La plaza Baquedano no aguanta más
¿Es posible seguir pensando un espacio público prácticamente igual a como fue diseñado en 1875, cuando hoy tiene este nivel de ocupación en las manifestaciones?
Estoy sentado viendo el ensayo de la Orquesta Sinfónica Nacional en el teatro de la Universidad de Chile. De pronto, una de las integrantes del coro sinfónico de esa casa de estudios se tapa la boca y la nariz con un pañuelo. Luego, otra de las cantantes hace lo mismo. De pronto son decenas los hombres y mujeres con evidente malestar físico. El director de orquesta decide suspender el ensayo, pues los gases lacrimógenos se hacen insoportables. Unos cien músicos, entre instrumentistas y coro, salen al foyer para ver qué sucede. Afuera del teatro, que está justo frente a la plaza Baquedano, son cientos los manifestantes que batallan con la policía. Los gritos con el apellido Catrillanca no cesan. Es tanta la masa humana, que las cortinas de fierro que protegen los vidrios del teatro se doblan y se hace imposible volver a levantarlas. Estamos atrapados. Los ojos molestan y lo que se ve afuera del teatro recuerda las protestas en tiempos de dictadura, especialmente por el nivel de rabia de la multitud y la impresionante cantidad de gas lacrimógeno que ha quedado como resultado de la acción policial.
Logro salir del teatro por la única pequeña reja que no se dobló completamente. El aire está tan viciado por el gas que mi nariz y mis ojos empiezan a sufrir de manera angustiante. La multitud se ha dispersado, pero es sólo una pausa antes del próximo enfrentamiento. Me encamino hacia el centro cultural Gabriela Mistral, donde tuve la pésima idea de dejar estacionado mi auto. Me demoro más de una hora en avanzar un par de cuadras. Cuando paso por la esquina de Pío Nono con el Parque Forestal, veo bicicletas ardiendo, trozos de vereda usados como proyectiles, cientos de personas arrancando, una gran nube de humo que proviene de otro foco de protesta. El déjà vu ochentero es cada vez mayor.
Ok. Basta de vivencias y vamos al planteamiento urbano.
Hay una situación que se repite cada vez que logramos un triunfo deportivo o que salimos a protestar: el espacio que rodea a la plaza Baquedano es el lugar escogido por excelencia. No tiene rival geográfico. Es allí donde nos desahogamos, donde muchas veces destruimos lo que esté a nuestro alcance como forma de queja. No quiero entrar en el análisis sociológico. Me interesa, en esta ocasión, lo que enfrenta la ciudad en cada una de estas circunstancias. Lo que le sucede a residentes, comerciantes, transeúntes, usuarios del transporte público y conductores de vehículos particulares cuando esta zona se transforma en espacio de combate. Lo planteo porque estoy convencido de que la forma en que está pensado este trozo de Santiago ya no aguanta más. Y, extrañamente, a pesar de que tenemos un proyecto arquitectónico para rediseñar todo el eje Alameda Providencia, que ganó la oficina Lyon Bosch (ver www.NuevaAlamedaProvidencia.cl) y que busca modernizar los espacios públicos, con accesos amplios y seguros, además de destacar el patrimonio a lo largo de los 12 km del principal eje de nuestra capital, este proyecto está absolutamente congelado desde que tuvimos el cambio de intendencia. Es un tremendo esfuerzo que ha quedado en el aire, suspendido, atrapado en las garras de la rivalidad política.
En el proyecto ganador, la oficina de arquitectura plantea un cambio radical en la forma de entender la plaza Baquedano y sus alrededores.
Muchas personas reclamaron cuando se presentaron las láminas que mostraban una primera idea de cómo quedaría el sector: no gustó el hecho de que el espacio se transformara en una gran explanada, con menos vegetación que en la actualidad. Sabemos que para los chilenos el pasto, el jardín verde, es sinónimo de prosperidad. Pero ¿es posible seguir pensando un espacio público prácticamente igual a como fue diseñado en 1875, cuando hoy tiene este nivel de ocupación en las manifestaciones?
Leo un tweet de la compañía de bicicletas públicas, Mobike, que pide a sus usuarios no dejar de aquí en adelante las bicicletas estacionadas en las inmediaciones de plaza Baquedano.
Es un signo de los tiempos. Todo lo que esté cerca de la plaza Baquedano, que se pueda mover, romper o quemar, terminará destruido. El descontento social, la agresividad para manifestarnos que se observa en nuestro país y en muchas partes del mundo es una tendencia que, aparentemente, sólo puede profundizarse. Hay que repensar los espacios estratégicos. La plaza Baquedano no aguanta más.
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