Columna de Hermann González: La economía más allá de 2023

La caída del PIB 2023 es un problema, pero más importante que ello es la sostenida pérdida de capacidad de crecimiento de mediano y largo plazo de nuestro país. En relación con esto último, los diagnósticos y las propuestas están hechas y este es un tema que, como pocos, genera consensos amplios, pero se requiere voluntad política y priorización para implementar los cambios necesarios.
Acabamos de conocer el Imacec de noviembre que mostró la tercera caída interanual consecutiva de la actividad económica. Las expectativas apuntan a que esta será la tónica del primer semestre y que terminaremos el año con una contracción del PIB en torno a 1,5%, uno de los peores -sino el peor- desempeño de América Latina.
Por su parte, de acuerdo con la encuesta CEP, un inédito 63% de los entrevistados piensa que la situación económica del país es mala o muy mala. Si bien el ajuste de la economía es necesario para reducir los grandes desequilibrios acumulados, este tendrá costos para los hogares porque llevará aparejada una destrucción de puestos de trabajos y un alza del desempleo. Estos costos se suman a los provocados por el violento aumento de la inflación y el alza de tasas de interés que se ha producido en paralelo.
Considerando estos antecedentes, además del hecho de que esta recesión ha sido largamente anticipada, cuesta entender que el crecimiento económico no sea una prioridad para el gobierno. Por el contrario, las prioridades siguen siendo las mismas contenidas en el programa de gobierno, con un escenario político y económico muy distinto del actual. La indefinición en temas tan importantes como el sistema tributario o el marco constitucional, tiene paralizados los grandes proyectos de inversión. Y los efectos de una baja inversión no solo se sentirán este año, sino también impactarán a la capacidad de crecimiento de largo plazo de la economía.
Otro factor clave para impulsar el crecimiento de largo plazo es la productividad. Un hecho indiscutible es que los países que han alcanzado el desarrollo lo han hecho teniendo como factor común el fortalecimiento de la productividad, con mejoras en la calidad de su educación, la capacitación de la fuerza laboral y aumentos de inversión. Chile estaba bien encaminado en esta dimensión, pero hemos perdido el rumbo. En la década de 1990, la productividad contribuyó con más de 40% del crecimiento del PIB; en la década del 2000 con cerca 15% y luego pasó a tener una contribución nula o negativa. Típicamente nos comparamos con la OCDE en temas como el sistema tributario, las pensiones o la regulación laboral, pero se omite en estos debates que la productividad media del trabajo en Chile es poco más de la mitad del promedio de este grupo de países, mientras que en Chile invertimos en investigación y desarrollo apenas 13% de lo que invierten los países OCDE.
La caída de la inversión y de la productividad limitan la capacidad de crecimiento de la economía en el mediano plazo, llevando a que, en ausencia de shocks, las proyecciones de crecimiento del PIB se ubiquen en torno a 2%. A ese ritmo, las mejoras en bienestar son muy lentas, las oportunidades son escasas y el riesgo de aumento del descontento social crece. La caída del PIB 2023 es un problema, pero más importante que ello es la sostenida pérdida de capacidad de crecimiento de mediano y largo plazo de nuestro país. En relación con esto último, los diagnósticos y las propuestas están hechas y este es un tema que, como pocos, genera consensos amplios, pero se requiere voluntad política y priorización para implementar los cambios necesarios.
- El autor es coordinador macroeconómico de Clapes UC
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