El dilema del Frente Amplio
Por Matías Mori Arellano. Ya pasada la resaca de la victoria, Sánchez y su coalición se ven enfrentados a un dilema que pone a prueba las propias definiciones de identidad que el Frente Amplio se ha dado a sí mismo.
La gran votación de Beatriz Sánchez en las recientes elecciones no dejó a nadie indiferente. Ella, sus seguidores y detractores quedaron sorprendidos por su alta votación y la imprecisión de las encuestas. Ni siquiera ella lo esperaba, lo que quedó demostrado por el tono desafiante y por momentos mesiánico de su discurso del domingo.
Ya pasada la resaca de la victoria, Sánchez y su coalición se ven enfrentados a un dilema que pone a prueba las propias definiciones de identidad que el Frente Amplio se ha dado a sí mismo, y salvo que seamos testigos de un acto de travestismo político extremo por parte de sus dirigentes, dicho dilema debería favorecer una victoria de Sebastián Piñera en segunda vuelta. La pregunta es: ¿qué hacemos con Guillier?
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La primera alternativa de solución es apoyarlo en segunda vuelta. Con ello, el Frente Amplio se convertiría en un grupo que abrazaría por conveniencia -previa negociación de alguna prebenda ministerial- las banderas de todo aquello que aborrecen y que correspondería a la continuidad del legado de la hoy -acéfala- Nueva Mayoría y sus carcamanes.
Este tentador camino de la traición no sólo impactaría una eventual proyección política de sus dirigentes, Jackson, Mayol, Boric, entre otros, sino que, además, estaría en abierta contradicción con el discurso místico y refundacional con el que han alimentado a sus bases. Ellos dicen representar una nueva forma de hacer política distinta de todas aquellas formas antes vistas. Ellos representan una ideología en su estado más puro.
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La segunda posibilidad es abandonar a Guillier y ser oposición de un eventual Gobierno de Sebastián Piñera. Ser oposición es más simple, ya que no se carga con el yugo de la formulación de políticas públicas cuyos resultados son técnicamente evaluados. Esta opción, en cambio, mantendría visibles a algunos de los líderes del Frente -por la vía de las marchas que ya han sido anunciadas una vez que termine la época estival- y también daría lugar a una pugna interna con miras a la papeleta presidencial y legislativa de 2021.
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Parece que este es el camino que prefiere Jackson -quien mediante un plebiscito on line quiere consultar a sus bases sobre a quién apoyar-, él opta por decir escucharé el mensaje de mi pueblo, cuya respuesta será bastante obvia en la lógica refundacional de no hacer política como la hemos visto desde los 90, sino que al calor del ritmo balsero de tantos experimentos políticos sudamericanos observados en los últimos 100 años.
Cualquiera sea la solución final que se adopte tendrá heridos. La primera traicionaría a las bases del Frente y su autoimpuesta austeridad de Catón, y la segunda sólo favorecería a las élites de la refundación quienes ocupan puestos en el Congreso, viven de generosas dietas parlamentarias aparejadas de escasa exigencia laboral a medir por la calidad técnica de las leyes que producen, escuchan a sus pueblos, y esperan con ansias el próximo ciclo electoral cuando por fin tengan la edad de dirigir una nueva república. Tal vez, y sólo el tiempo lo dirá, Beatriz Sánchez puede ser la gran víctima de sus leales aliados.
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*El autor es abogado.
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