Columna de Ascanio Cavallo: Hermosilla en la torre

Luis Hermosilla
Luis Hermosilla seguirá en el Anexo Capitán Yáber.

A partir de este caso también se ha desplegado un repertorio de debates que están en el centro de la vida en sociedad: los límites entre la vida pública y la privada, la discusión entre libertad y licencia (que tanto preocupó a Andrés Bello), las relaciones entre los poderes del Estado, los bordes éticos de la profesión del derecho, el trazado de las redes de influencia...



Hace ya tres semanas que el procesamiento del abogado Luis Hermosilla ocupa el primer lugar de las referencias en las redes digitales. En algunos momentos ha llegado a quintuplicar al tópico que le sigue -el más importante en las semanas previas-, el de la seguridad interior, mientras lentamente va quedando atrás el fraude de Maduro en Venezuela, como era de suponer. Esto significa un alivio momentáneo para los sectores políticos asediados por esas materias, pero es muy prematuro sacar cuentas sobre los efectos finales.

Hay buenas y malas razones para tanta preocupación. Entre las malas, están los cálculos políticos que pasan por alto el hecho de que el caso contamina a todos los sectores, tengan o no vinculación con Hermosilla, y al margen de si subjetivamente se sienten fuera de todo, en un limbo impoluto.

También es una mala razón esa proverbial ansiedad que comparten muchos chilenos por confirmar que existe un patriciado de personas que abusan de todo el resto y se acomodan entre sí para no responder por nada. Una mayoría olvida que Hermosilla está donde está por un caso de odio societario en el medio de una empresa envenenada. Quien quiera descubrir allí las maneras en que actúan los “poderosos” no puede sino llevarse una decepción. Tampoco hay indicios de patriciado: los delitos que se investigan más bien brillan por su vulgaridad.

Sin embargo, el Presidente Boric se sumó a esa turbamulta emocional con una declaración acerca de los “poderosos” y las “élites” que no han de quedar impunes bajo su gobierno. Regresó así al “ellos” contra “nosotros”, las “élites” contra el “pueblo”, que está en las bases ideológicas de sus alianzas. Vaya usted a saber qué intrincada mecánica neuronal conduce a alguien que va a celebrar el Día de la Educación Técnico-Profesional a despachar un juicio sentencioso sobre alguien que acaba de ser formalizado. Ese mismo día también envió un mensaje de saludo al excapitán de la Selección de Fútbol Claudio Bravo.

Por estas y otras razones, Luis Hermosilla ya ha sido condenado y la defensa que encabeza su hermano Juan Pablo, titánica y todo, de momento sólo puede aspirar a las atenuaciones. El proceso penal recién ha comenzado y probablemente tomará un tiempo, pero ya es inimaginable que sea declarado inocente. Sabremos en otro momento cuáles son sus culpas técnicas, pero de momento es culpable de mil cosas oscuras, y no son pocos los que le desean una larga cárcel en las peores condiciones posibles. Es curioso. ¿Cómo se siente una persona deseándole a otra la prisión más dura? ¿Aliviada, satisfecha, justa?

De cualquier modo, a partir de este caso también se ha desplegado un repertorio de debates que están en el centro de la vida en sociedad: los límites entre la vida pública y la privada, la discusión entre libertad y licencia (que tanto preocupó a Andrés Bello), las relaciones entre los poderes del Estado, los bordes éticos de la profesión del derecho, el trazado de las redes de influencia, en fin, todo lo que está en la base de la confianza social, aquello que “nos permite caminar erguidos en una comunidad”, como diría Habermas.

Hace ya tiempo que los estudios reflejan que la desconfianza interpersonal está en Chile en sus peores niveles. Más o menos, desde la mitad de la década pasada. Sobre esa desconfianza se asientan el delito, la violencia, el crimen organizado, la pobreza, la insolidaridad y la anomia. Debatir sobre estas cosas podría ser una oportunidad para confrontarlas y buscar una reparación que las instituciones no están proveyendo, aunque, como les gusta repetir a todas las autoridades, desde el Presidente Lagos, por ahora funcionen. Pero, por supuesto, nada se discute durante un linchamiento.

Entre las buenas razones para prestar atención al desarrollo del caso, quizás la más nítida es la que se refiere al funcionamiento de la justicia y, en especial, de los tribunales superiores. Es visible que hay allí algún tipo de falla estructural, no sólo por lo que Hermosilla haya hecho o dejado de hacer, sino porque los propios altos magistrados parecen atrapados en una asfixiante red de influencias que los incitan a buscar amistades más allá de sus funciones.

En 1993, cuando el Senado destituyó por primera vez en la historia a un miembro de la Corte Suprema, hubo un sensible desplazamiento en los énfasis y las prioridades de la magistratura. Y hubo muchas voces entonces (sobre todo en la derecha) que clamaron por la destrucción del Poder Judicial, pero lo que ocurrió fue lo contrario: un peso muy ominoso quedó despejado. De eso ya han pasado 30 años y fuerzas muy similares a las que operaban entonces se han instalado de nuevo en el máximo órgano de justicia, seguro que por inercia, pero también por la ausencia de reformas decididas. Como en 1993, la propia corte debería tener el máximo interés en despejar esa fronda. Están en juego su autoridad ante la sociedad y su propio funcionamiento cotidiano.

Sería un resultado paradójicamente positivo para un caso que hasta aquí sólo arroja sombras sobre todo el país.

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