China lleva US$ 1 billón de ventaja en la lucha arancelaria

Some economists see China’s trade surplus as evidence of an unsustainable growth model. Photo: Florence lo/Reuters
China lleva US$ 1 billón de ventaja en la lucha arancelaria

El superávit comercial chino demuestra que los esfuerzos occidentales por reducir la dependencia de China se están quedando cortos.




Donald Trump dio el pistoletazo de salida a una nueva era de rivalidad económica de Occidente con Beijing cuando asumió el cargo en 2017. Mientras se prepara para su segundo mandato, el dominio de China en el sector manufacturero mundial es mayor que nunca.

China acaba de registrar un superávit comercial con el resto del mundo de casi un billón (millón de millones) de dólares para 2024, según datos oficiales publicados esta semana. Esa gigantesca brecha entre exportaciones e importaciones -aproximadamente igual a la producción anual de Polonia- es ahora tres veces mayor de lo que era en 2018, cuando décadas de ortodoxia occidental a favor del comercio abierto se vieron trastocadas por los aranceles de Trump a las importaciones chinas.

China representa hoy alrededor del 27% de la producción industrial mundial, según datos de Naciones Unidas, frente al 24% de 2018. Para 2030, según las previsiones de la ONU, la cuota de China en la industria habrá aumentado hasta el 45%, un nivel de dominio sin parangón desde el apogeo manufacturero de Estados Unidos en la posguerra o del Reino Unido en el siglo XIX.

Para Washington y sus aliados, este ascenso demuestra que los esfuerzos por reducir su dependencia de China se están quedando cortos. Eso sugiere que seguirá siendo difícil para Trump reequilibrar las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China, incluso si eleva los aranceles.

En los últimos años, Estados Unidos ha impuesto aranceles a importaciones chinas por valor de miles de millones de dólares y ha ofrecido subvenciones a fabricantes de chips y a otras empresas de sectores estratégicos. En mayor o menor medida, los gobiernos, desde Berlín a Tokio, han adoptado una combinación de políticas similar para rejuvenecer sus sectores fabriles y proteger a los campeones estratégicos de la competencia china.

Pero China ha respondido buscando otros clientes, subvencionando sus fábricas y eludiendo los gravámenes trasladando la producción a otros países. De momento, estas estrategias mantienen intactas las fábricas chinas, aunque sus problemas económicos se multiplican: el exceso de capacidad, el fantasma de la deflación y el hundimiento de los beneficios empresariales arrastran el crecimiento.

El resultado es una economía mundial cada vez más desequilibrada, que muchos analistas y políticos occidentales temen que no pueda continuar.

La expansión de la cuota de producción mundial de China prevista por la ONU significa que la cuota de fabricación de otros países tendrá que reducirse a menos que algo cambie. Los perdedores serán las economías manufactureras como Alemania, Japón y, potencialmente, Estados Unidos, así como los países pobres que esperan ascender en la escala del desarrollo construyendo fábricas para competir con China.

Estas tendencias están dando lugar a debates sobre qué deben hacer Estados Unidos y sus aliados, si es que deben hacer algo.

Trump ha prometido imponer aranceles más severos y generalizados a las importaciones chinas, potencialmente del 60% o más. Su nuevo jefe de comercio ha planteado la idea de imponer aranceles a las importaciones de terceros países fabricadas con piezas chinas o por empresas chinas.

El gobierno del Presidente Biden combinó los aranceles con nuevos controles a la exportación de tecnología avanzada de semiconductores por motivos de seguridad nacional, al mismo tiempo que endurecía las normas sobre inversiones estadounidenses en China.

La Unión Europea se ha mostrado más cauta, pero hay indicios de que su actitud hacia las prácticas comerciales chinas se está endureciendo, lo que acerca al bloque a Estados Unidos. El año pasado impuso aranceles a los vehículos eléctricos chinos y esta semana acusó a China de discriminar injustamente a los fabricantes europeos de dispositivos médicos en su mercado nacional, preparando el terreno para nuevas represalias.

En noviembre, la Autoridad de Recursos Comerciales del Reino Unido recomendó imponer aranceles del 83,5% a las excavadoras chinas tras una investigación antidumping de un mes de duración.

Superávits por doquier

Los aranceles y las subvenciones industriales de las administraciones Trump y Biden han estimulado una oleada de inversiones manufactureras en Estados Unidos, especialmente en sectores como el de los semiconductores, y han empujado a las empresas estadounidenses a trasladar parte de su producción a su país o a otros países amigos.

Aun así, algunos economistas han expresado sus dudas sobre si los aranceles servirán de mucho para que el Occidente, liderado por EE.UU., recupere una mayor cuota de fabricación mundial de China.

El superávit de bienes de China con Estados Unidos en 2024 era de US$ 360.000 millones, un 23% mayor en dólares que cuando Trump impuso los aranceles en enero de 2018. Estados Unidos ha reducido la proporción de sus importaciones que proceden directamente de China, aunque sigue dependiendo de las fábricas chinas para productos electrónicos, plásticos y farmacéuticos. También aspira ahora a productos fabricados en lugares como Vietnam y México con piezas chinas, a menudo en fábricas de propiedad china.

El superávit de China con la UE se ha más que duplicado desde 2018 hasta casi US$ 250.000 millones. El superávit de China con otras partes del mundo, especialmente el Sudeste Asiático, también ha aumentado.

En 2023, China superó a Japón y se convirtió en el principal exportador de automóviles del mundo. Sus fábricas producen ahora más de un tercio de las exportaciones mundiales de ropa, alrededor del 30% de las exportaciones mundiales de electrónica y el 22% de las exportaciones de maquinaria. En módulos de energía solar, China envía el 80% de las exportaciones mundiales.

Para apuntalar su posición en el comercio mundial, China ha inyectado ayudas a sus fábricas en forma de préstamos baratos y subvenciones, reforzando la capacidad de los fabricantes para seguir vendiendo a precios bajos y subcotizando a sus rivales en el extranjero.

La debilidad del tipo de cambio ha ayudado, al igual que la formidable experiencia de China en sectores emergentes como los vehículos eléctricos y los equipos de energías renovables.

Al mismo tiempo, el crecimiento de la demanda china de bienes del resto del mundo ha sido anémico. En parte se debe a la debilidad de su economía, golpeada por la crisis inmobiliaria, que necesita menos mineral de hierro y otras materias primas. También se debe a que China ha ido sustituyendo a los proveedores extranjeros de todo tipo de productos, desde productos químicos a automóviles, por proveedores nacionales.

China solía comprar muchos autos alemanes y maquinaria japonesa, afirma Stefan Angrick, economista jefe de Moody’s Analytics en Tokio. Pero ya no. Ahora China es el mayor exportador mundial de turismos y sus calles están llenas de vehículos eléctricos fabricados por empresas chinas como BYD y XPeng. Starbucks está perdiendo terreno en China frente a Luckin Coffee. Apple corre el riesgo de ser eclipsada en ventas de smartphones en China por Huawei.

“Ahora todo se fabrica en China”, afirma Angrick. Aunque los altos costos de la energía y otros factores también influyen, la disminución de la demanda china de los productos de las potencias manufactureras tradicionales ayuda a explicar por qué los sectores manufactureros de otros países están de capa caída, dijo. “China ya no necesita al resto del mundo como en el pasado”.

Cuestiones de sostenibilidad

Para muchos economistas, el superávit de 1 billón de dólares de China no es un signo de fortaleza económica, sino la prueba de un modelo de crecimiento insostenible que ya está creando problemas al país. A medida que la oferta supera a la demanda, los precios de producción en China han ido cayendo durante más de dos años, golpeando los márgenes de beneficio de las empresas y frenando la contratación y los ingresos.

China corre así el riesgo de hundirse en el tipo de estancamiento que persiguió a Japón durante décadas tras el estallido de sus burbujas bursátil e inmobiliaria a principios de la década de 1990.

Las autoridades chinas dicen que pretenden impulsar el consumo para contrarrestar estos y otros vientos en contra y evitar el destino de Japón. Pero sus esfuerzos hasta ahora -aumentar los pagos de pensiones y ampliar los programas de canje de automóviles por chatarra para fomentar el gasto en nuevos autos y electrodomésticos- no llegan al tipo de reformas profundas que muchos analistas dicen que China necesita para reequilibrar su economía y desbloquear un consumo más sostenido.

Las exportaciones chinas, en constante expansión, también han sido objeto de un mayor escrutinio en muchos mercados emergentes, como India, Indonesia y Pakistán, donde las autoridades temen que sus esfuerzos por industrializar sus economías y enriquecerse se vean amenazados por la abrumadora fuerza manufacturera de China. Turquía y Brasil se encuentran entre los países que se han unido a EE.UU. y Canadá en la imposición de aranceles al acero chino.

Sin embargo, algunos economistas creen que Estados Unidos y otros países que quieren frenar el dominio de las fábricas chinas pueden tener que hacer otros ajustes, como frenar sus propios hábitos de gasto.

En Estados Unidos, años de endeudamiento público entusiasta y un déficit de ahorro interno han contribuido al aumento del déficit comercial. Reducir el superávit chino podría exigir no sólo un cambio monumental en la economía china, sino también en la estadounidense.

“Este superávit está aquí para quedarse”, afirma Brad Setser, miembro del Consejo de Relaciones Exteriores y antiguo funcionario del Tesoro estadounidense. “Limitarse a imponer aranceles a China no resolverá este problema”.

-Traducido del inglés por Pulso.

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