Columna de Héctor Soto: Romper el empate
Almodóvar parece tener conciencia de haberse quedado pegado en las mismas teclas en los últimos años y eso tiene mucho de cierto. Hace tiempo que está arriesgando poco en sus trabajos. Se entiende entonces que haya anunciado, para romper el empate, que se propone saltar a la producción en inglés.
A mediados de febrero Netflix debería estar exhibiendo la última película de Almodóvar, Madres paralelas, de nuevo con Penélope Cruz, cuyos derechos esta plataforma compró para Latinoamérica. Debe haber sido una decisión difícil para el cineasta español. Todavía no está muy bien visto en la industria del cine “pactar con el enemigo”. Pero la realidad es la realidad y, tal como están las cosas, con cadenas exhibidoras muy venidas a menos en la actualidad, el streaming no solo es una oportunidad sino también muchas veces una tabla de salvación.
Lo es en especial para aquellos realizadores que quieren seguir expandiéndose. Almodóvar parece tener conciencia de haberse quedado pegado en las mismas teclas en los últimos años y eso tiene mucho de cierto. Hace tiempo que está arriesgando poco en sus trabajos. Se entiende entonces que haya anunciado, para romper el empate, que se propone saltar a la producción en inglés. Lo hará nada menos que de la mano de la actriz Cate Blanchett y adaptando el Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin. Son palabras mayores, efectivamente, y que debieran sacarlo de la esfera de confort en que sus trabajos se han instalado en los últimos años. Madres paralelas podrá ser un trabajo estimable, pero está congelado en lo que sabemos. Por supuesto es un melodrama, ahora de hijos intercambiados. Por supuesto es un tributo a la maternidad de esas mujeres fuertes y destempladas que pueblan su cine. Y por supuesto que es otro paso más en la dirección que ya traían sus películas, a efectos de diluir el anarquismo delirante o disolvente de sus inicios en el pensamiento políticamente correcto ahora en boga. La cinta hace flamear todas las banderas exigidas en la actualidad: feminismo, revisionismo histórico, victimismo, equidad de género, indignación moral. Vaya vaya: ¿este es el mismo realizador que filmó La ley del deseo o Mujeres al borde de un ataque de nervios? La pregunta es válida porque cuesta unir la figura del francotirador de entonces con este cineasta comedido y bien pensante.
Mientras el director español se preparaba para entrar a otra etapa de su carrera, a comienzos de la pandemia filmó un cortometraje de 30 minutos que Mubi programó hace algunos días. Se titula La voz humana y está basado libremente en una pieza de Jean Cocteau escrita en 1930. Lo protagoniza la actriz británica Tilda Swinton y es un largo monólogo. En un escenario amplio y teatral, una mujer pálida, herida, distinguida, elegante y descompensada se contacta telefónicamente con el amante que la abandonó. La situación la sobrepasa. El trabajo de la actriz es una precisión abrumadora y está claro que Almodóvar se siente en su elemento. Ella está golpeada, ha sido humillada, quiere venganza, flirtea con el suicidio, dice estar odiando y odiándose como nunca. La histeria como festín, el colapso emocional como estrategia y el dolor como redención. El corto es agotador obviamente, pero prueba dos cosas que no son anecdóticas: que el mundo de Almodóvar puede ser un producto globalizable y que es cosa de encontrarle los debidos correlatos, escenarios y rostros a sus historias y obsesiones personales para lograr que entren por la puerta ancha a Hollywood y el mundo anglosajón.
Hasta ahí el proyecto parecería viable. El problema está en la gradual pérdida de combustión interna de sus películas. Alguna vez Almodóvar fue un zorro huidizo y de cola plateada. En los últimos años, sin embargo, está teniendo algo de hipopótamo.
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