Cascais: portugueses en Curicó

Es de esos lugares por los que vale la pena un viaje sólo por el hecho de comprender que los platos del mar cuanto más frescos y resueltos estén son el principal camino al goce.




Cocina de Portugal, algo escaso para cualquier lugar de Chile. Por cosas de la vida, en las afueras de Curicó existe uno bajo aquella inspiración y con chef nativo. Es amplio, con guiños a la cultura pop como enganche —con una figura de Cristiano Ronaldo a tamaño natural— en un espacio dotado de claridad y comodidad. La necesidad los obliga a tener otros focos: desde artesanías en corcho hasta un inefable puesto de pollos asados a orillas del camino. Mejor olvidarse de ese desperfil y concentrarse en su cocina marina, que es distintiva y vale la pena un desvío.

Lo es porque respeta el producto. Algo sencillo, pero no fácil. Aquel sello luce en preparaciones de gusto masivo, como su Jardín de mariscos ($ 21.000), algo más que un mero surtido frío. Se trata de un compendio equilibrado, con algo de camarones de apanado seco y crocante, sumado a otros tantos al natural, más un cebiche de salmón que cumplió, junto a otro revuelto basado en carne de jaiba, mucho mejor; hay mariscos con queso —no a la parmesana, necesariamente— de un carácter suave, para resaltar y no tapar con excesos grasos la prestancia de almejas, machas y ostiones.

Hay pescados a la plancha con sofritos suaves, convincentes. También una lista de recetas basadas en pulpos de ribetes morado intenso, carne blanda y aliños cargados al ajo y al ají en su versión Pinto ($ 9.300) que son pura expresión. La solidez se mantuvo en los platos de olla. Cuesta sacarle sabor al congrio dorado. Es mucho mejor el negro y el colorado para los caldillos, pero la versión Cascais ($ 9.300), presentada en una caldereta metálica de porte respetable, da en el tono gracias a un líquido consistente sin ser viscoso. Un sabor marino reafirmado por trozos de pescado repartidos entre cortes de papa y cebolla. Grata interpretación de un clásico local.

La lista es más larga, con platos típicos de esa parte de Europa, como las cataplanas ($ 22.500 y $ 59.000 con langosta), sumado a dosis de almejas, jaibas rellenas, erizos a la orden y chupes. En ese lugar hay cocina con personalidad y sentido local mirando al mar. Podrían existir otros tantos locales lusitanos como ese puesto en el Maule, bajo aquella sensibilidad costera honesta y sin dobleces.

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