Tres preguntas clave

La historia electoral chilena muestra que la coalición que canta victoria en una elección municipal tiene mayores posibilidades de éxito en la presidencial del año siguiente. Ese es, por lo mismo, uno de los factores que hay que observar con atención en el proceso electoral de octubre.




Las elecciones municipales de octubre definirán tres cosas. Primero, qué coalición está en mejores condiciones de quedarse con la elección presidencial de 2017. Segundo, qué líderes saldrán fortalecidos para esa presidencial. Tercero, qué partidos tradicionales sobrevivirán y qué partidos emergentes se consolidarán.

Respecto a la primera cuestión, la historia electoral reciente muestra que las coaliciones que triunfan en una elección local son exitosas en la elección nacional del siguiente año. En 2004 la Concertación revirtió el mal resultado de las municipales 2000, elecciones donde la Alianza había explotado el denominado "efecto Lavín", ganando —entre otros municipios— Santiago y Concepción. En 2008, en tanto, la Alianza superó en votos a la Concertación en la elección de alcaldes, lo que anticipó el triunfo de Piñera para el año siguiente. Finalmente, en 2012 la Nueva Mayoría ganó 163 alcaldías —16 más que en 2008— que agrupan, aproximadamente, al 46% de la población, representando un alza de casi 10 puntos con respecto a 2008.

Seguramente, estas elecciones serán más cuesta arriba y se observará un alza de los independientes o de partidos que compiten por fuera de las listas tradicionales. Sobre esto Chile tiene experiencia. Es cosa de mirar lo que sucede entre Arica y Copiapó.

En cuanto a lo segundo, las coaliciones que triunfan en la municipal tienen liderazgos nacionales reconocidos. En 2000 la Alianza tenía a Joaquín Lavín y en 2008, a Sebastián Piñera. La Concertación/Nueva Mayoría, en tanto, tuvo a Bachelet en 2004 y 2012. Las listas que no cuentan con esos liderazgos se ven imposibilitadas de generar campañas nacionales. Eso le ocurrió, por ejemplo, a la Concertación en 2008 y a la Alianza en 2012. Los candidatos no tenían con quién "sacarse la foto", haciendo más difícil su llegada con los electores.

Para 2016 la situación de ambas coaliciones es compleja. Chile Vamos tiene a Sebastián Piñera y Manuel José Ossandón, mientras que la Nueva Mayoría cuenta con Ricardo Lagos Escobar e Isabel Allende. El problema es que ninguna de estas figuras dispone de una mayoría significativa capaz de colaborar con los candidatos a alcalde y concejal.

La tercera cuestión que definirán estas municipales corresponde a la fuerza de los partidos tradicionales. No son pocos los que esperan un desplome del sistema de partidos dada la serie de escándalos. Un grupo de cientistas políticos ha insistido, desde hace años, que Chile va rumbo al despeñadero. No obstante, los partidos tradicionales se las han arreglado una y otra vez para echar por tierra esa predicción. En 2012, por ejemplo, el 84% de los alcaldes fue electo en las dos listas históricas, cifra que crece al 90% en el caso de los concejales. ¿Significa esto que no hay rotación en los puestos? La

Comisión Engel sugirió limitar la reelección de los alcaldes. La propuesta "rasca donde no pica", pues los municipios se renuevan a mayor velocidad que el Congreso. En las elecciones de 2012, por ejemplo, se renovó el 54% de las alcaldías. En el caso de los concejales, fueron a la reelección 788 de 2.224, resultando reelectos 752, lo que equivale a una renovación del 66%. En la Cámara la cifra desciende al 35%: se reeligieron 77 de los 120 diputados.

Lo anterior refleja la capacidad de los partidos tradicionales para retener escaños en el poder local sin necesidad de ganar siempre con los mismos candidatos. Seguramente, estas elecciones serán más cuesta arriba y se observará un alza de los independientes o de partidos que compiten por fuera de las listas tradicionales. Sobre esto Chile tiene experiencia. Es cosa de mirar lo que sucede entre Arica y Copiapó, donde este tipo de alcaldes independientes o externos a las dos coaliciones gobiernan al 80% de la población. Al mismo tiempo, se espera un nuevo retroceso de la participación electoral. Esta mala noticia para la democracia es una buena noticia para los partidos tradicionales, pues generalmente los que más participan son los más fieles a las etiquetas partidarias.

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