Columna de Gonzalo Restini: “Larger than Life”
“Para casi todos se olvidarán las críticas y las incomprensiones. Y brillarán, con una luz nueva, su inmenso cariño por Chile, su entrega infinita y su sabiduría para salir adelante hasta en las situaciones más imposibles. Con equivocaciones y defectos, la figura de un hombre más grande que la vida misma se agigantará. Aún más de lo que él mismo soñó”.
Para quienes gustan de la academia, estudiar en Harvard, obtener un doctorado y transformarse en un connotado profesor, constituiría una carrera extraordinaria. Para los que aman los negocios, ser ejecutivo líder de una multinacional, exitoso emprendedor y luego inversionista icónico, sería un camino soñado. Ser senador y, por qué no, Presidente, en dos oportunidades, constituiría una trayectoria gloriosa para los que sueñan con el servicio público. Cada uno de estos logros, en forma individual, ni siquiera encadenada, haría que cualquiera mirara atrás y se sintiera satisfecho. Por eso la existencia de Sebastián Piñera es tan descomunal, tan desmesurada e infinita, comparada al resto de nosotros. Logró concentrar en una sola vida lo que dejaría satisfechas a 5 y quizás 10 personas de éxito absolutamente extraordinario, en campos y mundos totalmente distintos.
Lograr todo esto requiere que características únicas se conjuguen, muy improbablemente, en una sola persona: claridad prístina de objetivos, capacidad de trabajo infinita, voluntad de hierro, astucia zorruna, inteligencia prodigiosa, ser capaz de sacar lo mejor de sus equipos. Toda esta suma de habilidades explica también sus desequilibrios, su cierta falta de empatía y de cuidado por las formas, su inclinación a tener siempre la última palabra.
En el mundo de los negocios me lo encontré muy poco. Una sola vez creo, hace muchos años, cuando, con mi jefe y fundador del proyecto, fuimos a su oficina a presentarle una startup. Nosotros íbamos muy preparados con presentaciones, planillas y gráficos. Al final, entre las rumas de papeles de su escritorio, casi no hablamos de nuestra empresa, sino de un parque que estaba armando en Chiloé, lo que a la postre sería Tantauco. Hizo sólo dos preguntas de nuestro proyecto y nos despidió. Todo esto me pareció muy curioso, pero a los pocos días recibimos la confirmación de la inversión.
Las otras veces que lo topé fue en circunstancias muy distintas. Desde hace años con un grupo de amigos pasamos los veranos con nuestras familias en un campo a orillas del lago Ranco. Lo que se inició como una humorada en improvisadas carpas y precarios fogones se ha transformado en una irrepetible historia de amistad, donde familias completas, con hijos, pololos y amigos comparten veranos hace casi 20 años.
En lo que primero fue un acontecimiento inolvidable y que luego se transformaría en tradición, Sebastián Piñera pasaba a saludar. Llegaba por agua, tierra o aire. Siempre acompañado de amigos, incluyendo empresarios, exministros o presidentes extranjeros. Aparecía sin aviso. Se bajaba y saludaba a todos sonriendo. Fiel a su naturaleza práctica y obsesiva, preguntaba siempre por los mismos, con voz metálica: “Dónde está este”, “El señor tanto, dónde está”. A los demás, yo incluido, nunca nos preguntó ni cómo nos llamábamos. Pero se acordaba en forma nítida de detalles increíbles, como el nombre de algunos niños. Recorría y tranqueaba entusiasmado el lugar, que crecía y mejoraba en infraestructura con el paso de los años. Así, mientras contaba anécdotas, hacía preguntas y daba sugerencias de arreglos, expansiones o mejoras. Eran visitas cortas, casi inspectivas, donde rara vez aceptaba una Coca-Cola. Siempre fueron gozosas, excepto la de 2020, que fue lúgubre y gris. Esa fue la única vez que lo vi ido, asolado por el futuro y una oposición envilecida, que había perdido el respeto por la verdad y la democracia.
La última de esas apariciones fue el día lunes 5 de febrero pasado. Estaba pleno, feliz, divertido, afilado como un cuchillo. Contó que estaba trabajando para colaborar con el Presidente Boric en la reconstrucción de Viña. Parecía alguien a quien le quedaba todo por entregar. Pero el destino estaba escrito y a este hombre gigantesco en logros y energía le quedaban menos de 20 horas de vida. Los límites y lo inexorable alcanzan incluso a aquellos que siempre confiaron en superarlos.
Ahora ya comienza a internarse en la niebla del tiempo. Como pasa siempre, las cosas y las personas se valoran cuando se han ido. Para casi todos se olvidarán las críticas y las incomprensiones. Y brillarán, con una luz nueva, su inmenso cariño por Chile, su entrega infinita y su sabiduría para salir adelante hasta en las situaciones más imposibles. Con equivocaciones y defectos, la figura de un hombre más grande que la vida misma se agigantará. Aún más de lo que él mismo soñó.
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