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Ansiedad

"Hace algunos meses me habían recetado bromazepam por episodios de vértigo. Lo tomé hasta que el resto del tratamiento funcionó y eso me permitió dejar de pensar que en cualquier momento podía venir un episodio. Lo había guardado, pero hace algunos días volví a tomarlo para controlar el carnaval de sensaciones que me tienen con la guata apretada. Tengo varios conocidos que se han reencontrado con el Ravotril y el Rize. Da lo mismo si prendes la tele o la radio, entras a Twitter o a Instagram, miras WhatsApp o Telegram, la coyuntura te rodea y no le da descanso a tu cabeza".


"¿Ustedes también tienen los grupos de WhatsApp familiares silenciados a un año?", pregunta en Twitter la escritora Francisca Solar. "A estas alturas ya no quiero seguir peleando con gente que quiero, mejor silencio. Ya habrá tiempo de recomponer los espacios y afectos", le contesta la profesora de Derecho Internacional Paulina Astroza.

"No sé si habla bien de mí, pero no he perdido ningún amigo desde el 18 de octubre", escribe Rafael Gumucio en la misma red social. 'Yo, varios", le replica el cientista político Robert Funk.

Chile cambió. Algo nació y algo se fracturó hace cuatro semanas. Hay una extraña mezcla de adrenalina, ansiedad, miedo, furia, esperanza, decepción y furor.

Hace algunos meses me habían recetado bromazepam por episodios de vértigo. Lo tomé hasta que el resto del tratamiento funcionó y eso me permitió dejar de pensar que en cualquier momento podía venir un episodio. Lo había guardado, pero hace algunos días volví a tomarlo para controlar el carnaval de sensaciones que me tienen con la guata apretada. Tengo varios conocidos que se han reencontrado con el Ravotril y el Rize. Da lo mismo si prendes la tele o la radio, entras a Twitter o a Instagram, miras WhatsApp o Telegram, la coyuntura te rodea y no le da descanso a tu cabeza.

A ver si suscriben esta tesis: los sub 35 protagonizan una revolución que los tiene en llamas. Son los que no alcanzaron a sufrir la dictadura y no viven con el susto de poner la democracia en riesgo. No le tienen miedo a la policía o a los militares y los encaran en las calles, conocen muy bien sus derechos civiles y se cuestionan seriamente qué tan necesario es cumplir un toque de queda. Algunos se sienten llamados por el destino, mientras otros están algo eufóricos al presenciar en las marchas cómo se escribe el material que luego estará en los textos de historia. Se encuentran en su lugar y en su momento. Y están, por otro lado, los más viejos. En otra frecuencia. Algo asustados. Incluso los que, como yo, apoyan las manifestaciones y condenan la violencia policial, ven con angustia la destrucción de la ciudad, los saqueos y los incendios. La incertidumbre es corrosiva. Cuando no sabes si vas a seguir con pega, o si eres un trabajador independiente y llevas cuatro semanas sin boletear, hay una especie de acidez cerebral que te acompaña desde que despiertas.

Tal vez es una lección, te dices. Tratas de ponerte en el pellejo de los pensionados que reciben 120 lucas mensuales, o los pacientes del sistema de salud pública, y te das cuenta de que cientos de miles de personas en Chile sienten hace mucho tiempo algo parecido a esta angustia, multiplicada por 100 o por 1000. Quieres pensar que todo lo que está pasando es como el dolor del parto, un requisito indispensable para que algo nuevo nazca. Te hace sentido. Pero igual te quedan demasiados años para terminar de pagar el crédito hipotecario y quieres la mejor educación posible para tus hijos. Y entonces la empatía se mezcla con el estrés de no saber cómo terminará esto, si mañana van a perderse más ojos, si se quemarán más edificios, se saquearán más tiendas, habrá más civiles enloquecidos usando sus armas en la calle, el dólar llegará a 900 y entonces la inflación nos complicará aún más la vida. Todo eso, mientras tu guata se aprieta y el bruxismo ya no es exclusivo de tus horas de sueño, te peleas con los papás del chat del colegio, te desilusionas de amigos (o ellos de ti), y te empieza a preocupar tu salud mental y la de tus seres queridos. Recuerdas los tuits del psiquiatra Alberto Larraín, que lleva años advirtiendo sobre la crisis de salud mental en Chile, sin repuesta del Estado. Y entonces vuelves a empatizar, a respirar profundo. Pero tu señora te llama porque está atrapada en las manifestaciones del centro y no logra llegar a su trabajo, donde debe seguir respondiendo. Y de inmediato regresas a tu estado de alerta. Es como el día de la marmota. El tiempo avanza en espiral cuando la ansiedad se instala.

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