Hinchas de primer mundo
Los hinchas del Liverpool se unieron masivamente para protestar por el alza en los precios de las entradas y, con buenos argumentos, consiguieron lo que querían. Un ejemplo para imitar.
Hubo un tiempo, no hace mucho, que los fanáticos ingleses eran la escoria del fútbol mundial. Y los de Liverpool, en especial. Aparecían involucrados en las más grandes tragedias, como la de Haysel, en 1985, en la que murieron 39 personas por enfrentamientos entre hinchas de los "Reds" y Juventus, o la de Hillsborough, en 1989, en la que 96 de los suyos fallecieron aplastados en las gradas en un encuentro contra Nottingham Forest. Este último incidente —por el cual por décadas se responsabilizó al público, aunque una larga investigación finalmente arrojó que se debió al fallido accionar de la policía— fue el detonante del Informe Taylor que reformó el balompié en Gran Bretaña hasta convertirlo en lo que es hoy: el campeonato más atractivo y millonario del planeta.
En febrero del año pasado, la Premier League vendió sus derechos televisivos a Sky Sports y BT por las tres próximas temporadas en 7.000 millones de euros, la cifra más alta jamás pagada -y que sube a 8.500 millones al considerar los contratos en el extranjero-, triplicando lo que en España pagaron por la Liga para el mismo período. Eso permite que los clubes reciban un promedio de 130 millones de euros al año, que explican que sea el segundo torneo que más invierte (China le quitó el primer lugar en la última ventana de mercado).
Con todo ese dinero entrando y saliendo, los hinchas sienten que se merecen un gesto de parte de sus equipos. Y los fanáticos del Liverpool, esos mismos cuya sola mención solía poner en alerta a toda Europa, han sido los primeros en levantar la voz ante la que consideraron la injusticia que colmó su paciencia.
Ocurrió que los dirigentes anunciaron que subirían a 77 libras (unos $ 77 mil) el costo de la entrada más cara para el próximo campeonato, contraviniendo la política de otros equipos de mantener congelados los valores para esta campaña y de otros, como el West Ham United, que decidió rebajarlos a partir del próximo campeonato, en que harán de local en el Estadio Olímpico.
La determinación generó una inédita medida por parte de los dos principales agrupaciones de hinchas de los rojos, Spirit of Shankly y Spion Kop 1906, que se quejaban de que el alza era "moralmente injustificable" y avaricia pura: llamaron a una masiva manifestación en el minuto 77 del partido frente a Sunderland, el sábado 6 de febrero, que implicaba la salida masiva de personas del estadio. Anfield tiene una capacidad de 44 mil asientos, por lo que no dejó de ser impresionante ver cómo, a la hora señalada, 10 mil espectadores lo abandonaban en señal de protesta.
A los pocos días, la señal de reprobación surtió efecto. Después de semanas de argumentar que el 64 por ciento de los boletos seguiría igual o se reduciría para la siguiente campaña, los directivos terminaron por rendirse. La empresa dueña del equipo, Fenway Sports Group (también propietaria de los Boston Red Sox, de la liga de béisbol estadounidense), anunció que congelará el valor de las entradas hasta 2019 y se disculpó públicamente con los hinchas, asumiendo que su decisión había sido equivocada. El ticket más caro se mantuvo en 59 libras ($ 59 mil).
La distancia con la realidad del fútbol en Chile es sideral e incomparable. Un ejemplo: mientras acá la entrada más barata para un duelo de un equipo grande cuesta $ 6.000, el asiento más económico de la Premier lo ofrece el sorprendente Leicester, a $ 22 mil. El valor por estos lados es considerado alto; en Inglaterra, una ganga, si se considera que el Chelsea cobra $ 52 mil por su boleto más reducido.
Una encuesta publicada por La Tercera el lunes pasado le ponía números a la crisis de asistencia que vive el balompié nacional, que tiene un promedio de 4.000 personas por partido. Exponía ahí una serie de causas, desde la imagen de violencia que transmite la actividad hasta el engorroso sistema para adquirir entradas. Quizás no sea mala idea sentarse a escuchar las sugerencias de los fanáticos. No todos ellos están pendientes de los bombos, la chaya y las serpentinas.
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