El inversor que se está quedando con Rusia
David Amaryan, gestor de fondos de cobertura, apostó por las acciones rusas cuando el mercado se desplomó. Y no tiene ninguna intención de salirse pronto. De 41 años, se encuentra a caballo entre dos mundos. Su empresa, Balchug Capital, está registrada en Armenia, donde nació, pero vive y trabaja en Moscú.
Las acciones rusas se desplomaron después de que Vladimir Putin emprendiera la guerra contra Ucrania. Fue entonces cuando David Amaryan empezó a comprar.
Los inversores se deshacían de todo lo ruso, y el gestor de fondos de cobertura estaba encantado de tomar el otro lado de la operación. Compró acciones de los gigantes energéticos Rosneft, Lukoil y Gazprom. Compró bancos -incluido el mayor prestamista de Rusia, Sberbank- y algunos minoristas y empresas mineras locales.
Cuando Amaryan terminó con su racha de compras, alrededor del 55% de los 250 millones de dólares de su empresa de inversión se encontraban en acciones rusas, frente al 30% y 35% anteriores a la invasión.
A los inversores que buscan buenos negocios les encanta comprar cuando todos los demás venden. Ese impulso se ha visto recompensado sistemáticamente en el mercado bursátil estadounidense, donde el Dow industrial se ha disparado hasta 291 cierres récord desde 2008.
Sin embargo, Rusia es un caso totalmente diferente. Su líder está librando una guerra brutal contra Ucrania que ha dejado más de 1.000 muertes de civiles. Su infraestructura financiera ha sido cortada desde Occidente. Su mercado de valores es una bolsa sólo de nombre, con los inversores extranjeros prohibidos de vender acciones que han perdido gran parte de su valor.
Los grandes inversores, como Vanguard Group y Fidelity International, esperan a la salida con la esperanza de irse sin perderlo todo, pero Amaryan no tiene planes de vender. Está convencido de que las acciones rusas siguen siendo una posibilidad para invertir, a pesar de sus fuertes pérdidas.
La dinámica ofrece una visión de un mercado ruso restaurado, aislado de los centros monetarios mundiales y dominado por cazadores de fortuna como Amaryan, que han decidido que los riesgos financieros y políticos merecen la pena por las posibles ganancias.
“Definitivamente, no tenemos las gafas de color de rosa puestas. Todo es difícil”, dijo el inversor. “Pero estamos, en comparación con otros, en el nivel en el que sentimos estar preparados para intervenir”, sostuvo.
Amaryan, de 41 años, se encuentra a caballo entre dos mundos. Su empresa, Balchug Capital, está registrada en Armenia, donde nació, pero vive y trabaja en Moscú. Las acciones rusas representaron hasta el 70% de los beneficios de Balchug el año pasado, según una persona relacionada directamente con el asunto. La empresa tiene 11 empleados en Moscú y cinco en Ereván (Armenia), donde Amaryan vivió hasta los 14 años.
Amaryan comenzó su carrera financiera en Wall Street. Luego, en 2003, dejó Nueva York por Moscú para incorporarse a Citigroup Inc., donde asesoró a clientes de alto poder adquisitivo. Más tarde, trabajó en un prestigioso banco de inversión ruso que posteriormente fue absorbido por el Sberbank.
Echó raíces en Moscú, actuando como DJ en clubes locales y fundando un estudio de artes marciales donde practica jujitsu brasileño.
En 2010 Amaryan creó su propia firma, Copperstone Capital. Sin embargo, la empresa tuvo problemas cinco años después, cuando la Comisión de Valores y Bolsa acusó a Copperstone y a otros fondos de comerciar con información obtenida de comunicados de prensa robados e inéditos. Como consecuencia, pagó un acuerdo de 10 millones de dólares en 2016, pero no admitió haber actuado mal.
El inversor, que mantuvo su inocencia durante el proceso, cambió el nombre de la compañía por el de Balchug tras el acuerdo. Nunca se le prohibió gestionar dinero.
La firma apostó fuerte por las acciones rusas después de que diferentes inversores rechazaran al país por su invasión a Crimea en 2014. En 2019, alrededor del 80% de Balchug se invirtió en Rusia, a través de acciones rusas locales y la negociación de valores en Nueva York y Londres. Amaryan se cargó hacia las empresas petroleras y siderúrgicas. La firma subió un 46% ese año, según una persona familiarizada con el tema.
Balchug recortó algunas de esas posiciones para asegurar las ganancias cuando llegara la pandemia.
En 2021, estaba listo para volver a entrar en Rusia. Los precios de las materias primas eran altos y a la marca le había ido bien con las empresas mineras y de metales rusas. Algunas pagaban un 15% de dividendos en ese momento y todo el mercado cotizaba con un descuento del 30% al 35% respecto a otros mercados emergentes.
Esperando las sanciones, pero no la guerra, Amaryan redujo a principios de este año la deuda que utilizaba para comprar acciones, aumentó la posición de efectivo de la empresa a entre el 15% y el 17%, y disminuyó algunas participaciones en empresas rusas y occidentales. Balchug utilizó contratos de futuros para cubrir el rublo y compró acciones de una empresa que explota minas de carbón de alta calidad que funcionan en Rusia, pero que venden su producto a China a cambio de dólares estadounidenses.
Amaryan estaba “bastante confiado” de que Rusia no entraría en guerra con Ucrania, según declaró al Financial Times a principios de febrero. “Si fuera a haber una guerra, la gente estaría actuando de una manera diferente”, indicó en ese momento. “Todo el mundo está muy tranquilo”, agregó.
Un amigo despertó a Amaryan a las 5 de la mañana del 24 de febrero, diciéndole que pusiera las noticias. Putin declaró que Rusia estaba enviando tropas a Ucrania. “Fue un shock”, declaró. “Supe que a partir de ese momento iba a ser un periodo difícil”, manifestó.
Lo primero que pensó fue en cómo proteger a su empresa y a sus clientes -repartidos por Rusia, el Reino Unido, la Unión Europea y los Emiratos Árabes Unidos- en caso de que se impusieran sanciones. Trasladó más dinero de la empresa a bancos occidentales fuera de Rusia, donde ahora reside la mayor parte.
Un día después de la invasión, Amaryan volvió a comprar.
No podía creer que las empresas rusas de primer orden fueran a quebrar, a pesar de su fuerte caída. Consultó a sus clientes para asegurarse de que no tenían ningún reparo moral sobre la compra. Le dijeron que hiciera su trabajo y ganara dinero.
“Las mayores compañías petroleras y los mayores bancos no pueden valer unos cientos de millones de dólares”, dijo Amaryan, refiriéndose a la precipitada caída de las empresas rusas en las bolsas extranjeras.
La guerra en Ucrania le trae recuerdos de una infancia en Armenia marcada por las escaramuzas militares.
“Cuando gestionas un fondo de cobertura en los mejores momentos, intentas no dejar que las emociones se interpongan y creen algunos prejuicios”, señaló. “Es más difícil en momentos como éste”, añadió.
Pero Amaryan afirmó ser optimista. “Incluso las peores cosas del mundo tienen un principio y un final”, repite a sus clientes y empleados. Dijo que no ha recibido ninguna solicitud de reembolso.
Mientras aguarda que el mercado se recupere, Amaryan está estudiando empresas tecnológicas estadounidenses y europeas, y buscando grandes ofertas entre los valores chinos.
Espera que las condiciones en Rusia sean difíciles durante los próximos seis a doce meses. No obstante, está dispuesto a aumentar sus participaciones en Rusia, a un precio adecuado.
Cuando el mercado se abrió a finales de marzo, Amaryan se contuvo. Aseguró que está esperando a que los inversores extranjeros vendan, lo que podría proporcionar un mejor punto de entrada. Los precios tendrían que caer al menos entre un 20% y un 30% antes de pensar en comprar más, afirmó Amaryan, suponiendo que la situación en Ucrania no empeore.
A más largo plazo, cree que la relación de Rusia con China ayudará a aliviar el efecto de las sanciones occidentales. Amaryan menciona el petróleo, el gas, el trigo, los cereales, el níquel, el paladio y los fertilizantes como exportaciones que consolidan la posición del país como socio comercial vital.
“Hemos tenido muchos ejemplos en nuestra historia reciente en los que la gente pensaba que era el fin del mundo. Nunca lo es”, declaró Amaryan. “Y si, Dios no lo quiera, las cosas empeoran mucho, a ninguno de nosotros nos va a importar el mercado de valores de todos modos”, concluyó.
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