Columna de Francisco Pérez Mackenna: Davos y la pregunta por el costo de la vida
Recién se inicia el año y ya aparecen las primeras inquietudes en un tiempo que se presenta como extremadamente desafiante. Escribo desde Davos, donde esta semana se congrega presencialmente el World Economic Forum luego del período de pandemia, durante el cual sus actividades fueron mayoritariamente remotas. El masivo retorno de asistentes a la localidad ubicada en medio de las montañas de Suiza ha permitido indagar entre los presentes los riesgos que hoy están acechando a nuestro planeta.
La primera mención entre los riesgos de corto plazo se la lleva la “crisis de costo de vida”, calificada más como un problema social que económico. Entre las primeras cinco menciones hay dos relacionadas al cambio climático, una a la confrontación geoeconómica y, finalmente, otra a la erosión de la cohesión social y la polarización. En resumen: el costo de la vida, el cambio climático y los conflictos sociales parecen ser los tres caballos del apocalipsis del 2023 para los convocados a este foro. Las enfermedades infecciosas recién aparecen en el puesto 20, ¡vaya logro de las vacunas mRNA!
No debiera sorprendernos que el costo de vida se lleve el primer puesto de preocupación. Un mundo acostumbrado a vivir con estabilidad de precios se ha visto duramente golpeado por una inflación de dos dígitos, situación que no se sufría desde los años 70. La inflación no solo erosiona los salarios reales que pierden poder adquisitivo, sino que produce una reducción del valor de los activos financieros y monetarios no indexados a la UF en el caso chileno, generando enormes transferencias de riqueza.
La inflación que se vive actualmente en gran parte del mundo puede tener varias causas. Probablemente la más significativa responde a los enormes programas de ayuda a los ciudadanos confinados durante la pandemia, mediante transferencias desde el sector público. Ello ha reducido el valor presente de los futuros superávits fiscales y, en consecuencia, ha desvalorizado el dinero mediante un alza de los niveles de precios que, a su vez, desvalorizan los pasivos nominales del Fisco (de ahí que la inflación se considere un impuesto). Este es un efecto temporal de aumento de la demanda agregada que no debiera perpetuarse en el futuro, impactando los niveles de precio solo por una vez.
La segunda causa puede buscarse en factores de oferta. La pandemia ha generado importantes restricciones en la cadena de producción y logística, lo que disminuye la disponibilidad de bienes con la consiguiente alza en sus precios. Con el fin de la pandemia, este factor debiera revertirse, por lo que la normalización de la producción y la logística debiera empujar los precios de los bienes a la baja.
La suma de los dos factores anteriores debiera permitirnos ser optimistas sobre la evolución de la inflación en los próximos meses. Tanto el fin de las transferencias pandémicas como la normalización de la cadena de suministros debieran frenar las alzas de precios. Las tasas de interés que manejan los bancos centrales, que solo pueden influir en la velocidad en la que se mueven los precios en búsqueda de su nuevo valor de equilibrio (postergando inflación, pero sin evitar que el nivel de precios ajuste el valor de los pasivos monetarios del Fisco a su capacidad futura de pagos), debieran también comenzar a normalizarse. Así, el principal riesgo identificado en Davos debiera ser un invitado pasajero en la lista de sus temores.
Sin embargo, el problema con las predicciones en economía es que siempre son condicionales. Si cambian los supuestos, pueden cambiar las consecuencias. La regresión de la inflación a los niveles prepandemia es esperable en la medida de que no se crucen en el camino otros shocks inflacionarios. Todavía continúa la guerra en Ucrania, las políticas para combatir el cambio climático siguen presionando el costo de la energía, la carga de los sectores pasivos sigue aumentando las presiones por financiamiento público en los sistemas de reparto y de salud, y una serie de otros imponderables.
Por otra parte, desde la política, el aumento de los conflictos sociales puede incrementar las demandas por gastos para contener las consecuencias de sociedades más polarizadas. Al cierre de esta columna un paro comenzaba en Francia, mientras en Davos reputados economistas comentaban, entre otras nubes negras, el riesgo de las demandas laborales por nuevas alzas de salarios en un marco de inflación, lo que podría producir nuevas presiones que empujen hacia arriba los precios.
Todo eso explica en buena medida la cautela de los protagonistas del cambio. Según una publicación del Wall Street Journal de esta semana, los pronósticos están asignando el 61% de posibilidades de ocurrencia a una recesión, hasta ahora hemos tenido la fortuna de haber pasado este zafarrancho sin crisis financieras. Hasta ahora… Esperamos que siga así.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.