Berta Benavente, la imparable funcionaria pública de 96 años

Berta

Desde hace más de 23 años que Berta trabaja en programas que buscan mejorar la vida de las personas mayores. A sus 96, asegura que hay que preocuparse por ellos porque pasan a estar en el rincón de la casa.




La rutina laboral de Berta Benavente no es demasiado distinta a la de cualquier funcionario público o empleado de oficina. Todos los días se levanta temprano y toma desayuno en su casa, ordena un poco antes de salir y luego maneja en su auto hacia la Municipalidad de Puente Alto. A las 8:30 ya está sentada en su escritorio para comenzar una jornada que suele terminar a las 17:18, pero que a veces se alarga un poco más por las salidas a terreno que tiene que supervisar.

Como coordinadora del Área de Talleres, Berta se pasea vigilante entre los grupos de personas mayores que participan en actividades con telares, tejidos y otras manualidades, o ensayan canciones populares y afinan instrumentos de música. Los empleados de la Municipalidad la saludan, le dicen “Bertita” y a veces le preguntan cosas. Ella ayuda siempre que puede porque lleva mucho tiempo ahí y sabe cómo funciona todo.

Berta tiene 96 años -que no representa- y los últimos 23 los ha dedicado a trabajar en programas para personas mayores de la Municipalidad. No tiene ninguna intención de dejar de trabajar.

Su energía imparable y su experiencia la convirtieron en una presencia indispensable en su oficina. De hecho, fueron sus propios compañeros quienes la nominaron, cuando fue seleccionada, como una de las 100 líderes mayores 2023 por su labor comunitaria.

Una de esas colegas la acompaña durante esta entrevista virtual para ayudarla con cualquier problema técnico que pueda surgir. Dice que Berta es “lo más valioso” que tiene el municipio y que es considerada entre sus colegas como un “patrimonio”. Otros de sus compañeros comentan que Berta es como un “motor” que genera una especie de admiración en cada persona que se cruza. Todos quieren esa energía en la vejez, esa entrega para que las cosas funcionen en los clubes que tiene a su cargo.

Pero a Berta no le gustan los halagos, frunce el ceño y hace un gesto con la mano: “habla demasiado, demasiado”, dice.

Llegó a Puente Alto el año 2000, cuando la Municipalidad la reclutó justo después de su jubilación. Berta conocía la comuna muy bien ya que su marido e hijos solían pasar mucho tiempo en Las Vizcachas haciendo automovilismo. Antes de eso, había trabajado como funcionaria y voluntaria en otras municipalidades, pero más bien en programas dedicados a niños y niñas. Cuando le dijeron que querían que se integrara a un equipo para trabajar con personas mayores, se desconcertó.

“Yo había trabajado siempre con niños. No sabía qué iba a hacer con los adultos mayores, pero me enchufaron con ellos así que empezamos a inventar cosas”, dice.

En ese momento la Municipalidad tenía unos 60 clubes para personas mayores, pero según detalla Berta, no había muchas actividades. “Entonces ahí fuimos inventando cosas y encontré el apoyo de las personas cuando a mí se me ocurría alguna locura, como le decía a mi jefe en ese tiempo”, cuenta.

Berta

¿Cuáles fueron algunas de esas locuras?

“Se me ocurrió formar, por ejemplo, una banda de adultos mayores. Me dijeron, ‘ya po hágalo, pida lo que necesita’. Pedí que me compraran instrumentos y formamos una banda de adultos mayores. Eran 12 personas en ese tiempo y llegamos a ser cincuenta y tantos viajando por varias partes de Chile, desde Arica hasta Temuco. Desfilan también para el 18 de septiembre. Después se me han ido ocurriendo cosas que también han resultado como hacer un coro de adultos mayores con canciones populares del tiempo de ellos, no con estas cosas de ahora raras, estos perreos”.

¿Cuál es su principal motivación al trabajar con personas mayores?

“Hay que preocuparse por los adultos mayores porque ellos ligerito pasan a estar en el rincón de la casa. Cuántas veces vimos gente que tenía su casita y se casó el hijo, el hijo llegó con la nuera y sus hijos y el abuelo pasó a la pieza trasera. Después los viejos somos unos bultos. Y si quieres compartir en la mesa con la familia, la mayoría de los hijos están con el teléfono y el abuelo está ahí arrinconado. Por eso le digo a ese abuelo que tiene que salir de la casa, participar en los clubes”.

Berta detalla que hay más de 300 clubes activos en donde las personas mayores pueden participar y que la municipalidad organiza paseos fuera de la ciudad, almuerzos y otras actividades que, según ha sido testigo por tantos años, son fundamentales para tener una mejor vejez. Muchos municipios las tienen, detalla, y para ella son espacios clave que deberían recibir más apoyo.

Muchas de las personas mayores que conoce en los talleres se sienten solas o descuidadas, comenta. “Les digo que tienen que compartir con los demás, que no le tengan miedo a participar y traten en lo posible de no hablar de enfermedades”, uno de los tres temas prohibidos en los talleres. Los otros dos son la religión y política porque, según cuenta Berta, generan discusiones.

“Siempre les digo que tienen que salir de sus casas. Tienen que cambiar de olor, de color, tienen que compartir con otras personas y cambiar de ideas, conversar de otros temas”, dice.

¿Y cómo le aporta estar involucrada en esto a usted?

“A mí me sirve mucho porque, a la edad que tengo, mira la energía que tengo. Mis hijos siempre me dicen mamá, saca la patita del enchufe. Y yo les contesto: ¿qué quieren que me venga a sentar en la casa hasta que el caballero me llame? No. Siempre estoy pensando qué más puedo hacer, qué más puedo inventar para los adultos mayores. Hasta que el caballero me diga ‘hasta aquí llegamos’ yo me mantengo entretenida”.

¿Cree que a veces se infantiliza a las personas mayores o se les impide hacer cosas por la edad?

“Los abuelos están bien conscientes de sus estados físicos y de su salud. Entonces yo a veces los distraigo para que no me hablen tanto de eso, trato de sacarlos del tema que los angustia. Trato de decirles que saquen un ejemplo y que la edad no te limita a hacer cosas, menos las cosas que tendrías que hacer para estar mejor en la vida, para pasar un final de vida mejor”.

Los fines de semana Berta ocupa su tiempo en cuidar a su hermana menor que está hospitalizada, y a visitar a sus nietos y bisnietos, el linaje de los seis hijos que tuvo. Siempre estuvo rodeada de una familia numerosa, lo que forjó su independencia desde muy chica. Nació en 1927 en Santa Cruz pero su familia se mudó a San Bernardo a una casa “enorme” donde se crió con sus otros 10 hermanos. No alcanzó a graduarse del colegio cuando murió su papá.

“Mis hermanos mayores dijeron ‘las niñitas a trabajar’. Me hubiera gustado estudiar, pero había que mantener la casa tremenda que teníamos en San Bernardo y todos nos pusimos a trabajar, la necesidad era más grande. Yo tenía 18 años”, recuerda.

Fue secretaria en un estudio de abogados y luego pasó a ser parte del equipo de secretarias del entonces presidente de la República, Gabriel González Videla. Ejerció el mismo cargo en su oficina particular cuando terminó su período. Durante esos años conoció a su marido, con quien estuvo ocho años antes de casarse.

“Era de los maridos antiguos que decían: elige, el trabajo o yo”, explica Berta.

Tuvo seis hijos que la mantuvieron ocupada por muchos años y cuando “ya estuvieron casi todos casados” volvió a trabajar. “Nunca se me ocurrió que hay cosas que una por ser mujer no puede hacer”, dice.

Desde que llegó a Puente Alto su principal meta ha sido fomentar el movimiento y para eso ella ha tenido que dar el ejemplo, comenta. Cuenta que una vez incluso terminó subida arriba de un Canopy en un paseo de la oficina porque la instrucción general era que todos hicieran alguna actividad deportiva.

“Empecé con este afán de que la gente esté ocupada, que se entretenga, que no se quiera sentar en la casa. Les digo que caminen, que se muevan. Yo mismo en la oficina a veces le digo a mi compañero de trabajo: no me mires, estoy haciendo gimnasia. Muevo las piernas debajo del escritorio, muevo los brazos y salgo a revisar los clubes y talleres. Veo si la gente se inscribió, si están cumpliendo, quiénes están enfermos, si hay problemas. Hay días que son intensos”.

¿Cómo se tomó el reconocimiento que recibió?

“Me da orgullo, pero al principio no entendía nada. Me felicitaban, pero todo lo que he hecho yo no lo puedo hacer sola, tengo que estar acompañada de gente que acepte las ideas que se me ocurren. Yo no soy luciérnaga, no me gustan las luces. Siempre estoy en mis cosas, por un lado, no estoy donde está el jefe o donde está la lámpara. Me gusta hacer cosas y que la gente que está más arriba reconozca que se han hecho cosas, pero no porque las hice yo”.

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