El salto de Loreto
Nancy, Alejandra y Loreto son abuela, madre e hija. Pero pese a formar parte de la misma familia, sus vidas difieren completamente. Nancy, recién a sus 60, sacó cuarto medio; Alejandra asistió a un liceo comercial para obtener un título técnico, y Loreto es abogada. Sus casos no son la excepción.
Loreto Sánchez (25) es desenvuelta y se desplaza con mucha seguridad. Aunque es la menor, no tiene problemas en expresarse y parece liderar el grupo familiar. Su mamá, Alejandra Guevara (49), tiene bastante de ella, pero es más calmada. Su voz es dulce y da la impresión de que se trata de una mujer tímida, sin embargo, en sus palabras demuestra carácter. Nancy Santa Cruz (68), en cambio, es más tímida y observadora, pero cuando nota que las demás están instaladas, se contagia y agarra confianza. Su hija y nieta le celebran todas sus frases. Se nota cierta complicidad entre las tres. "Mi mami es una de las mujeres más choras que conozco. Ella tuvo una vida muy difícil, pero siempre está tirando para arriba", dice Loreto acerca de su abuela.
En la época en que Nancy nació, en 1950, el promedio de escolaridad no superaba los cuatro años y las opciones de proyectarse en el mundo laboral eran escasas. Sin embargo, ella soñaba con ser diseñadora de moda. Ingresó a un liceo en Buin, en el que las mujeres podían de sacar un técnico en vestuario y confección textil y los hombres en electricidad o mueblería. Cuando le quedaba solo un año para graduarse, tuvo que empezar a trabajar y postergar sus estudios. "Tenía mucha ansiedad por tener algo propio, porque fui criada en la casa de una familia que no era la mía y nunca me sentí parte", recuerda. Con la idea de ahorrar rápido para independizarse, cuidó a un niño durante un par de meses, hasta que se enamoró perdidamente del hombre que, tiempo después, se convertiría en su marido. Y decidió renunciar. A sus 19 años, se casó y el panorama cambió. "En ese tiempo las mujeres teníamos muy pocas posibilidades de hacer otra cosa que no fuese cuidar a los hijos y encargarse de las tareas del hogar. El hombre 'paraba la olla' y nuestro deber era atenderlo. El mío me prohibió volver a estudiar o trabajar, ya que debía cumplir con mi rol como esposa", dice.
Con la frustración de haberse sentido inferior toda su vida por no tener una carrera, se prometió a sí misma que sus hijos no pasarían por lo mismo y que haría todo lo que estuviese a su alcance para verlos terminar sus estudios. Así fue como, luego de averiguar algunas opciones con sus amigas y luchar contra la oposición de su marido, matriculó a Alejandra en la carrera de secretariado en un liceo técnico comercial. "Mi mamá fue muy importante en ese proceso, porque siempre me inculcó la independencia, pese a que mi papá quería que me quedara cuidando la casa. Las mujeres de mi generación éramos mucho más empoderadas y no iba a permitir que su machismo me dejara encerrada", cuenta.
A sus 19 años, sacó el título y se puso a trabajar en una oficina. Reconoce que le gusta lo que hace, pero cree que si hubiese tenido la oportunidad de estudiar una carrera profesional, la historia sería otra. "Siempre tuve facilidades para los ramos humanistas, era muy matea. Me hubiese encantado desarrollarme en esa área, pero no me podía dar el lujo de estudiar tantos años. Además, era muy extraño hablar de universidad en esa época. Era un tema de hombres", dice. Cuando cumplió 22 años, se casó. Y un año más tarde fue mamá. Siempre ha trabajado, al igual que su marido, pero reconoce la impotencia que le da tener que hacerlo también en la casa. "Me cuesta entender que si los dos cumplimos con el rol de sustentadores, siga siendo mi responsabilidad preocuparme del espacio doméstico en lugar de ser una tarea compartida", reclama. "Mamá, eso es porque tú lo permites", agrega su hija Loreto. "Yo sé que has cambiado un montón, pero cuando yo era más chica siempre me mandabas a limpiar, pese a que el papá estuviese todo el día echado en el sillón", asegura. Alejandra lo admite y se ríe un poco avergonzada. "Es que crecí en un ambiente muy machista y con una mamá demasiado sumisa, entonces me costó darme cuenta de esas injusticias. Para mí era totalmente normal ver que mi papá tenía que ser atendido y que, por ejemplo, la comida tenía que estar servida apenas llegaba del trabajo. Pero ahora, y gracias en gran parte a mi hija, tomé conciencia", menciona.
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A Loreto le tocó vivir una situación muy distinta a la de su abuela y su madre. Para ella nunca fue opción no estudiar una carrera profesional. "Mis papás me sacaron el jugo, porque sabían que podía lograr muchas cosas cuando grande. Me exigieron un montón, y reconozco que me la sufrí en su momento. No entendía por qué cuando mis compañeros se sacaban buenas notas les regalaban algo y a mí no me premiaban. Para ellos, según me decían, era un mínimo con el que debía cumplir", cuenta. La educación superior siempre fue su meta. Sabía que en ella arrastraba el sueño de todas las mujeres de su familia. El 2011 ingresó a estudiar Derecho en la Universidad de Chile, carrera que eligió con el objetivo de tener las herramientas necesarias para saber defenderse. Fue gracias a la Beca de Excelencia Académica, destinada a los jóvenes que tienen su promedio de notas de enseñanza media dentro del 10% más alto de su establecimiento y que pertenecen a los quintiles entre el 1 y el 4 del país. Después obtuvo la Beca Bicentenario, que cubrió un 70% del arancel, y el resto lo financió con otra beca de la universidad. No gastó ni un solo peso en estudiar.
Para la menor de la familia, escuchar los testimonios de su mamá y su abuela no le es indiferente, y admite sentir mucha impotencia por la falta de oportunidades que tuvieron. "Yo tuve la opción de elegir, y sé que si mi abuela hubiese podido, sería una mujer exitosísima. Ella siempre ha tenido mucha energía y me imagino que cuando chica era una bombita, pero lamentablemente su realidad no la dejó seguir estudiando. Con mi mamá me pasa algo similar. Ella sabe mucho y creo que nunca se sintió muy realizada. Me da pena que no haya podido llegar a ser profesional, porque tenía cabeza de sobra para hacerlo". Su abuela la interrumpe: "Pero nunca es tarde. Mírame a mí, que saqué el cuarto medio a los 60 años, justo antes de jubilar".
Nancy fue la única mujer de su generación que tomó la oportunidad que les dio el laboratorio donde trabajaba de terminar el colegio, pese a que muchas tampoco lo habían hecho. Su nieta la admira por eso. "De mi abuela he aprendido un montón, mucho más de lo que ella cree. Siempre le gustó la moda y me encanta ver cómo hasta el día de hoy tiene ganas de seguir aprendiendo. Va a todos los cursos chiquititos que ofrece la Municipalidad de Buin", cuenta. Nancy les adjudica esto a sus hijos, quienes crecieron en plena época de revolución juvenil, los 80, y la motivaron a cuestionarse las cosas. Alejandra siente haber vivido algo similar. "Creo que cuando uno es mamá joven, va creciendo junto a ellos. Yo aprendí un montón de la Lore, y me impresiona ver el carácter que tiene. Es una mujer con mucha opinión, que no se disminuye frente a nadie".
Las tres reconocen que hay una diferencia abismante de personalidad entre cada una y se lo atribuyen al rol que han tenido que representar según la época en la que les tocó nacer. A Nancy y Alejandra les hubiese encantado vivir su juventud en el periodo de Loreto, pero ella aclara que, aunque los tiempos han cambiado, todavía queda mucho por avanzar. "Hablar de igualdad de género es algo bastante lejano. He sido testigo de las injusticias que se viven en la facultad de mi universidad. Cómo me voy a sentir a la par si, por ejemplo, el procurador que trabaja conmigo gana más que yo, y eso que es menor y somos de la misma universidad. ¿Eso es justo? No lo creo".
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