El extremismo se abre paso otra vez en el Medio Oriente




El nuevo año comenzó con malas señales en el Medio Oriente. El discurso de hace algunos años del despertar de la juventud árabe, los anhelos de dignidad y la lucha por que la ley mande ya desapareció. Ha sido reemplazado por el miedo a un inminente choque regional entre musulmanes sunitas y chiitas, la reaparición de los yihadistas y la restauración del viejo régimen autocrático.

Las políticas del Medio Oriente están definidas por la lucha de poder entre Irán y Arabia Saudita. Una guerra de representaciones reducida a Siria por casi dos años ahora es más manifiesta, y con consecuencias mortales, en Irak y el Líbano, y más silenciosamente en Bahrein y Yemen.

Durante las últimas semanas, las localidades sunitas de Irak, como Fallujah, han sido invadidas por yihadistas; los asesinatos han vuelto al Líbano; y las explosiones de bombas han arrasado con un vecindario chiita en un suburbio de Beirut.

En este clima caótico, el extremismo ha encontrado una nueva brecha. Los afiliados de al-Qaeda estaban a la defensiva hace tres años, cuando una forma de protesta más pacífica cubrió la región. Pero la guerra civil en Siria dio un terreno fértil a los fanáticos religiosos. A medida que se unieron a la rebelión, los yihadistas buscaron promover una visión radical que alienó al resto de la oposición, y alimentó la historia del régimen de un gobierno secular luchando contra la amenaza de la yihad. 

Los extremistas del norte de África se han fortalecido por la incapacidad de restaurar una apariencia de orden en Libia luego de la salida de Muammar Gaddafi. Las armas se han movido de Libia a al-Qaeda en el Magreb islámico. Esto ha significado una dificultad en un mal momento para el frágil estado de Túnez, complicando la única transición política de la región que aún tiene una posibilidad democrática.

El regreso del estado de seguridad en Egipto también está radicalizando a los islamistas. El derrocamiento del presidente Mohamed Morsi y las acciones para erradicar a los Hermanos Musulmanes, declarada como organización terrorista, están arriesgando la estabilidad a largo plazo llevando a los islamistas a la ilegalidad.

Los cambios en El Cairo tienen el apoyo de Arabia Saudita, que ha sido la principal fuerza contra-revolucionaria de la región. Pero la proclamación de lo que Riyadh considera un regreso a la estabilidad ha sido derrotado por el miedo potencialmente superior relacionado a Irán, y el renovado compromiso de Teherán con el occidente con su nuevo presidente, Hassan Rouhani.

Buena parte del mundo celebró la elección de Rouhani como un signo de esperanza en el Medio Oriente. Esa percepción fue reforzada por el emblemático acuerdo nuclear provisional con las potencias mundiales en noviembre.

Con ese tratado, Irán accedió a suspender las partes principales de su programa nuclear por primera vez en diez años, a cambio de aliviar las sanciones internacionales.

El tratado pavimenta el camino para una solución negociada que aseguraría que la república islámica no pueda conseguir armamento nuclear. Estas conversaciones aún tienen que comenzar, y serán difíciles y  extensas, pero un logro podría tener importantes consecuencias para el resto de la región.

El tratado provisorio, y las expectativas de terminar 30 años de hostilidades entre Irán y EEUU han consternado a los tradicionales aliados en el golfo, que temen que una tregua le permita a Teherán mostrar su fuerza en el Medio Oriente. Inusualmente, estos estados del golfo estuvieron de acuerdo con Israel, su rival histórico, cuyo gobierno hizo gran lobby contra el acuerdo nuclear iraní.

Las relaciones entre EEUU y sus aliados árabes ya estaban tensas por el trato de la administración de Obama con Rusia para desmantelar el armamento químico de Siria. Esto apagó las amenazas estadounidenses de ataques militares contra objetivos del régimen sirio, ataques que Riyadh y otros estaban esperando.

Para Arabia Saudita y algunos de sus vecinos, la percepción de que las prioridades de EEUU giran hacia un compromiso con Irán y hacia la diplomacia con Siria, donde EEUU y Rusia patrocinaron conferencias de paz en enero, son una confirmación del distanciamiento de EEUU con la región.

Sin importar qué garantías entregue EEUU, una creciente convicción en el golfo es que una mejora en la relación de EEUU con Irán será a expensas de los estados árabes, actitud que sólo exacerba la división entre sunitas y chiitas.

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© The Financial Times Ltd, 2011.

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