Amor en tiempos de cárcel
Clara estaba cumpliendo una pena de 24 años por narcotráfico cuando la conoció. Leticia recién había llegado al Centro Penitenciario de Santiago tras haber caído por clonar tarjetas. Se hicieron amigas y se enamoraron. Y nunca volvieron a delinquir.
Leticia (40 años) la vio caminando sola en el patio del Centro Penitenciario Femenino de Santiago. Era temprano y esa misteriosa mujer había salido sin maquillarse ni peinarse. Algo de su apariencia descuidada la atrajo de inmediato. Nunca antes la había visto. No le podía sacar los ojos de encima.
-Ella va a ser mi pareja. Para toda la vida.
Las amigas que estaban con Leticia se largaron a reír. Le dijeron que era un amor imposible, una locura. Que esa mujer alta, morena, de pelo largo y crespo, era intocable. Que en los siete años que llevaba ahí, presa, no le habían conocido a ninguna pareja. Que era una ermitaña y estaba casada con un narcotraficante. Podía ser peligroso acercarse. Mejor ni intentarlo.
Clara (40 años) estaba cumpliendo una condena de 24 años por tráfico de drogas, asociación ilícita y lavado de dinero. Era la esposa del líder de una banda muy peligrosa en Santiago.
A Leticia no le importó. Se propuso conquistarla y empezó a estudiar su rutina. Qué hacía, qué cosas le gustaban.
Gatos. Notó que Clara cuidaba a una familia de gatos que vivía en la cárcel.
- ¿Me regalas uno para mi hijo?
Así se conocieron; se hicieron amigas y confidentes. Hablaban de sus penas y alegrías de la vida carcelaria. Siempre juntas.
- Empezamos a conversar y nació la amistad. Pensé que ella nunca había tenido una pareja mujer, entonces, para qué me iba a enredar y perder la linda relación que teníamos –dice Leticia.
Clara tiene otro recuerdo. Fue ella quien se acercó. Estaba saliendo de su trabajo en la panadería y la vio sola, con la mirada perdida, como si el mundo se hubiese acabado.
-¿Quieres un tecito?
Leticia le contó que llevaba un mes en la cárcel, condenada por clonar tarjetas. Entonces se largaron a conversar.
El resto de la historia es la misma: se conocieron, se hicieron amigas y nunca más se separaron. Ya llevan cuatro años y dos meses pololeando.
Juntas
- Cuando caí dejé solos a mis hijos chicos. Llegué embarazada a la cárcel. Ahora, el menor va a cumplir 11 años y lo he visto tres veces. Él sabe que soy su mamá. Si el día de mañana quiere estar conmigo, está bien, pero yo no puedo volver a lo mismo. Si caigo presa voy a estar sola de nuevo.
Clara está sentada en el living de su casa. Viste un chaleco de flores y un pantalón negro. En sus manos tiene a Lucía, una gata blanca que adoptó hace pocos meses. Mientras habla, le hace cariño detrás de las orejas.
- Con el tráfico ganas mucho, pero también pierdes mucho. Ahora voy a ser abuela, entonces es como... ¿De qué sirvió? Yo quería que mis hijos fueran a la universidad, quería otra cosa para ellos. Eso lo perdí porque me puse a traficar.
De la esposa del traficante temido y respetado en la zona sur de Santiago queda poco. La cárcel le ayudó a dejar ese mundo atrás. Se divorció, cambió su teléfono y cerró todas sus redes sociales. Ya no usa el pelo rubio, uñas postizas, joyas de oro ni carteras caras.
Nadie pensó que el cambio era posible. La mayoría de las mujeres de la Penitenciaría asumían que seguía ligada a la banda de su marido. No se acercaban por miedo.
Clara quería llevar un buen comportamiento en la cárcel. No tener problemas con nadie. De esa manera hacía méritos para postular a beneficios y a una posible salida adelantada. Ingresó el 18 de junio del 2008 y estaba condenada hasta el 2032. Salió con libertad condicional el 22 de octubre del 2018.
Fue una de las fundadoras de la panadería. Hacía pan para toda la cárcel y coordinaba los turnos de trabajo. Su rutina partía en la noche y dejaba todo listo para la mañana siguiente.
La compañía de Leticia fue importante en ese camino de redención. Salían a fumar al patio y se quedaban conversando por horas. Dormían juntas, en el mismo módulo, en una habitación con camarotes que siempre estaba bien arreglada. Se contaban todo y casi no peleaban.
- Es mejor vivir con una pareja dentro de la cárcel. Yo no soy de tener muchas amistades. En eso nos parecemos. Las dos somos amargadas, nos gusta vivir nuestro mundo y nada más -dice Leticia.
La mayoría de las personas en la cárcel termina en algún tipo de relación. Sirve para aplacar la pena y la soledad.
Estos vínculos no suelen ser duraderos. Los celos y las peleas son más intensos en un régimen de encierro. Muchos tienen pareja afuera y cuando salen en libertad prefieren retomar su vida anterior. Lo que pasa en la cárcel, se queda en la cárcel.
En julio de 2016 se realizó el primer Acuerdo de Unión Civil dentro de un penal chileno. Fueron dos mujeres en la Cárcel de San Joaquín. Sin embargo, en el Registro Civil no hay un conteo de cuántos AUC se han firmado en recintos penitenciarios. El sistema no está pensado para registrar el tipo de recintos donde se realizan las uniones.
En el sistema de Gendarmería aparecen los internos que dicen mantener una "Convivencia Civil". En el 2018 fueron 431 los registrados en ese estado. De ese número, 386 son mujeres.
- He visto relaciones de parejas que están adentro, viviendo juntas, casándose y todo el tema. Y reciben visitas de maridos al mismo tiempo. En otras parejas pasa que una se va a la calle y luego de un par de meses se aburrieron y se acabó -cuenta Leticia.
La prueba
Nadie daba un peso por esa relación. Sus conocidas decían que eran muy distintas y que no iba a funcionar. La prueba de fuego vino cuando Leticia cumplió su pena. En el 2016 salió de la Penitenciaría. Era el momento de dejar la cárcel atrás y no ver a su polola regularmente. Llevaban un año y medio de relación. A Clara le quedaban 16 años privada de libertad.
- Muchas funcionarias decían que iba a quedarme sola, que eran muchos años, que me iba a olvidar -cuenta Clara.
Pocos días antes de la separación, conversaron.
- Si no vas a venir más dime, porque toda la gente me da consejos y no sé si serán verdad o mentira.
-Yo te voy a demostrar que son mentiras.
Leticia consiguió un trabajo y entró a estudiar Ingeniería Civil en la Universidad de las Américas. No pudo terminar:no tenía cómo pagar la matrícula.
Con todo, se las arreglaba para no faltar a las visitas. Viajaba a las 5 de la mañana para llegar al primer turno de entrada. Los encuentros duraban tres horas. Se sentaban a tomar café y a conversar. Clara la esperaba con dulces que había preparado en la panadería la noche anterior.
Leticia le llevaba regalos. Botellas térmicas, envases para la comida y otras cosas que valoran en la cárcel. Pasaba al centro a comprar. Si era necesario, pagaba para entrar cosas.
- Para mí tener una pareja era atenderla lo mejor posible. Me movía por aquí y por allá para darle los mejores regalos. Algo que le gustara y que nadie tuviera. Tenía que ser lo mejor.
Las visitas y los regalos eran tantos, que empezaron a tener problemas.
- Decían que traficaba los días domingos. Que era mucho lo que le llevaba. Que le entregaba droga a la Clara. Ese rumor lo empezó gente de la cárcel.
Sácame de aquí
Fue en esas visitas que nació la idea. Clara llevaba 10 años en la cárcel. Pensaron en una forma de obtener su salida anticipada.
Leticia se dedicó a estudiar Derecho Penal por las noches. Así encontró una posibilidad, una especie de vacío en la ley.
El Artículo 321 del Código Penal establecía que todas las penas por tráfico de drogas podían salir de la cárcel tras cumplir 2/3 de su condena.
- Eso significaba que Clara podía irse cuando cumpliera 16 años -cuenta Leticia. Sin embargo, encontré un artículo más abajo que decía que todas las condenas sobre los 20 años podían obtener libertad condicional al cumplir la mitad de su condena. No especificaba el tipo de delito.
Buscó asesoría, pero no sabía dónde. Pensaba que había encontrado un vacío en la ley que podía ayudarlas, pero no conocía a nadie.
El defensor penal público Rodolfo Robles la ayudó. Le dijo que la apelación era posible. El director de Gendarmería, Christian Alveal, también fue importante. Las conocía y las apoyó.
- Es importante aprovechar la cárcel para que las internas obtengan competencias y un oficio que les permitiera recuperar a su familia y reinsertarse positivamente en la sociedad -dice Alveal-. Todas las personas que están privadas de libertad se merecen una segunda oportunidad.
Con dos votos a favor y uno en contra, Clara salió con libertad condicional el lunes 22 de octubre. Su buena conducta y bajo riesgo de volver a delinquir fueron claves para el beneficio.
Afuera del Centro Penitenciario la esperaba su polola.
Desde cero
Clara y Leticia viven en una pequeña ciudad fuera de Santiago, donde el tiempo pasa más lento. Pidieron mantener su ubicación en reserva y no ser fotografiadas por temor a que las reconocieran.
-Tomamos la decisión de partir de cero. Nos alejamos de todo -dice Leticia-. El otro día lo conversamos con Clara. En esos años se hizo amigos y enemigos. Era mejor alejarse, porque podía tener problemas.
La casa que comparten tiene dos pisos y un pequeño antejardín. El living está adornado por fotos de momentos y personas significativas para la pareja.
El retrato más importante es del día en que Clara salió con libertad condicional. Se ve a las dos mujeres sonrientes y emocionadas. Están acompañadas por una amiga y por el hijo de Leticia. Los cuatros se abrazan.
-Todo ha cambiado después de 11 años. Lo que más me sorprendió fueron las avenidas. Recordaba calles chicas que ahora son de tres pistas. Me costó acostumbrarme. Prefería caminar para reconocer todo -dice Clara.
Ahora trabajan juntas. Dicen que no tienen grandes vicios: no van a fiestas ni les gusta tomar. Sus salidas son a comer en el centro de la ciudad. Y cuando se quedan en la casa, Clara cocina cosas dulces.
En diciembre peregrinaron al Santuario de Lo Vásquez para agradecer que estaban juntas, por fin, fuera de la cárcel.
Por ahora no piensan en firmar un Acuerdo de Unión Civil. Dicen que es solo un trámite.
- Tenemos menos plata que antes, pero vivimos en paz. Y no nos arrepentimos de nada. R
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