La columna de Ornella Bono: “La disciplina, nuestro discreto superpoder”
"La disciplina radica en nadie más que en nosotros mismos, no necesitamos comprarla ni mandarla a hacer, no dependemos de nadie para empezar a movilizarla a nuestro favor. La disciplina es, al final del día, un superpoder, una llave que nos permite transformar nuestro modo de ser en el mundo y, por extensión, nuestra realidad".
Para ilustrar con una ecuación sencilla qué es la neuroplasticidad, aquella notable capacidad del cerebro para recuperarse, reestructurarse y adaptarse a nuevas situaciones, los expertos han usado la fórmula “repetición + atención = cambio duradero”. Implícita en ella está un concepto que -reconozcámoslo- no tiene grandes activistas promoviéndolo ni menos hordas de personas tratando de hacerlo parte de su vida. Hablamos de la disciplina.
Esta capacidad ha quedado un poco hundida bajo montañas de notificaciones. Pero el que la realidad de hoy sea tan disruptiva -estudios muestran que nuestro nivel atención bajó de 2,5 minutos en 2004 a 47 segundos en 2023- no implica que la disciplina sea innecesaria, al contrario: es de esos ámbitos de la vida que gozan de una cierta inmutabilidad, porque, invariablemente, requerimos de ella para generar hábitos y transformaciones que nos abren la puerta a explorar facetas que jamás creímos posible en nosotros mismos. En ese sentido, la disciplina es un camino largo, que choca con las tendencias cortoplacistas del mundo actual. Y sí, se pueden alcanzar ciertos objetivos en tiempos menores, pero son logros más bien superficiales, que no generan cambios profundos a nivel personal y social. Todo, hasta lo político, se está volviendo más inmediato.
No es de extrañar, entonces, que en la literatura sobre management, el tópico está muy presente. Discipline is destiny, de Ryan Holiday; How the Mighty Fall, de Jim Collins, y el más reciente libro de Daniel Goleman, Optimal: How to Sustain Personal and Organizational Excellence Every Day, son algunos ejemplos que evidencian el interés que existe entre las personas por explorar el potencial que se esconde detrás del esfuerzo por ser constantes, consistentes, capaces de autorregular las emociones y de no dejarse llevar por la gratificación inmediata y efímera, sino por la gran recompensa que yace detrás de los intentos, frustraciones y pequeños logros.
Si nos centramos en la realidad laboral post pandemia, marcada por los distintos formatos de trabajo remoto en juego, sin duda que la disciplina emerge como un elemento clave. La 2023 Gen Z and Millennial Survey de Deloitte, en efecto, mostró que el principal deseo de este grupo es poder elegir dónde trabajar. Más que inclinarse por un formato u otro, la aspiración apunta a tener el control de las posibilidades que la tecnología abre. Pero si se demanda ese nivel de libertad y flexibilidad, se requiere entonces de la confianza en que los colaboradores cumplirán con sus responsabilidades con mínima supervisión. En otras palabras, las jefaturas deben estar seguras de que sus equipos lo integran personas con la capacidad de autogestión absolutamente desarrollada, conscientes de que deben estar disponibles y dedicados de forma principal a cumplir con sus objetivos.
¿Suena un poco estoico? Por cierto, que sí; de hecho, fue esta escuela filosófica la que nos enseñó que sin disciplina estamos destinados a funcionar en piloto automático; con ella, tomamos el control del timón. Ahí, de hecho, está la clave detrás de ella: la disciplina radica en nadie más que en nosotros mismos, no necesitamos comprarla ni mandarla a hacer, no dependemos de nadie para empezar a movilizarla a nuestro favor. La disciplina es, al final del día, un superpoder, una llave que nos permite transformar nuestro modo de ser en el mundo y, por extensión, nuestra realidad.
*La autora de la columna es socia fundadora y directora de Humanitas / Cornerstone Chile
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