Ana Ochagavía: Correr la barrera del miedo
En medio del ambiente de empoderamiento femenino, la abogada Paula Vial puso la idea en Twitter: que algún medio dedicara toda su edición sólo a columnas de mujeres. En Tendencias lo hicimos y 43 mujeres escribieron para esta edición especial.
La escena es de pesadilla, pero sucedió estando despierta. Un estrecho pasadizo flanqueado, de lado y lado, por hombres vestidos con kurtas, esas camisas sueltas tan típicas de India. Nos escanean con sus ojos oscuros y expresión hipnotizada, estirando sus manos para tocarnos mientras avanzamos con dificultad entre los muros humanos que ellos forman. No hay salida. Estamos rodeadas mi amiga y yo. Sólo pensamos en avanzar rápido para salir pronto de ese infierno. Avanzo como sonámbula. Mi amiga toma una botella plástica del suelo y golpea a los agresores. Ellos se ríen. El espectáculo del día hemos sido nosotros, no el Pooram Festival, festividad hinduista que entre marzo y mayo tiene lugar en diferentes localidades del estado de Kerala, en el sur de India. La de Thrissur, la ciudad donde estamos, es la más importante y masiva.
En algún momento, el pasadizo se hace menos denso, y eso nos da un respiro. El suficiente para que un policía nos saque de ahí, mientras con un bate de béisbol espanta a los persistentes que aún estiran sus manos sin importar la ley. Y es que la ley no pena ese tipo de abusos en India -donde la mujer tiene estatus inferior-, pero tampoco en lugares que se vanaglorian de ser liberales, modernos y promover la equidad de género.
Esto ocurrió en un largo viaje por India y Nepal, que nos hizo conocer, a mi amiga Loreto y a mí, una realidad donde la mujer era ciudadana de tercera clase: un ser creado para la procreación, las labores domésticas y poco más. El resto era desprecio. Nos habían advertido que las mujeres ven estas festividades desde las azoteas de las casas y edificios, jamás entre la multitud. Pero éramos jóvenes, aventureras, curiosas, periodistas; queríamos estar ahí, donde todo estaba sucediendo. Jamás nos imaginamos que sucedería lo que sucedió.
A pesar de que han pasado muchos años, muchos viajes, muchas historias desde entonces, cada vez que recuerdo ese episodio siento que fue una pérdida de la inocencia: caer en cuenta de cuán poco vale una mujer en India y en cualquier latitud donde se le trate como un ser que no es digno de respeto; donde se le critique lo que al hombre no. Haber estado ahí, solas, era un código de única transcripción para los acosadores: "Ellas se lo buscaron".
En medio de esta ola feminista potente que estamos viviendo, cada una libra una batalla desde su pequeña trinchera. La mía ha sido demostrarme a mí misma que soy capaz de hacer lo que quiero, y que el miedo no puede ser un impedimento. Por eso, viajo sola. Con la certeza de que aunque hay un riesgo mayor involucrado por ser mujer, éste no puede pesar más que la pulsión por la libertad, que el goce infinito de ver culturas distintas, que la oportunidad de acoger una infinidad de sensaciones que después se convierten en un recurso salvífico en momentos en que la rutina estrangula y asfixia.
Para sentir ese goce no hay que ser mujer necesariamente, pero el miedo sólo se comprende cuando se está de nuestro lado. Cuando otras mujeres me dicen: "Tú viajas sola porque eres valiente", siempre me encargo de aclararlo: yo, de valiente, nada. Soy apenas una cobarde que se desafía por llevar adelante lo que le apasiona. Así como hay mujeres que dan la batalla desde sus trabajos, sus familias, la literatura, la política, las marchas o danzando desnudas en las calles, mi trinchera ha sido la libertad. Y mi activismo, viajar sola.
* Periodista, directora de comunicaciones Fundación Generación Empresarial
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