Columna de Carlos Correa: Adiós General
La estatura del General se fue. No será este gobierno el que la reponga en dicho lugar, pese a las declaraciones demasiado optimistas del vocero de gobierno. La larga restauración que estimaron expertos hará que la decisión de la ubicación final del General no sea de la actual administración, sino del nuevo gobierno que asumirá en marzo de 2022.
Hay tres factores que hacen pensar que Baquedano se despidió para siempre de la plaza que lleva su nombre. En primer lugar, la presión del Ejército, que considera todo el daño a la estatua de uno de sus generales como una afrenta a su honor y por ello prefiere un lugar más resguardado. Por otro lado, los propios manifestantes de la Plaza Italia verán el retorno de Baquedano como una provocación, y la nueva administración lo primero que deseará es la recuperación del orden público y no estará dispuesto al gesto simbólico que no le reditará ningún beneficio.
Hay un tercer factor hasta hace poco olvidado: la remodelación del eje principal de la ciudad de Santiago. Uno de los proyectos más ambiciosos del gobierno regional era convertir dicha plaza en una explanada, hundiendo la avenida providencia y con ello simplificando el tráfico en la ciudad. A los inicios de este, el gobierno echó por tierra dicha alternativa, pues veía que iba a implicar la segura elección como gobernador del intendente que más promovió dicha iniciativa. El retorno del proyecto eje Alameda Providencia deja a Baquedano sin plaza que lo reciba, y al candidato Orrego listo para ganar la gobernación.
Todo esto habla de un aspecto simbólico más que histórico o urbanístico. La partida del General de la plaza implica para el gobierno una derrota mayor en el control del orden público. Hay que recordar uno de los días más felices del Presidente, aquel en que en mangas de camisa fue a fotografiarse a la plaza vacía, desatando críticas en muchos, pero aplausos cerrados en sus votantes. Así fue como las encuestas empezaron a sonreír. Con ayuda de la pandemia el gobierno calmó la calle en marzo del año pasado, y la ofensiva que muchos sectores opositores pensaban desatar y así presionar al Congreso para que destituyera a Piñera quedó en nada. El deseo del Presidente de fotografiarse y así emular al conquistador de Lima muestra el alivio de entonces.
Por ello, y entendiendo el carácter simbólico, las autoridades destinaron siempre contingentes de Carabineros a cuidar el monumento. Daba lo mismo que a pocos metros los violentistas dañaran y saquearan los locales del turístico barrio Lastarria, mientras que el pedestal mantenía incólume su color pastel, sin rayados algunos. Para el gobierno se convirtió en una gesta, y por tanto la salida de la estatua no es un asunto de restauración, sino un asunto de honor. Quien lo entendió perfectamente fue Jose Antonio Kast, que aprovechó la oportunidad para ir con sus candidatos a repudiar al gobierno a la Plaza Italia. Nuevamente la plaza con los vociferantes de Kast fue un símbolo, esta vez del mal negocio que hizo el oficialismo en aliarse con el exdiputado, supuestamente para contenerlo.
Para el Presidente, partir su último año del gobierno con la partida forzosa de la efigie es una derrota completa en uno de sus baluartes: el orden público. Le queda entonces dos tareas para su gobierno: la recuperación económica y la plena normalidad en la elección constitucional y la instalación de la convención. Al igual que en esa foto en Plaza Italia donde el Presidente prometió cuidar al General, tiene su palabra empeñada en sacar la reforma de pensiones. Pero la oposición ya olió la debilidad y al igual que tuvieron que sacar la mole de bronce de la plaza, buscará que el gobierno ceda y deje instalado el ahorro colectivo que tanto duele en la derecha.
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