Terapia de shock

(AP Photo/Michael Sohn)

Por Juan Pablo Sims, Centro de Estudios de Relaciones Internacionales de la Universidad del Desarrollo

Alemania es un país que, al menos visto desde Chile, tiene todo lo que nos gustaría. Es seguro, estable, y eficiente. También, es la tierra de proezas tecnológicas tales como Volkswagen, Mercedes, Porsche, y tantos otros. Sin embargo, a pesar de tantas maravillas, el modelo o sistema alemán, al igual que el chileno, está enfrentando su mayor crisis en las últimas tres décadas, una suerte de terapia de shock, profunda y multicausal, la que podría desencadenar, justo como en nuestro país, cambios estructurales que determinarán el futuro de las próximas generaciones.

En los últimos años, Alemania ha centrado su modelo político-económico en cuatro factores fundamentales: austeridad fiscal; exportación de bienes manufacturados con una fuerte dependencia del mercado chino; un reducido gasto militar que ni siquiera alcanza el 2% del PIB acordado por OTAN –externalizando los costos de defensa a EE.UU.–; y la transición a una matriz energética más limpia, que implicó depender desproporcionadamente del gas proveniente de Rusia, alcanzando el 55% del total, lo que se sumó a la venta de refinerías, instalaciones de almacenamiento de gas y a la eliminación gradual de reactores nucleares.

En pocos años, estos cuatro factores han entrado en crisis. Primero, debido a las cicatrices dejadas por la pandemia del Covid-19, la famosa austeridad fiscal alemana pareciera estar en retirada. Muchos han argumentado que se está formando un nuevo consenso respecto a las potencialidades del gasto público, en particular dado que Alemania no ha invertido suficiente en infraestructura y existen múltiples áreas en las que se han quedado atrás, como el mantenimiento de carreteras, puertos e incluso conectividad digital.

Segundo, la dependencia de la industria y del mercado chino también están siendo cuestionadas. Según datos prepandemia, en términos absolutos, la manufactura ya no está creciendo y su participación en el PIB ha caído a solamente el 20%, lo que sigue siendo alto en comparación a otros países desarrollados como EE.UU. y Reino Unido, donde dicho factor representa el 11% y 9% del PIB, respectivamente.

No obstante, existen serias dudas sobre cómo sustentar la matriz productiva alemana de cara a la profundización de la transformación digital y el envejecimiento acelerado de la población. Al mismo tiempo, en función a los costos asociados a una ola de “desglobalización”, resulta evidente el riesgo de depender desproporcionadamente del mercado chino, que ha estado fuertemente golpeado por políticas relacionadas con el control del Covid-19 y la burbuja inmobiliaria.

Tercero, la guerra entre Rusia y Ucrania presenta obvios desafíos para la independencia energética alemana, dado que la energía empieza a ser utilizada como elemento de presión política. Lo que se conecta con el último punto, los riesgos de la sobre dependencia del gas ruso han dejado en evidencia la necesidad para Alemania de contar con una estructura de defensa independiente y robusta.

Todo sistema de toma de decisiones está caracterizado, en mayor o menor medida, por inercia organizacional. Siempre es difícil llevar a cabo cambios significativos en todo tipo de instituciones. Lo mismo se aplica a sistemas políticos.

Alemania, al igual que Chile, es un país que ha mantenido -con diferencias- un esquema exitoso y estable en las últimas décadas y que, de manera sorpresiva, se ha enfrentado de lleno a una serie de crisis multicausales que han cuestionado en gran medida los cimientos de la sociedad. Una suerte de “terapia de shock”.

Sin embargo, la diferencia sustancial recae en que, a pesar de una importante fragmentación, las fuerzas políticas han convergido de forma pragmática al centro. En contraposición, en nuestro país, las autoridades están tomando el camino contrario. Radicalización en vez de la convergencia y moderación. En ese sentido, me pregunto, si la terapia de shock que hemos vivido desde 2019 no ha sido suficiente para favorecer la cooperación en Chile, y superar las mezquindades y los apetitos de la política contingente, ¿qué lo será?, ¿qué tipo de crisis o shock necesitaremos para poder ver colaboración al estilo alemán?

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