Estrechez de corazón
Los recientes episodios de violencia contra inmigrantes haitianos han puesto sobre la mesa cómo enfrentamos la inmigración y la convivencia con ellos. Los expertos y los estudios avalan la idea de que los rechazamos por su color de piel y que existe un sentimiento de superioridad de los chilenos hacia sus vecinos en general. También los asociamos a pobreza y falta de preparación. Una pregunta queda en el aire: ¿A qué le tenemos miedo?
El periodista Carlos López tiene la costumbre de pasar al Punto Copec de Santa Cruz a comprar cigarros. Ahí es atendido por Cedul Termesier, haitiano que lleva casi tres años en Chile y que Carlos describe como amable y de buen trato.
El miércoles 21 de marzo, Carlos pasó a la hora de almuerzo por sus cigarros y cuando se bajó del auto se topó con un hombre que salió muy apurado del servicentro. Miró por la ventana del local y vio que Cedul tenía algo en la cara. "Pensé que era su cumpleaños y le habían dado un tortazo", cuenta. Pero no era nada parecido a eso: Cedul tenía su cara con mayonesa, y lloraba. El cliente que se fue a la rápida le había lanzado su hot dog en la cara. "Negro culi…, esto no tiene palta", le gritó. Carlos, periodista de Canal de Noticias Colchagua, con vergüenza y rabia le pidió disculpas a Cedul y para denunciar el hecho subió un video a su Facebook que ha sido visto más de diez millones de veces.
Cuando Carlos se lo contó a su señora, ella le dijo que no era la primera vez. Antes un hombre le había tirado a Cedul el vuelto al suelo porque no se le permitió cambiar una bebida. "Negro culi…, quédate con las monedas", le gritó.
María Emilia Tijoux, socióloga y académica de la Universidad de Chile, tiene una explicación: "Eso se llama racismo". Agrega: "Considero que es un acto de crueldad, tal como ocurrió con una mujer a la cual le pegaron cuando iba con su guagua en un coche", dice, refiriéndose al caso de Iorginia, haitiana que hace unos días denunció que ella y su hija fueron golpeadas en plena calle sin razón alguna; incluso la persiguieron con un palo hasta que un ecuatoriano que se encontró en el camino le prestó su celular para llamar a Carabineros. Iorginia hizo público este hecho en un video difundido a través de las redes sociales.
Para Tijoux, quien ha estudiado durante años este tema, las demostraciones de racismo en este país son una historia vieja que tienen su origen en el siglo XIX, en el momento en que se estaba constituyendo el estado-nación chileno, cuando ser blanco comenzó a instalarse como parte de una imagen identitaria ideal. "Se decía que el desarrollo tenía que ser 'a la europea' para mejorar la raza y por ello se invitaba a trabajadores venidos del norte de Europa", explica.
Con la inmigración que se dio a partir de los 90 desde los países vecinos, dice Tijoux, resurgió esta idea de una nación chilena como fundamental y la necesidad de situarse en un lugar superior a los que iban llegando. Rodrigo Sandoval, ex jefe nacional del Departamento de Extranjería y Migración, explica que desde ese momento comienza la tendencia de "problematizar" la migración, asociándole una serie de consecuencias indeseadas e identificando una especie de migración "positiva" -generalmente del norte del mundo- y otra no tan socialmente aceptada, como ocurrió primero con los peruanos, luego con los bolivianos, para seguir con los colombianos, dominicanos y hoy con los haitianos.
Estos últimos van subiendo como la espuma. Los datos del Departamento de Extranjería y Migración del Ministerio del Interior indican que en 2010 se entregaron 50 permanencias definitivas a ciudadanos haitianos; en 2015 aumentaron a 1.183 y el año pasado llegaron a 11.277. Es decir, cada vez va a ser más probable toparse en la calle o compartir el metro con un haitiano. "El inmigrante, además de ser alguien que llega a trabajar, es una persona que tiene nombre, apellido, historia, filosofía, arte, técnica... ¿Qué sabemos de eso? ¿No sabemos mucho o no queremos saber?", se pregunta Tijoux.
Como no los conocemos, enfrentamos el tema con temor y rechazo: en el informe anual de los Derechos Humanos en Chile del año pasado, del INDH, el 46% de los encuestados está de acuerdo con la frase "la mayoría de las personas que conozco rechazan a los inmigrantes por su color de piel". Y a eso respondemos con agresiones, burlas y memes.
La idea de superioridad es refrendada en el "Estudio, Prejuicio y Discriminación Racial en Chile" de la U. de Talca, donde aparecen algunas creencias de nuestros propios orígenes: el 52% de los chilenos afirma que no tiene ancestros indígenas y, en otra pregunta, el 73% prefiere autodenominarse "chileno", mientras sólo un 24% se reconoce como "mestizo".
Sobre los resultados de esa encuesta, Medardo Aguirre, director del Centro Nacional de Migraciones de la U. de Talca, comenta: "Casi nadie quiere reconocer que es mestizo o que tiene ancestros originarios porque eso los hace sentirse inferior al resto. Y eso es natural, porque tú quieres parecerte a los grupos de poder".
Aguirre dice que nuestra valoración sigue apuntando a parecernos a los europeos, sobre todo a los anglosajones. La encuesta muestra algo de eso: frente a la afirmación "las personas con ojos claros son más atractivas que las de ojos oscuros", el 46,7% estuvo de acuerdo, mientras que el 31,8% adhiere a la idea de que las personas de pelo rubio son más atractivas que las de pelo oscuro.
Esta idea, dice Tijoux, está presente en nuestras propias familias con comentarios como: "Mira qué bonita esta niña, es blanquita", "a pesar de ser negrito lo quiero igual", "esta niña salió a la madre, qué lamentable que no salió al padre (o al revés)". "Es un bullying familiar muy cruel, porque los niños no lo olvidan jamás", asegura.
Más que el color
El color es un factor presente en cómo enfrentamos la inmigración haitiana, pero no es el único. "¿Qué pasaría si llegara a Chile Obama? ¿Lo discriminaríamos?", se pregunta Medardo Aguirre. Lo más probable es que si ese extranjero negro fuera un ejecutivo de Apple o el próximo número estelar de Lollapalooza sería cool y no objeto del rechazo y desdén que sí experimentan otras personas negras que son de países que se asocian con pobreza, explica Rodrigo Sandoval. Para él, si bien el racismo es un factor presente en la forma en que interpretamos la realidad haitiana, el factor que determina la disposición social hacia la migración de ese país es más propio de una actitud aporofóbica; es decir, el rechazo a los pobres.
Sandoval agrega que se ha ido instalando una asociación entre la migración haitiana y pobreza y falta de calificación que no tiene mucho sustento, porque más del 30% de las personas de nacionalidad haitiana que llegan a Chile declaran algún tipo de educación superior, la que no se corresponde con las labores que desarrollan en nuestro país. "La gente asocia la afrodescendencia con pobreza, pero están llegando a Chile personas con manejo de dos o tres idiomas, títulos y capacidades", explica el director del Servicio Jesuita Migrante, Pablo Valenzuela.
Un mito que se ha instalado en algunos sectores de la sociedad apunta a que los inmigrantes "quitarán" trabajo a la población del país. Según el estudio Chile 3D, el 38% de los chilenos está de acuerdo con esa afirmación. Osvaldo Torres, jefe de la unidad de estudios del INDH, explica que la mano de obra menos escolarizada se siente desprotegida frente a la competitividad que representan los migrantes que vienen con más años de educación. Además, por el crecimiento económico que ha tenido el país, hay trabajos que el chileno no está dispuesto a realizar por los bajos salarios o el tipo de labor, mientras el inmigrante puede aceptarlo por la necesidad de comer, "como el haitiano que ves en los reportajes de televisión, que salen a vender cosas en Estación Central desesperados porque necesitan un ingreso", dice. Al mismo tiempo, la barrera idiomática dificulta estas situaciones, lo que de repente los hace verse expuestos a situaciones de explotación laboral.
A Miguel Yaksic, ex director del Servicio Jesuita Migrante, le llama la atención que, pese a que los colombianos y venezolanos han llegado al país en mayor cantidad, el revuelo se lo llevan los que vienen de Haití. "Se notan más por el color de piel, porque no estamos acostumbrados a las personas negras en Chile", dice, pero agrega que esa excesiva curiosidad ha desgastado a los haitianos: "Están cansados de ser el foco de atención, de ser entendidos como pobres, de fundaciones paternalistas, de que los miren en menos o que los vean como si fueran más tontos".
Lo que a veces se escucha de la migración es que es una amenaza y nos pone en peligro, "pero ¿ante qué?, ¿ante hombres y mujeres que vienen a trabajar a Chile?", se pregunta María Emilia Tijoux. "Cuando la gente viene al país intenta sobrevivir, trabaja mucho más, respeta mucho más las leyes. ¿A eso le tenemos miedo?", insiste. Para ella, la fórmula para llevar este tema va de la mano de la educación: "Muchos cursos a los médicos, a los periodistas, a la PDI. Y mucha conciencia y educación en las casas". Adelanta que, además de trabajar ya en colegios y jardines infantiles, estará a la cabeza de una cátedra nueva en la Universidad de Chile llamada Racismo y migraciones contemporáneas. "¿Una ley como solución? Puede regular ciertas cosas o impedir los abusos, pero una ley no cambia la manera de pensar. Ese trabajo se da al interior de la sociedad".
Yaksic piensa en positivo. Dice que en el país hay mucha gente acogiendo a los migrantes y respetando su identidad, su historia y sus tradiciones en las escuelas y en los consultorios. Para José María Pino, ex director ejecutivo de Fundación Fré, que se encarga de enseñar español a personas haitianas, vamos a seguir dándole importancia al tema de la raza negra hasta que un haitiano-chileno gane alguna medalla con la camiseta de Chile. "Ahí se nos va a olvidar y vamos a ir todos a celebrar en Plaza Italia".
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