El breve primer gabinete de Bachelet en un 2006 marcado por los "pingüinos"
UN GOBIERNO DONDE NADIE SE REPETIRÍA EL PLATO Y LOS MATICES DE LA RENOVACIÓN
A mediados de 2005, ya en plena campaña como candidata única de la Concertación -tras la renuncia de Soledad Alvear-, Michelle Bachelet planteó en una reunión con empleados públicos que en su gobierno "nadie se repetirá el plato". La muy chilena y popular metáfora se convirtió en una de las mediciones con que se iba a evaluar la constitución de su primer gabinete, anunciado a fines de enero de 2006, dos semanas después de que ganara el balotaje con 53,5% de los votos. La segunda valla era la paridad de género, que había sido una de las promesas de su plataforma programática. La necesidad de los rostros nuevos dejó fuera del elenco a figuras que en principio fueron "papábiles", como Sergio Bitar, Nicolás Eyzaguirre o Ricardo Solari. Sin embargo, la renovación fue matizada: Alejandro Foxley entró a la Cancillería y en Interior, Bachelet apostó por Andrés Zaldívar, derrotado candidato al Senado en Santiago Poniente, con la idea de fortalecer la gestión legislativa y la articulación con los partidos, además de contener el riesgo de desafección de la Democracia Cristiana.
EL ESTILO DEMASIADO "PARLAMENTARIO" DE ANDRÉS ZALDÍVAR Y EL ROL DE PEÑAILILLO
Bachelet llevó a cabo su idea de la paridad designando a diez hombres y a diez mujeres en el gabinete, destacando Paulina Veloso en la Segpres y Vivianne Blanlot, como segunda mujer en Defensa. A los ministros los agrupó además en macro-carteras (protección social; área económica; infraestructura, ciudad y territorio; y área política), aunque en la práctica este esquema no funcionó y casi no hay memoria de que los secretarios de Estado se hayan coordinado en esa suerte de supra-ministerios. Lo que sí se recuerda es cómo Bachelet se rodeó de un equipo de colaboradores de suma confianza y a su vez leales con ella, a la manera de lo que se conoció como "segundo piso" en el período de Ricardo Lagos. Fue el anillo responsable de proteger la figura presidencial y donde se fueron concentrando las decisiones, al punto que el propio Zaldívar comenzó a tener dificultades para superar la aduana que era Rodrigo Peñailillo, jefe de gabinete de la presidenta. A Zaldívar, además, se le empezó a reprochar un estilo demasiado pausado, muy "parlamentario", de enfrentar los problemas y la toma de decisiones.
APARECEN LAS PRIMERAS CRÍTICAS POR UNA FALTA DE LIDERAZGO Y MANDO
Según pasaban las semanas, se comenzó a cuestionar -de modo explícito en la oposición y de forma soterrada en las cúpulas más "históricas" de la Concertación- el estilo de liderazgo de la presidenta, que había hecho de la tesis del "gobierno ciudadano" una oferta, pero sin que resultara claro cómo se medía esta variable y menos en qué consistía, más allá de una nutrida agenda de actividades en terreno y de contacto con la gente que le organizaba su círculo de mayor confianza. A esta indefinición se sumó la opción de anunciar y establecer comisiones para buscar consensos en materias cruciales del programa, lo que alimentó la acusación de ausencia de mando y de horizontalidad mal entendida. Según comentó en aquel tiempo Pablo Longueira, el modelo era "inútil", "corporativo" y conducía a crear una "prelegislación", en circunstancias que el Congreso era el lugar natural de articulación y negociación. Con todo, Bachelet quería apurar sus 36 medidas para los primeros cien días, pero creía que sus equipos no tenían la percepción de urgencia de ella.
LOS ESTUDIANTES SECUNDARIOS SE TOMAN LA AGENDA DEL GOBIERNO
Aunque el gabinete no estaba funcionando bien aceitado y se había instalado una barrera entre ministros y presidenta, las cosas podrían haber discurrido un tiempo más prolongado si a mediados de mayo de 2006 no hubiese estallado la movilización de estudiantes secundarios conocida como la "rebelión de los pingüinos". Nadie en el gobierno ni en los partidos la anticipó o midió sus efectos, al punto que en su primer mensaje al Congreso Pleno del 21 de mayo, Bachelet casi no habló de educación ni se hizo cargo de las protestas. Este hecho enardeció a los estudiantes, que comenzaron a tomarse colegios y liceos y a salir a las calles. Las manifestaciones fueron subiendo de tono y apareció la violencia. En este contexto los problemas de gestión del gabinete se agudizaron y surgieron divisiones en su interior, así como conflictos con los asesores directos de la presidencia. La vía de salida para las descoordinaciones fue peor que la enfermedad: a principios de junio ministros y altos funcionarios fueron llamados al Patio de los Naranjos. Allí escucharon el "Decálogo del nuevo estilo". La prensa y la historia lo han recogido como "el cartillazo".
EL DECÁLOGO PARA UN GOBIERNO QUE SE ANTICIPE A LOS PROBLEMAS
"Necesito un gobierno que se anticipe a los problemas, no que reaccione a ellos", les dijo Bachelet a sus colaboradores. En paralelo el gobierno lograba que los secundarios bajaran la movilización y aceptaran la formación de un consejo asesor presidencial que propondría reformas a la LOCE. Superada en lo inmediato la crisis, el gabinete siguió operando en un equilibrio precario y en un clima de rumores incentivado por "el cartillazo". Un incidente en Chiguayante -Bachelet llegó a ver un derrumbe que había sepultado unos bomberos y sus familiares le pidieron que se fuera para seguir removiendo la tierra- volvió a desnudar los problemas de gestión y comunicación del Ejecutivo. A las 48 horas, el 14 de julio, Bachelet hizo la pérdida: Andrés Zaldívar salió de Interior, al no haber podido empoderarse como jefe de gabinete; Ingrid Antonijevic, de Economía (se evaluó que no le había "sacado brillo" al ministerio); y Martín Zilic, de Educación, que pagó los costos de la crisis que causaron los "pingüinos". A esas alturas, la popularidad de Bachelet estaba en torno a 44%. Había perdido más de 15 puntos en cuatro meses.
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