Estados Unidos tiene por fin una estrategia para competir con China. ¿Funcionará?
Esta consiste en un taburete de tres patas formado por más aranceles, restricciones de seguridad y subvenciones tecnológicas. Pero cuando se trata de estrategia económica, Estados Unidos es una especie de neófito. China traza su camino hacia el dominio económico en planes quinquenales.
Los nuevos aranceles que el Presidente Joe Biden anunció la semana pasada para productos chinos no son económicamente significativos. Pero simbólicamente, son enormes.
Estados Unidos casi no compra vehículos eléctricos, acero o semiconductores -todos los objetivos de los aranceles- a China. Pero, al sumarse, en lugar de rescindir, a los aranceles impuestos en 2018 por el expresidente Donald Trump, señala que el desacoplamiento de las economías china y estadounidense se está volviendo irreversible.
Y lo que es más importante, los aranceles son la pieza final de una estrategia económica para competir con China.
Un taburete de tres patas
Esta estrategia es un taburete de tres patas. La primera consiste en subvenciones para crear un sector viable de fabricación de tecnología, desde energía limpia hasta semiconductores. La segunda son los aranceles a las importaciones chinas que amenazan esos esfuerzos. La tercera son las restricciones al acceso al dinero, la tecnología y los conocimientos técnicos que podrían ayudar a China a competir. La cuarta pata, un frente económico unificado con los aliados, sigue sin realizarse.
Cuando se trata de estrategia económica, Estados Unidos es una especie de neófito. China traza su camino hacia el dominio económico en planes quinquenales. El ascenso económico de Japón en la posguerra fue dirigido por su poderoso Ministerio de Comercio Internacional e Industria.
La estrategia estadounidense no tiene nombre ni sede. La culpa la tienen la histórica desconfianza hacia la política industrial (apoyo estatal a sectores favorecidos) y la fragmentación de la autoridad económica entre el Presidente y el Congreso, diferentes administraciones y, a veces, facciones dentro de la misma administración.
De hecho, la estrategia estadounidense surgió de forma fragmentaria. Ya en 2016, funcionarios y exalumnos del gobierno de Obama, entre ellos Jake Sullivan, ahora asesor de seguridad nacional de Biden, habían empezado a cuestionar el consenso bipartidista que favorecía el libre comercio y el compromiso con China.
El pivote de 2017
En 2017, Trump llegó al cargo con un equipo económico y de seguridad nacional decidido a romper con el statu quo. Ese año abandonaron formalmente el compromiso y designaron a China como competidor estratégico.
La ejecución inicial de Trump, sin embargo, fue desordenada. Dirigió sus primeros aranceles importantes a los aliados en lugar de a China, para proteger el acero y el aluminio en lugar de la tecnología. Defendió una fábrica de pantallas de cristal líquido de Foxconn Technology de US$ 10.000 millones en Wisconsin, que nunca se materializó. Revirtió la prohibición de su administración sobre la venta de tecnología sensible al proveedor chino de telecomunicaciones ZTE.
En 2019, el entonces candidato Joe Biden tuiteó que revertiría la “irresponsable guerra arancelaria” de Trump con China, sugiriendo un retorno al statu quo anterior a Trump.
Eso nunca ocurrió. Internamente, los principales asesores de Biden estaban divididos. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, defendió la reducción de aranceles y el compromiso con China. La embajadora de Comercio, Katherine Tai, abogó por los aranceles. Otros daban prioridad a la cooperación climática y a equipos baratos de energía limpia. A medida que aumentaban las tensiones con China, por ejemplo a causa de un globo espía, también lo hacían los obstáculos a la reanudación de los contactos.
La estrategia que ha surgido finalmente es en gran medida obra de Sullivan, según funcionarios actuales y anteriores de la administración. Para él, el comercio, la política económica nacional y la seguridad están integrados. Y, más que nadie, cuenta con la confianza de Biden.
Sin embargo, la estrategia también tiene herencia bipartidista, basándose en gran medida en iniciativas que comenzaron bajo Trump. Los aranceles de la semana pasada fueron el resultado de una revisión de la propia investigación de Trump que condujo a los aranceles iniciales sobre China.
En 2020, tras el empuje de los funcionarios de Trump, Taiwan Semiconductor Manufacturing Co (TSMC), el fabricante dominante de semiconductores de vanguardia, anunció que construiría una planta de fabricación de chips, o fab, en Arizona. Por esas fechas, se presentó en el Senado un proyecto de ley bipartidista para subvencionar este tipo de plantas.
Impulsado por funcionarios de Biden, ese proyecto acabó convirtiéndose en ley en 2022. Esto permitió al Departamento de Comercio anunciar en los últimos meses unos US$ 29.000 millones en subvenciones a los principales fabricantes de chips del mundo.
Entre ellos se encuentra TSMC, que ahora afirma que construirá tres fábricas en Arizona para 2030. Si TSMC sigue adelante, sus clientes, como Apple y Nvidia, podrían algún día diseñar y fabricar sus chips en Estados Unidos en lugar de Asia.
Controles de semiconductores
Las amplias restricciones de Biden a la venta de chips avanzados y equipos de fabricación de chips a China siguen el modelo de las restricciones que los funcionarios de Trump utilizaron por primera vez contra Huawei Technologies.
A los funcionarios de Biden no les gusta relacionar estas restricciones, aparentemente dirigidas únicamente a las amenazas a la seguridad, con su estrategia económica más amplia. Sin embargo, es evidente que existe una conexión.
Las restricciones son un poderoso incentivo para que las empresas tecnológicas inviertan en Estados Unidos o sus aliados, en lugar de en China. La Casa Blanca, por ejemplo, está inmersa en una investigación continua sobre los riesgos de seguridad de los “autos conectados”, que comparten los datos del conductor con el fabricante. Esto puede servir de pretexto para bloquear todos los VE (vehículos eléctricos) chinos del mercado estadounidense, aunque se ensamblen en Estados Unidos o México.
Así que Estados Unidos tiene por fin una estrategia para competir económicamente. Queda por ver si tiene éxito.
Para empezar, llega tarde. El dominio de China en mercados clave no ha hecho más que crecer desde 2017. El mundo se prepara ahora para un “segundo choque chino” de exportaciones de productos manufacturados baratos que abruman a los productores locales.
Por ejemplo, su participación en la producción mundial de chips “heredados” utilizados en automóviles, electrodomésticos y otras aplicaciones básicas, ha crecido del 17% en 2015 al 31% en 2023. Va camino de alcanzar el 39% en 2027, según la empresa de investigación Rhodium Group.
Biden anunció la semana pasada que los aranceles sobre estos chips se duplicarían del 25% al 50%, lo que en teoría debería desviar la producción de China. Pero esos chips suelen entrar en Estados Unidos integrados en otros productos, sin verse afectados por los aranceles.
Y la expansión de la capacidad de China es en gran medida inmune a los aranceles, porque está impulsada por la autosuficiencia, no por las utilidades, dijo Jimmy Goodrich, asesor principal de análisis tecnológico estratégico de la Rand Corporation.
La pata que falta
La estrategia económica también se ha visto distraída por la política. Como Trump antes que él, Biden está obsesionado con el acero y su importancia para los estados indecisos del “cinturón del óxido”. Subió los aranceles sobre el metal a pesar de que Estados Unidos ya tiene muchas alternativas nacionales y aliadas a China. No elevó los aranceles sobre los drones, que cada vez desempeñan más funciones de seguridad nacional y para los que Estados Unidos depende realmente de China.
Por último, a pesar de lo mucho que se ha hablado, Estados Unidos y sus aliados han tenido dificultades para formar un frente unido para competir con China. Mientras que los funcionarios de Biden suspendieron los aranceles de Trump sobre el acero y el aluminio de la Unión Europea (UE), un acuerdo para rescindirlos por completo fracasó en parte porque la UE no quiso coordinarse con Estados Unidos contra el acero chino. Temerosa de quedarse rezagada respecto a Estados Unidos y China en materia de vehículos eléctricos, la UE está ocupada preparando sus propias subvenciones y aranceles.
Estas divisiones podrían aumentar aún más si Trump vuelve al poder y cumple su amenaza de imponer aranceles a todas las importaciones, incluidas las de sus aliados. China se enfrenta finalmente a una decidida oposición económica de Occidente, pero puede consolarse con el hecho de que no está unificada.
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