Gabriela Urrejola: "Una vela me quemó el 35% del cuerpo en mi acto final de segundo básico"
"En el escenario, estaba disfrazada de ovejita. Empecé a sentir como fuegos artificiales detrás mío; no estoy segura cómo supe que era yo la que se estaba quemando. Recuerdo los gritos y apoderados tratando de apagarme".
Los recuerdos de ese día aún los tengo vivos. Viéndolos ahora, me doy cuenta que hubo señales de que algo malo podía pasar ese día. Era el 10 de diciembre de 1985, día del acto final de mi segundo básico.
Esa mañana, jugando con una vecina, metí los dedos en un enchufe y me dio la corriente. Estuve un rato acostada porque me había dolido mucho. Además, vivíamos al lado del cerro Calán, que ese día justo se comenzó a incendiar.
Para mi obra de fin de año, mi mamá me había armado un disfraz con un gorro, unas panties y una camiseta blanca con algodones pegados por todas partes. Recuerdo que pensé que sería lindo ser una ovejita.
En un momento de la obra teníamos que cantar y sujetar unas velas con llamas de papel pegadas, pero justo al apoderado que tenía que llevarlas se le quedaron y tuvieron que encenderlas de verdad. Comenzó el acto y en el escenario yo estaba en la primera fila; y de repente empecé a sentir como fuegos artificiales detrás de mí. No estoy segura de cómo supe que era yo la que se estaba quemando, pero sí me acuerdo de la cara de alerta de la gente que nos miraba desde abajo. Recuerdo muchos brazos moviéndose y sentir el calor del fuego que me envolvía. Mi disfraz de ovejita se había prendido con la vela de un compañero que estaba atrás mío y me estaba quemando.
Podía escuchar el sonido de algo quemándose y sólo pude pensar en llegar a los regadores cerca del escenario. Mientras corría, podía ver a mi mamá entre el tumulto. Los apoderados se sacaron de todo para intentar apagarme. Recuerdo los gritos y que me tiraron al suelo. El papá de un compañero intentó apagar el fuego y se quemó los brazos. Cuando lo lograron me subieron a un auto. Por suerte, uno de los presentes era sobrino del ministro de Salud y nos dijo que fuéramos a la Clínica Alemana que quedaba cerca y que iba a gestionar que me atendieran. En esa época las clínicas no atendían a personas quemadas.
Yo iba sentada en el asiento del copiloto y mi mamá iba atrás junto a este señor. Les pregunté si me iba a morir, él me agarró la mano y dijo que no. Mi mamá lloraba desconsolada. Mi papá estaba trabajando fuera de Santiago y no había cómo llamarlo.
Me quemé el 35% del cuerpo. Por todo el shock de mi accidente, además se me cayó el pelo. Estuve un mes en la UTI, los primeros diez días en riesgo vital con los brazos, el pecho y la cara quemados. Me tuvieron que aislar porque el riesgo de infección era muy alto. Mis hermanos no podían entrar y se paraban abajo de mi ventana para que los pudiera ver. Tenía una Virgen de los Milagros de fierro acompañándome en la pieza. Recuerdo el dolor de las raspaduras que me hacían para que se cicatrizaran las heridas y cada dos días me bañaban con esponjas duras.
Me dieron de alta el 10 de enero y comencé un proceso super largo de rehabilitación que duró hasta tercero medio. Iba a Coaniquem cada tres días, tenía que ponerme compresas, hacerme masajes, debí someterme a operaciones. Volver a clases fue duro: hasta sexto básico tuve que faltar mucho y se me disparó un déficit atencional grande. Mi mamá tomó la decisión de que repitiera sexto.
La autoestima fue un tema difícil hasta los 17 años. Los niños me molestaban y tuve que aprender a plantarme frente a eso. Todas mis amigas pololeaban y yo no, lo cual me obligó a desarrollar más mi personalidad y mundo interior. También mi primer pololo me ayudó con este tema. Después de eso despegué y comencé a escribir más, a leer, a hacer chistes.
Entré a estudiar Periodismo y siempre me dijeron que tenía que ser elocuente y clara para que mis cicatrices no distrajeran a la gente. Con el sueldo de mi práctica en Paula me pagué un sicoanalista y pude reconciliarme con lo que me pasó: pude verlo como un accidente y no como una crueldad hacia mí. Después entré a Via X y José Miguel Villouta me animó a crear Cabra chica gritona, una serie basada en mis vivencias y en lo que me hubiese gustado vivir a esa edad. Fue un proceso de sanación porque logré reconstruir la infancia que me hubiera gustado tener.
"La autoestima fue un tema difícil hasta los 17 años. Los niños me molestaban y tuve que aprender a plantarme frente a eso. Todas mis amigas pololeaban y yo no, lo cual me obligó a desarrollar más mi personalidad y mundo interior."
Mi marido ha sido super importante porque siempre está ahí cuando caigo. Me desenvuelvo bien y estoy sana, pero de repente me viene el dolor; no lo puedes evitar. Siempre siento que va a ser un tema para el resto. Cuando voy a una entrevista de trabajo, conozco a alguien o llega el momento de sacarme la chaqueta, respiro profundo porque sé que se viene esa pregunta o mirada.
Alentada por mi marido, comencé a escribir un libro que no es autobiográfico, pero sí es sobre una mujer que tiene un accidente y va a tener un cierre con quien lo causó. Es una forma de cerrar mi propia historia. A mi compañero que me quemó, sus papás lo cambiaron de colegio de inmediato y desaparecieron sin decir nada. Me lo encontré un verano en la playa cuando era chica y reconoció a todas mis amigas, pero dijo que a mí no me conocía. No lo he vuelto a ver y no me interesa verlo porque sería reabrir una herida que ya estoy cerrando.
Por mucho tiempo me cargó ser la causante de tanto dolor en mi familia por mi accidente. Pero ya adulta, ese dolor se transforma en experiencia: te das cuenta que puedes parar y que todo puede pasar.
Envíanos tus historias a cosasdelavida@latercera.com.
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