Amor a la ciudad

Imagenes de atardecer desde Sector Sur de Santiago
Fotos: JOSE FRANCISCO ZÚÑIGA/ AGENCIAUNO

La ciudad es fiel reflejo de nuestra sociedad, en ella se expresan los conflictos más diversos y complejos, como la polarización y violencia urbana vivida en los últimos años, o la ya crónica segregación socioespacial e inequitativa distribución y acceso a bienes públicos en ella.

Pero la ciudad también es fuente de oportunidades, de regalos sorpresivos, improbables y virtuosos. Ella ofrece multiplicidad de espacios gratuitos para el encuentro con los otros, bienes públicos y privados, instituciones y servicios que han permitido el desarrollo de nuestra civilización. Los centros cívicos, escuelas y plazas de barrio, parques y bulevares, barrios comerciales o simplemente el pasaje donde jugábamos a la pelota con los amigos de infancia conforman la base de nuestra historia material, identidad y patrimonio. La ciudad es la construcción física donde como sociedad dejamos de ser individuos, tomamos acuerdos tácitos y respetamos convenciones para conformar una comunidad. Desde los niños que espontáneamente y sin conocerse,  juegan y toman turnos para subirse al tobogán en la plaza, la fila en el paradero de buses, hasta los más complejos acuerdos legales, ordenanzas o normativas propios de la vida contemporánea.

Aquí el espacio público cobra importancia como la esfera donde las personas, distintas entre sí, concurren y comparten sus diferencias. En palabras de Arendt: La esfera de lo público es el lugar del diálogo con el otro, donde todos podemos ser vistos y oídos. En este rol ecualizador de la ciudad es donde descansa su gran potencial como plataforma para la convivencia cívica en comunidad, pero a veces tendemos a menospreciar su importancia, priorizando otras urgencias más tangibles o medibles.

La ciudad, con sus espacios simbólicos como Plaza Baquedano y la Alameda, barrios históricos o conjuntos habitacionales de las periferias, autopistas urbanas y malls encarna la tensión entre el espacio urbano entendido como la plataforma donde se despliega y resuelve el conflicto. Ya sea desde el pluralismo agonista planteado por Mouffe; o confrontado a la idea del espacio como campo para la democracia deliberativa del consenso y justicia social pregonado por Rawls o Habermas. Ambas posiciones se manifiestan y enfrentan en el espacio urbano; y la arquitectura, infraestructuras,  las políticas de vivienda y planificación han sido su representación más fiel, incluso exacerbado estas diferencias.

Pese a la desidia y negligencia que hemos tenido ante el cuidado de nuestras ciudades, atizadas por estos dos años de vandalismo, cuarentenas y distanciamiento social impuesto por la pandemia, la ciudad sigue ofreciendo la oportunidad para reconocer y resolver esos conflictos enriquecedores y regalos inesperados del azar desde su coexistencia. Para ello debemos movilizarnos, sin pudor y con generosidad, desde el compromiso a la acción y el amor hacia la ciudad. Éste requiere coraje y liderazgo, pero por tratarse de una obra colectiva, también humildad. Como dijo el ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñaloza, “Cada vez que veas un detalle de una ciudad que te gusta, recuerda que no fue la ciudad la que lo hizo. Porque en términos de liderazgo, la ciudad no existe. Ese detalle a alguien se le ocurrió. Alguien lo soñó. Alguien luchó por él y lo sacó adelante”. Y lo más hermoso es que tal vez nunca sabremos quién fue esa persona, pero su legado será de todos.

Solo por medio del co-diseño del espacio colectivo, y poniendo los intereses comunes por sobre las posiciones personales, la ciudad será fuente de oportunidades, atajo hacia la equidad, la mejor herramienta para la lucha contra el cambio climático y el hogar donde logremos la tan deseada paz social.

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