Entre abrazos y prejuicios: mi cuerpo, el tema en la Navidad
Se acercan las fiestas de fin de año donde abundan las cenas repletas de sabores, brindis emotivos, risas y reencuentros, una época que para muchas personas, en especial para las mujeres, también trae consigo una sombra difícil de ignorar: el miedo a subir de peso, a recibir comentarios hirientes sobre el cuerpo y a enfrentarse a mesas donde, más que comida, se sirven juicios disfrazados de preocupación.
Cuando somos niños, la Navidad es pura alegría. Comemos sin culpa, abrimos nuestros regalos y esperamos con ansias ese postre especial que deseamos todo el año. La mesa es un lugar seguro, lleno de risas y unión. Para algunas familias, esas tradiciones se mantienen intactas, un bálsamo de unión y felicidad. Pero para otras, el escenario cambia con el tiempo.
De más grandes llegan las inseguridades y aparece ese primo obsesionado con el gimnasio, que con ese tono “especial”, opina sobre tu cuerpo después de un año sin verte, como si fuera experto en tu bienestar. También está esa típica tía que, entre un brindis y otro, aprovecha para decir que te ves “más linda delgadita”. Palabras que quizás vienen con cariño —o eso te dicen— pero que terminan siendo una herida más, sumándose a las que ya cargas.
Y así es como en una fecha tan importante dejamos de disfrutar la comida y se convierte en una tortura. Cada bocado se siente observado, cada porción se mide como si nuestro valor dependiera de lo que hay en el plato. Esa carne con papas duquesas, ese trozo de pan de pascua o ese vaso de cola de mono, que deberían ser motivo de goce, terminan siendo enemigos que debes enfrentar con culpa.
Pero déjame decirte algo: tu cuerpo no es el problema. No eres tú quien debe encajar en un estándar imposible ni justificar tu existencia en una sobremesa incómoda. No viniste a este mundo para vivir midiendo tus porciones ni para disculparte por tu apariencia que pareciera no cumplir con los estándares del resto. Tu cuerpo es mucho más que un tema de conversación; es tu espacio de vida, con el que bailas, abrazas, ríes y existes. No merece ser examinado ni juzgado como si fuera un proyecto ajeno.
Quienes lanzan estos comentarios, a veces sin siquiera darse cuenta del daño que causan, también son víctimas de un sistema que se encarga de medir cuanto valemos según los kilos que pesamos, las tallas que habitamos, y lo que nos echamos en el plato. Han aprendido a juzgar porque, en el fondo, temen ser juzgados. Pero podemos romper este ciclo. Podemos elegir el amor sobre el juicio, el respeto sobre las críticas.
Este año, hagamos algo distinto. Volvamos a la verdadera magia de estas fechas. Sentémonos a la mesa con corazones cálidos, con palabras amables, y con la certeza de que nuestro valor —y el de quienes amamos— no se mide en números ni etiquetas. La Navidad no se trata de cuerpos perfectos ni platos intactos; se trata de conexión, de amor y de compartir momentos que nos nutren el alma.
A quienes hoy temen enfrentarse a esa cena de Navidad, les digo: no están solos. Sus cuerpos no necesitan defensas ni justificaciones. Su existencia vale por sí sola, completa y auténtica. No dejen que las miradas ajenas les roben el derecho de disfrutar.
Y a quienes ejercen estas críticas, los invito a reflexionar: ¿por qué el juicio parece reemplazar tan fácilmente al cariño? ¿Por qué se les hace tan urgente opinar sobre el cuerpo de otro, especialmente en un espacio que debería ser de conexión y afecto? Si la Navidad es un momento de amor y de disfrutar con nuestros seres queridos, ¿por qué se siguen usando palabras que hieren y gestos que apartan a los que más se aman?
Este fin de año dejemos los prejuicios fuera de la mesa y sirvamos amor sin condiciones. Porque en el fondo, esa es la única tradición que vale la pena repetir.
* Carolina es nutricionista especialista en Trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.
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