La discusión pendiente
Por Javiera Martínez Fariña, Presidenta de Rumbo Colectivo
El conflicto entre el Ejecutivo y el Congreso en torno al tercer retiro- que finalmente se instaló como una suerte de plebiscito sobre el Presidente- ilustra de buena manera los déficits institucionales del sistema político, los cuáles han tenido tanto un espacio tímido en el debate constitucional.
Si bien en las fuerzas del Apruebo pareciera haber consenso sobre la excesiva concentración de atribuciones en el Presidente, pocas voces se pronuncian sobre cómo garantizar otras aristas relevantes del diseño institucional: cómo lograr mayor representación de la sociedad a través de un vínculo adecuado entre representantes y representados, o cómo avanzar a una concepción más deliberativa de la democracia, o cuál es la importancia del cumplimiento de los programas de gobierno.
Expresión de lo anterior es la ausencia de consensos sobre el sistema a diseñar, quedando la discusión reducida a una, al parecer, mayoritaria oposición al hiperpresidencialismo. El debate público no puede limitarse a discutir sobre la categorización del régimen, sino que es necesario identificar qué es lo queremos cambiar, y para qué. Por ejemplo, en algunas propuestas constituyentes se plantea transitar a un semipresidencialismo, como si este fuera un camino intermedio entre presidencialismo y parlamentarismo, pero en ellas no queda claro si la motivación es solo la desconcentración de poderes en el Ejecutivo, o si se está buscando terminar con la actual división del Ejecutivo respecto del Legislativo.
Un nuevo sistema de gobierno debiera hacer posible la conducción y gobernabilidad por parte de quienes sean electos. Pero esa gobernabilidad requiere también mejorar la representación y la participación ciudadana en la dirección del gobierno. Una opción poco explorada por partidos y candidaturas, es el parlamentarismo. Tal propuesta conlleva un cambio de paradigma respecto del problema constitucional básico: cómo se organiza el poder, donde el Jefe de Gobierno necesita la confianza del Parlamento para gobernar.
Algunas de las virtudes del parlamentarismo que son necesarias recordar: permitir que las mayorías gobiernen recogiendo la diversidad en ello si es combinado con un sistema electoral proporcional, hacer posible elecciones anticipadas en respuesta al mal desempeño del Jefe de Gobierno, y por lo tanto darle más flexibilidad al sistema político, pero también hacer probable el éxito de gobiernos bajo alianzas programáticas. Efectivamente un buen sistema parlamentario necesitará partidos políticos robustos, programáticos, con alta capilaridad social, y que pongan el acento en la construcción colectiva de proyecto en contraposición a los personalismos. No hay fórmulas mágicas y ningún sistema será una solución instantánea a la crisis actual. Lo fundamental es que la discusión, la que con la elección de convencionales será cada día más apremiante, mire más allá de las etiquetas y de qué podría haber evitado la deriva política de este gobierno, para dar paso a una discusión fraterna sobre el sistema político y sus fines.
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