El odio como política
Las últimas elecciones regionales en Alemania dejaron entre los más votados a AfD, un partido que dejó de odiar al euro para centrarse en odiar a los refugiados.
Aunque las encuestas habían adelantado que el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD) obtendría buenos números en las elecciones realizadas en tres estados el pasado domingo en el país europeo, el cachetazo que supuso la concreción de esas previsiones no fue menos doloroso para la política germana. Es cierto, no es la primera vez que AfD consigue el pasaporte para sentar representantes en los parlamentos locales, pero hay una sutil diferencia que hace que, ahora, todo sea grotesco e insultante para la sociedad alemana.
En 2013, cuando el profesor de Economía Bernd Lucke fundó AfD, su objetivo primordial era combatir el euro, exigir el fin de los millonarios rescates a Grecia y luchar por el regreso de las monedas nacionales. Con ese discurso, Lucke consiguió posicionar al partido en los medios, atraer a democratacristianos, liberales e incluso ex militantes de la izquierda hacia su bando y sumar sus primeros éxitos electorales al poner diputados en los parlamentos de Sajonia, Turingia, Brandeburgo, Hamburgo y Bremen. Además, sumó el 7 por ciento en las votaciones para el Parlamento Europeo y estuvo a un tris de alcanzar el 5 por ciento necesario para ingresar al Parlamento Federal en 2013. Nada de mal.
Pero las tiendas políticas están llenas de almas, de divergencias y posiciones a veces irreconciliables. A Lucke le salió competencia, para decirlo en sencillo. Frauke Petry, una empresaria de pelo corto y verbo fácil, lideraba la visión más conservadora y derechista de AfD. En julio de 2015 fue elegida presidenta por las bases y organizó un giro hacia la derecha que molestó tanto a Lucke que renunció a su partido. Insólito: el fundador fue forzado a abandonar a su hijo. Petry se convirtió en ama y señora de esta alternativa.
Y es acá cuando empiezan los problemas. No para AfD, sino para el establishment político alemán. De un momento a otro, el euro dejó de ser el enemigo. Y como un maná caído en el momento preciso, la crisis de los refugiados dio alimento a las voces más radicales de AfD, que empezaron a exigir controles fronterizos, la renuncia de la canciller Angela Merkel e, incluso, que la policía usara las armas de fuego para controlar a las masas de inmigrantes y proteger la soberanía del Estado. Precisamente el discurso que ciertos sectores ansiaban oír. Con ello, Petry se ganó una portada del semanario Der Spiegel: "La predicadora del odio", dice la nota, con una imagen de Petry coloreada al estilo de la revista nazi Signal.
Un partido que quiere terminar con algunas ayudas sociales, que exige a las mujeres tener al menos tres hijos para "detener el hundimiento del pueblo alemán", que no quiere clases de educación sexual en los colegios y que declara abiertamente, como dijo Alexander Gauland, su vicepresidente, que su política de refugiados es "no queremos recibir a ninguno", suena demasiado fuerte en un país con un pasado como el alemán. "AfD es más peligroso que NPD (el partido de raigambre nazi), porque tiene mayor respaldo ciudadano", apuntó el periódico Süddeutsche Zeitung. Y así lo demostraron los hechos: el domingo quedaron segundos en Sajonia-Anhalt, con el 24,1% de los votos, y terceros en Baden-Württemberg (15,1%) y en Renania-Palatinado (12,6%).
El discurso xenófobo ha rendido los frutos que ni el rechazo al euro ni la desafección con las políticas de la CDU de Merkel habían conseguido antes. Sí, es un voto de protesta el expresado el domingo. Pero no está claro que, como el Partido Pirata, AfD vaya a ser una moda pasajera de ciudadanos molestos. Y esto causa preocupación en Alemania, donde cada vez que el pasado llama a la puerta, los inquilinos tiemblan.
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