Pasarlo chancho
La nueva edición de Chancho Cero de Pedro Peirano se lee como la gran novela de-generacional de los que no son millennials.
Unos quince años después que estas primeras cuatro "temporadas" de la subversiva y casi-de-mal-gusto tira cómica de culto
Chancho Cero
apareciera en su formato semanal en la vilipendiada y a la vez muy leída
Zona de Contacto
de
El Mercurio
, su autor, Pedro Peirano, recibe el trato que se merece en una edición de lujo que celebra su talento y esa particular sensibilidad asesina-naif que es la marca de alguien que no sólo es único e irrepetible sino que lo coloca en ese pequeño
loft
donde habitan los que nacieron con un don especial que roza lo genial. En este caso: ver lo que los otros no ven y ver ese mundillo que le tocó con cierto cariño y empatía, pues al final toda la obra de Peirano es tanto una embestida al mundo como una celebración de haberlo podido gozar. Desde
La Nana
a
No
, desde
31 minutos
a
Gatos viejos
: una cierta soledad pop y un inmenso deseo de ser aceptado.
No me cabe duda que este regreso de Chancho Cero será festejado y devorado con fervor por un par de generaciones, justo ahora que Don Francisco (¿una inspiración?) se retiró. Volver a leerlo es un viaje alucinante. El glorioso libro, hecho con finura a pesar de lo vulgar de su tono, reaparece justo a tiempo para abrirnos los ojos a lo que pasó con los jóvenes y las marchas hace unos años, y lo hace en una muy rosada, generosa y cuidada edición a cargo de Hueders. No es la primera vez que se recopila, pero este regreso es con gloria, tiene algo de remasterización, y el formato creció a la par con su recuerdo y relevancia. Disfrutándola así, ahora se lee como la gran novela de-generacional de los que no son millennials, pero les tocó ser universitarios para el cambio de milenio. No sólo no ha envejecido sino que ha crecido y está claro que se adelantó a su época en casi todo.
La novela (sí, el libro, el filme, la tira) es acerca de un "chancho como la gente" que se cuela en la Escuela de Lobotomía (¿periodismo?) de la Universidad Nacional y se transforma no sólo en su mascota sino en su líder. No es complicado, pues el grupillo de alumnos y profesores y docentes está entre lo más granado de lo inepto. Peirano miró a la Escuela de Periodismo de la Chile y la usó para universalizar lo chanta y lo mediocre, y los dibujos están a la altura. Esto quizás choca. En una era hipster de dibujitos lindos y cubiertas de tonos pastel, la energía masculino-adolescente de los dibujos y el humor vulgar, casi de camarín, y las tallas políticamente incorrectas y hasta misóginas, sorprenden por lo violento y lo certero y hacen reír, pensar, conectar, identificar y quedar con una extraña sensación: el pasado fue atroz (Chancho Cero puede leerse como la transición por dentro) y presagia el futuro.
Así es: por momentos uno ingresa a este mundo intensamente criollo (donde South Park se funde con Pelotillehue), y donde el viejo Chile cruza con el que crecía al 7% (Banco Chupasangre, "Tu banco lolo"). Pero lo más impresionante es que, en medio de las reformas educativas, Chancho Cero se cuela a un campus ficticio (Periodismo-Lobotomía versus los chacales de Economización Económica), donde los profesores quizás son más incultos que los alumnos y donde un chancho oriundo de Codegua puede obtener becas. Después de tanto reír, uno termina algo asqueado. No con Peirano o su elenco de freaks (Manuel Moco; Juan Chaleco que siempre dice "hagamos una tomita") sino con cómo todo parece tan familiar: en el recuerdo, sí, pero también en la retórica y en los fenotipos que ahora circulan. Chancho Cero es un camino al sótano de lo peor de lo nuestro. Hilarante, pero venenoso. No es casualidad, creo, que los dibujos sean tan toscos; más que dibujados, parecen hechos con un bisturí.
"Chancho Cero", de Pedro Peirano.
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