hay más de 30 judocas distribuidos en parejas y él es uno de los más corpulentos. De hecho, su contrincante en la sesión es el entrenador jefe Héctor Nacimiento, uno de los pocos que se le asemejan en altura y volumen físico. Vestido con su pesado judogi, indumentaria oficial de este arte marcial, suda copiosamente al entrenar técnicas de barrida y agarre junto al entrenador jefe de la selección nacional la mayor parte del tiempo de su sesión de entrenamiento.
El judoca en cuestión se llama Thomas Briceño y no destaca solamente por medir más de 1,80 metros y pesar alrededor de 90 kilos; despunta en el grupo por ser el único representante nacional de este deporte en los Juegos Olímpicos de Río.
"Aunque no lo creas, lo más desagradable de la vida de deportista es tener que entrenar tanto", confiesa el artista marcial del Team Chile, que con sólo 22 años se desarrolla con rigor y cuidado para su primera cita de los anillos.
Y no sólo dedica seis sesiones semanales a su arte marcial (son entre nueve y 12 horas de entrenamiento de combate a la semana, más una sesión de preparación técnica y táctica) y tres jornadas semanales de preparación física para fortalecer el cuerpo y sus habilidades, sino también para alejar la nube negra de lesiones que lo ha perseguido recientemente.
En japonés, judo significa "el camino de la suavidad". Sin embargo, pareciera que la trayectoria de Briceño en esa vía no es muy fiel a esa idea. Si se revisa su historial de contusiones, no se ve un deporte tan suave. De hecho, el infortunio ha sido uno de sus mayores adversarios.
"Durante un año y medio me salía de una lesión y me metía a otra. Me fracturé un pie, y una semana salido de eso me fracturé el otro. Después tuve una esguince acromioclavicular y al sentirme recuperado me corté unos ligamentos... Pasé por un período donde tenía miedo de entrenar. Me perdí muchos torneos y pensé, 'si continúo lesionándome por tonteras y mi cabeza no cambia, no llegaré a Río 2016'", recuerda.
La más dolorosa de todas ocurrió una semana antes de los Juegos Odesur de Santiago. "Mi compañero me enterró de costado en una caída. Sonaron los huesos. Ni siquiera sentí dolor físico, sólo me senté en una esquina a llorar de frustración. De saber que no podría vivir la competencia en casa, con mi familia... Fue un hachazo", expresa. Pero de todo eso sacó la cabeza fría que lleva ahora y que finalmente lo clasificó a su primer certamen olímpico.
Su disciplina cuenta con una gran variedad de formas de puntuar y técnicas de combate, donde, por ejemplo, un judoca hace un ippon (punto decisivo, cuyo anotador vence el enfrentamiento) al derribar su rival con la espalda completa en el suelo, inmovilizándolo por 20 segundos, con estrangulaciones y luxaciones hasta que un juez detenga la acción, o cuando el rival se rinde. Los puntos inferiores (waza-ari, yuko y koka, respectivamente) se otorgan con la aplicación menos precisa de esas técnicas.
Por todo eso, Briceño practica desde la forma de agarrar el judogi del adversario (denominada kumi kata) hasta técnicas de proyección (derribo), llaves, defensa de agarres y llaves del adversario... El abanico de aspectos técnicos a entrenar es extenso. Y su head coach, quien describe este deporte como "un juego de ajedrez", lo ve especialmente fuerte en un punto clave de la disciplina.
"El judoca debe ser potente, trasladar una gran carga a la máxima velocidad posible. Debe desplazar rápidamente su cuerpo y el de su rival. Veo los metros por segundo que mueve en ejercicios de press de banca a 90 kilos, remo dorsal y sentadillas, y él es muy fuerte y rápido. Por eso, es muy explosivo. Está haciendo el kumi kata y, sin que te des cuenta, te hace una entrada, te bota y te marca un ippon. También es resolutivo: a veces, ha marcado ippon con técnicas que no le he enseñado", describe.
Debajo de su indumentaria, el joven artista marcial esconde varios tatuajes. Son palabras en japonés, que lleva en el pecho y en la espalda cada vez que pisa un tatami: "honor", "familia" y "judo" adelante, y "disciplina", "constancia" y "perseverancia" atrás. Conceptos que ha seguido al pie de la letra en su camino rumbo a la cita de los anillos, que compensará su tristeza de no competir en los Odesur de Santiago. Con el cupo a Río, esa espina clavada fue sacada de un ippon.
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