Rafael, el sobreviviente
En 2010 se publicó un reportaje sobre dos adultos y un niño que el año anterior habían sido salvados por los órganos del mismo donante. Hoy la historia es otra: sólo sobrevive el niño, que ya es un adolescente y que necesitó un segundo trasplante para seguir adelante.
Esta historia parte con 72 horas. Eso demoró en echarse a andar, en julio de 2009, el alambicado proceso de donación que salvaría la vida de tres pacientes. Recién se había producido la muerte cerebral de un hombre cuya familia aceptó entregar sus órganos para ayudar a otros. No había tiempo que perder.
Los tres receptores estaban repartidos por Chile. El abogado Carlos Pardo (70, en ese entonces) vivía en Santiago, y recibió un trasplante de hígado en la Clínica Alemana. En esa misma clínica se operó al ingeniero Iván Vladilo (60, a esa fecha), quien residía en Antofagasta y recibió un riñón. Rafael Suárez, que tenía 9 años y era de La Calera, recibió otro riñón y fue intervenido en el Hospital Exequiel González Cortés.
Había felicidad y optimismo. El paso del tiempo, sin embargo, se encargaría de aminorar tanta alegría.
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"Saber que teníamos un donante fue una emoción tan grande que no pude contener las lágrimas. Mi esposo estaba feliz, emocionado y nervioso a la vez". Así recuerda Evelyn Goicovic, mujer de Iván Vladilo, el día de 2009 en que les avisaron que había un donante para su marido. Fue una absoluta sorpresa: sólo habían pasado siete meses de la primera diálisis de Vladilo y nadie esperaba que apareciera un riñón tan rápido.
Evelyn cuenta que después de la operación su marido tuvo cuatro años sin problemas. Ni siquiera hubo necesidad de dializarse. Pero luego se le detectó un cáncer a la piel, que hizo metástasis. Falleció el 16 de mayo pasado, debido a un shock séptico. "Él siempre enfrentó su enfermedad con mucho optimismo y extrema fortaleza. A pesar de la gravedad, hizo su vida normal hasta sus últimos días. Fue un verdadero guerrero", recuerda su viuda.
Seis años antes, había fallecido otro de los trasplantados con el mismo donante de Vladilo. En 2012, a causa del mismo cáncer al hígado que lo llevó a un trasplante, había muerto el abogado Carlos Pardo.
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Una de las personas que participó de estos trasplantes en 2009 fue Monserrat Rius, primera coordinadora de la Unidad de Trasplantes de la Clínica Alemana. Cuenta que intervenciones de este tipo, en que una misma persona entrega sus órganos a varios pacientes, conocidas como donaciones multiorgánicas, son comunes. "La donación multiorgánica es alta, la mayoría de los donantes donan más de dos o tres órganos", explica. Y entrega cifras: el año pasado se hicieron 457 trasplantes en el país y hubo 173 donantes, lo que da un promedio de 2,6 órganos por donante.
Como es habitual en estos casos, los trasplantados y sus familias trataron de agradecer a la familia del donante. Carlos Pardo envió una carta sin firmar que la Corporación del Trasplante haría llegar a los familiares, mientras que Rafael Suárez, el padre del niño de La Calera, recuerda que su señora, Elizabeth, intentó averiguar quién era la persona que había salvado a su hijo, pero en el hospital le dijeron que era imposible.
"Está prohibido por ley que se relacionen donantes con receptores; la donación tiene que ser anónima", explica Rius, quien de todas formas aclara que cuando hay mucha insistencia se han dado casos en que se hace el contacto, aunque los centros médicos lo evitan.
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Después de que fue trasplantado de un riñón, Rafael Suárez viajaba de La Calera a Santiago para controlarse en el Hospital Ezequiel González Cortés. Pero un día empezaron a aparecer alterados sus exámenes. "Ahí los doctores me dijeron que podía tener un rechazo", recuerda su padre. En 2010 se confirmó lo que los médicos temían: el riñón trasplantado ya no servía.
"Se nos vino el mundo abajo. Cuando le contaron a Rafael estuvo muy bajoneado, no quería volver a la diálisis día por medio en el hospital", cuenta Suárez padre. Entonces apareció otra solución: que él le donara un riñón a su hijo, lo cual se hizo ese mismo año. La decisión, dice el padre, no fue difícil de tomar: "Nunca pensé cosas negativas. Me entregué nomás, era la última carta que tenía, sino lo dejaban en diálisis y él me decía 'papá no quiero volver a eso'".
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"Ahora estoy bien. Sigo controlándome en el Exequiel González Cortés; éste debería ser el último año", dice hoy Rafael Suárez. El joven, ya de 18 años, aún viaja una vez al mes al hospital para hacerse un examen de creatinina en la sangre, el cual mide el funcionamiento del riñón. Los resultados han sido buenos, al igual que los exámenes de colesterol, calcio y fósforo.
"Antes lo cuidábamos como un niño de cristal, teníamos miedo de que se infectara. No podía hacer nada. En cambio hoy sale, se divierte, juega a la pelota. Para nosotros ha sido un cambio al 100%", dice su padre sobre su hijo Rafael, quien estudia en un colegio de educación diferenciada en un nivel básico producto de las secuelas que le dejó una parálisis a los seis años.
Los padres cuentan que hoy como familia pueden hacer cosas que antes no podían, como salir a comer, a acampar o quedarse un fin de semana en la playa. "No sé cómo será el futuro de mi hijo, pero últimamente hemos disfrutado más la vida con él. Antes vivíamos en el hospital", cuenta su mamá, Elizabeth.
El padre, tajante, agrega:
-Mi hijo, al final, es un sobreviviente.
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Para Montserrat Rius, el desenlace de esta historia es extraño. "No es lo normal que estos pacientes hayan fallecido ni que este niño haya perdido el riñón", dice. Lo justifica con números. En el caso del trasplante de hígado, la sobrevida de los pacientes a los 10 años ronda el 65%. Y en el renal, la mortandad es bajísima: a la década, el 60% de los pacientes pierde la función del riñón y vuelve a diálisis u opta a un segundo trasplante, pero no mueren. En la última década, dice Rius, se han hecho 150 trasplantes renales en la Clínica Alemana y sólo cuatro pacientes han fallecido.
Mirando el caso de Carlos, Iván y Rafael, Rius concluye:
-Este desenlace es la coincidencia más mala que podría haber pasado.
Para ver el pdf del artículo original pinche aquí; y para leerlo, acá.
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