Voluntad de fierro
Hace cinco años, luego de la caída, a Fernando Demaria le dijeron que ni podría mover una silla de ruedas. Está tetrapléjico, pero el ex motorista se da maña para manejar un buggy de competición y no para pasear: quiere ser campeón.
Desde que se accidentó en el Mundial de enduro de Talca, en marzo de 2012, y conmocionó al mundo motor con la tetraplejia que le diagnosticaron, Fernando Demaria no ha parado de avanzar. Dice que nunca escuchó a los doctores, que le decían "puras cosas negativas" respecto de su futuro. La lesión lo condenaba a una silla de ruedas, que, según los médicos, ni siquiera podría manejar solo.
Todas esas fueron palabras vacías para el Nano. Se propuso metas pequeñas e ir lográndolas hacía surgir nuevas. Así consiguió avances y al movimiento de cuello sumó control parcial de los hombros (deltoides), bíceps y la muñeca izquierda. Suficiente para manejar sin compañía una camioneta adaptada.
Hacía sin ayuda el viaje entre Santiago y Viña del Mar para la rehabilitación. Hoy vive solo en la capital, donde acude a la Clínica Alemana y necesita ayuda únicamente para llegar desde el auto a la silla de ruedas. En la familia están orgullosos.
Hace tiempo que es semiautónomo y volvió al deporte en una bicicleta de manos, pero no era lo suyo. Un día le pidió a su padre, el ex rugbista y hoy productor de eventos Pablo Demaria, que lo llevara al garage y se quedó ahí un rato oliendo el ambiente pasado a fierros y aceite. Ambos sabían que volvería.
Con la complicidad del padre compraron un buggy "para la empresa", según le dijeron a la mamá, aunque el objetivo era adaptarlo también y que Fernando disfrutara de algo de velocidad, su pasión. Fueron invitados al Desafío del Desierto 2016, donde las condiciones del vehículo, con poca preparación, les pasó la cuenta. Su papá era el copiloto.
Ahora, la decisión está tomada: volver a las competencias. No a saludar ni recibir aplausos y saludos antes de partir, ni la simpatía del resto, como ha pasado hasta ahora. No. Ahora la idea es competir, de igual a igual con el resto de los buggies, porque ahora va en los comandos de un coche del equipo Polaris, adaptado y preparado para la competencia, con toda la asistencia del team, al que también pertenecen los dakarianos Jaime Prohens, Emiliano Fuenzalida y Cristian Naser.
"Me gusta mucho el buggy, es muy parecido a una moto. Uno va sentado y con volante, pero la sensación, la suspensión, son cosas muy similares, Me tiene contento, porque quiero competir, no andar paseando", relata.
Sus pretensiones, tal como en la vida en los últimos cinco años, se desarrollan paso a paso. "Competiremos en algunas fechas de la Zona Central, donde no necesito copiloto, pues son en un circuito, y el próximo año en algunas del norte, donde necesitaré un navegante, por seguridad y para que nos vaya bien. Para las del norte hay que modificar más el buggy y son lucas", adelanta.
Con el movimiento parcial de los hombros Nano puede mover los brazos (ver infografía), suficiente para manejar el buggy. Ajustar el volante para girar las ruedas con menor esfuerzo y modificar el sistema de frenos, que es hidráulico, pero no asistido, son las tareas pendientes en el auto, aunque en la demostración para La Tercera el buggy voló, levantó ruedas, hizo ochos, escaló, bajó casi de lado y pasó de cero a 100 en segundos, todo lo necesario para destacar en la primera carrera en que se anotó: el Desafío del Desierto, en junio. Luego hará seis fechas más.
El sueño del Dakar aparece, obviamente, entre sus pretensiones. "Saber de Albert Llovera (corredor andorrano) fue fundamental para pensar que yo era capaz de hacer esto. Aunque él tiene más movilidad que yo, participó del Dakar y el Mundial de Rally", cuenta Demaria.
Nano explica sus logros desde el día del accidente con paciencia y sus experiencias previas en deportes adaptados, como un paso. Al contrario, se muestra emocionado cuando habla del proyecto y sonríe.
La risa nunca la perdió. O casi nunca. Confiesa que una sola vez, en una pieza de hospital, se preguntó por qué a mí y lamentó su fortuna: "Pero nunca más. Lloré esa vez, me cuestioné un par de cosas, pero me di cuenta de que me había metido en una cuestión que es peligrosa, y ya está, a darle para adelante".
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