Manifiesto de Sebastián Sichel, vicepresidente ejecutivo de Corfo: "Pensar lo mismo toda la vida está sobrevalorado"

MANIFIESTO SEBASTIAN SICHEL
Foto: Patricio Fuentes

En una nueva edición del Manifiesto de Reportajes, el vicepresidente ejecutivo de Corfo, Sebastián Sichel, repasa su historia: su atípica infancia, el cariño por sus orígenes y su salto a la élite. También, habla sobre su relación con Andrés Velasco y explica cómo rompe los códigos de la política.


Cuando era niño, el mar era como nuestro supermercado, pero gratis. Con mi hermana nos poníamos metas para recolectar choritos, los sacábamos y era el almuerzo del día. Aprendí mucho, me crié ahí: hacía educación física en la playa de Concón y en Horcón viví en una carpa. Hasta hoy saco lapas, caracoles. En 20 años me veo teniendo un restorán de mariscos y pescados.

Me siento parte de la élite, pero soy muy orgulloso de donde vengo. Soy descendiente de una mamá que me crió sola, con una tía y con mi abuela. Hay algo que le hace muy mal a la gente que pasa a la élite, que hace una simbiosis, empieza a cambiar su vida, a recontar su historia. Yo no me olvido nunca de lo que soy y por eso disfruto de todo: un schop con amigos, ir al Persa al mismo lugar donde antes me compraba la ropa usada o estar en un restorán muy cuico comiendo la mejor carne de Chile.

Tuve una banda de rock que se llamaba Pichulonco. Me acuerdo de estar cantando y puteando al resto. Tocábamos covers de Los Miserables, canciones nuestras, un poco de todo. Yo era chascón, usaba pantalones cortados, tenía un discurso de rechazo exagerado. Nadie más se vestía así en la Católica, incluso me sacaron dos o tres veces de la sala por ocupar aros.

Cuando se murió mi papá, junto a todos mis hermanos nos hicimos un tatuaje por él. Dijimos "no somos hermanos de sangre, somos hermanos de papá", y elegimos una forma simbólica de hacernos familia permanente. A él le encantaba pescar y ahí nos conectamos, porque a mí igual me encantaba. El tatuaje es una foto de una trucha, la intervenimos y está cada uno de los hermanos representados.

Tengo un temor terrible al abandono. He vivido continuamente abandono, es como un chiste: estoy conociendo a mi papá biológico, 10 años y se me muere. Murió mi abuelo; mi mamá tiene ciclos, entra en mi vida dependiendo de cómo esté. Por eso mi relación con mis hijos es tan de pandilla, como una tropa, porque no quiero que pasen por esa sensación.

Como Fito Páez, no creo en ningún "ismo". Desconfío de los fanáticos de lo que sea: de la religión, del fútbol y de la política, porque piensan de acuerdo al catálogo. Tiendo a sentirme cómodo donde están las ideas que pienso.

Me encanta ser iconoclasta en política, romper el código, el catálogo que te dice lo que tenís que hacer. Hay cosas que están sobrevaloradas en la política, como pensar lo mismo toda la vida. Las personas evolucionan: yo no pienso lo mismo que a los 18 años y estoy orgulloso. Pareciera que pensar exactamente lo mismo siempre es signo de coherencia, pero siento que es una debilidad, porque eres incapaz de entender cómo cambió la sociedad.

Fui extra en el Jappening con Ja, me disfracé de ninja. Estuve también en una teleserie, de extra. Como casi todos los chilenos, cuando uno tiene que juntar la plata para fin de mes, estái dispuesto a hacer todas las pegas posibles. Fui junior mucho tiempo. En tercero y cuarto medio, pega que me llegaba la hacía. En una fui Caballero del Zodíaco, y también limpié vidrios en la esquina de Estado con Matías Cousiño. Cuando la U salió campeona, el 94, me perdí el partido final porque estaba limpiando los vidrios.

Andrés Velasco no era tan libre como decía serlo. Me empecé a dar cuenta de eso con el tiempo: su ancla con el pasado es más importante para él que un proyecto de futuro para Chile. Y, por lo tanto, divergimos mucho del punto político. A mí me interesa más la agenda del futuro que lo que pasó con la dictadura, sintiéndome opositor. Cuando pasó eso, sentí desafección personal.

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