Columna de Gonzalo Restini: “La insondable porfía del ser”
“Pétrea e inconmovible. Kundera parece tener la respuesta: el hombre no puede vivir sin esperanza. Aunque no sirva para nada. Aunque le jodan la vida a todo el resto. Aunque el paraíso nunca llegue. Aunque la realidad los desmienta por 100 años y un poco más”.
“El hombre no puede vivir sin esperanza, aunque la esperanza no le sirva de nada”. Milan Kundera. La insoportable levedad del ser.
Iba a escribir otra cosa. Otra columna que tenía lista. Pero no se puede. Es necesario hablar en forma urgente de Venezuela en estas semanas. Por lo terrible. Por lo desembozado. Por cómo han caído las caretas para mostrar el rostro oculto de tantas cosas.
Los gorilas de Maduro ya los intuíamos. La historia tantas veces repetida de románticos revolucionarios con fotos del Che en sus poleras y posters en sus piezas que terminan devenidos en dictadorzuelos, en un séquito de exsoñadores transformados en gángsters, en secuestradores, en asesinos. Millonarios cortesanos de vida versallesca que se ríen sin parar del índice Gini. Hasta que la suerte se acaba. Y se aferran al poder sin más sueños que la supervivencia. Pensando día y noche en la cárcel o la muerte. Esas mismas que han dispensado a discreción a sus opositores.
Lo más revelador, sin embargo, ha sido el comportamiento de quiénes apoyan al chavismo en Chile. El PC local sobre todo. El mismo que se jactaba de tener un impecable historial democrático, quizá porque cumplió, excepcionalmente para su historia, con un rol de moderador en el gobierno de Allende, para luego ser perseguido sin cuartel por Pinochet. Así, durante 50 años, han apuntado con el dedo a todo aquel que ose cuestionarlos, refregando desde la DC a la derecha el tema de los derechos humanos, buscando quitarles eternamente la legitimidad y el derecho a opinar.
Los sistemas políticos pueden ser exitosos o fracasar en varias dimensiones. La económica, que engloba el bienestar material de los ciudadanos. La política, que tiene que ver con la representatividad y solidez de las instituciones. Y la moral, referida a los valores que ejercen y transmiten los líderes y cómo ellos se proyectan en la comunidad. Una lista no exhaustiva, pero que representa más o menos bien lo que debe buscar un buen gobierno. Medido con esta simple vara, lo de Venezuela es un desastre en toda la línea. Han destruido la economía. El país con las mayores reservas de petróleo del mundo tiene un sueldo mínimo de US$3 por mes y produce un 30% de lo que era cuando el chavismo llegó al poder, el 99. En lo político, es una ruina total. Todas las instituciones están destruidas, cooptadas y amenazadas. Una dictadura de manual. Y si hablamos de referentes morales, el régimen de Maduro puede dar cátedra de corrupción, mentiras y atropello a los derechos humanos.
¿Qué avala entonces el PC? ¿Por qué se gasta prestigio y energía en defender un desastre tan monumental? Más inentendible aún, por qué tanta gente en Chile los apoya? Tanta como para ser gobierno, una rareza en el mundo occidental. ¿Cómo lo logran, si apoyan un sistema que sólo ha cosechado fracasos, que sólo acumula pobrezas seculares y estados policiales que replican, con pocos matices, la Venezuela de Maduro? De Cuba a Camboya. De Alemania Oriental a Corea del Norte, dos ejemplos de laboratorio: un mismo país se divide y adopta diferentes sistemas. El resultado es tan esperable como la ley de la gravedad. La destrucción del sistema de incentivos hace lo suyo. Un alemán occidental promedio era cuatro veces más rico que uno oriental en 1989, el año de la unificación. Aunque cueste creerlo, hoy Corea del Sur es 28 veces más próspero que Corea del Norte en términos de PIB per cápita. ¿Quién podría apoyar semejante cosa? Pues bien, la supuesta impecable trayectoria democrática del PC de Chile está siendo puesta a prueba. Hoy. No el 89 cuando cayó el Muro, ni el 62 cuando se levantó. No el 39 cuando apoyaron a Hitler con el Pacto Von Ribbentrop-Molotov, ni el 76 cuando Pol Pot sacrificó a un tercio de la población para implantar el paraíso en la tierra. No le estamos preguntando por los 65 años de pobreza de los Castro en Cuba, desde la noche de Año Nuevo del 59 hasta hoy. Ni por los 70 años de la URSS, con sus juicios y purgas estalinistas, con sus noches gélidas en los gulags de Siberia.
Me pregunto entonces, de nuevo, por qué hoy, aquí y ahora, se defienden estas ideas que consistentemente fallan, que siempre que llegan al poder se enquistan hasta que sólo pueden ser removidas después de décadas a sangre y a fuego si es que no se descomponen por dentro. Desde Rumania a Birmania. De Albania al Congo. Con la sola excepción de China, que dejó la estructura y abandonó el sistema económico, la marca de fábrica es el estancamiento y la absoluta falta de libertad. La culpa siempre es de otros: del capital, de los yanquis, del Tío Sam, del bloqueo, del neoliberalismo. Golpeando otra y otra vez con la misma porfiada muralla. Pétrea e inconmovible. Kundera parece tener la respuesta: el hombre no puede vivir sin esperanza. Aunque no sirva para nada. Aunque le jodan la vida a todo el resto. Aunque el paraíso nunca llegue. Aunque la realidad los desmienta por 100 años y un poco más.