Sebastián Rodríguez (32): “Me apuñalaron 16 veces”
“Lo único que recuerdo son imágenes, sus caras. Eran chicos, algunos de mi edad, otros incluso menores que yo. Estaban en otra. No podía hablar y lo único que pensaba era ‘así se siente que te saquen la cresta’”.
En 2005 tenía 17 años y entré a estudiar Ingeniería en la Universidad Federico Santa María de Valparaíso. Comencé a conocer un mundo nuevo; salí harto e iba a fiestas mechonas. Estábamos en vacaciones de invierno y un día un excompañero de colegio que vivía en Playa Ancha me invitó a su casa. Ahí me dice que iba a hacer una fiesta en la noche y yo le respondí: “Ya, bacán, me quedo”. Empezó el carrete y tipo dos de la mañana, una niña con la que estaba hablando me comenta que se iba a ir sola para su casa. Yo no tenía idea dónde vivía, pero la acompañé.
Conocía muy poco ese cerro, pero en algún momento llegamos a una botillería que estaba cerca de su casa. De pronto aparecieron dos hombres que trataron de asaltarnos. Les entregué mis cosas, pero a mi amiga la botaron para intentar quitarle la cartera y la defendí. Me golpearon, pero al final se fueron y desaparecieron. No nos hicieron nada grave.
Nos fuimos a la casa de ella, la dejé ahí y me devolví donde mi amigo. En una esquina vi un grupo de unos diez tipos y escuché unos piedrazos. Asustado por lo que había pasado antes, sólo atiné a correr hacia abajo. No tenía mucha noción de dónde estaba, así que corrí nomás. Llegué a una calle y me fui por ahí con la intención de despistarlos, pero al llegar al final me di cuenta de que era sin salida. No me quedó de otra y me devolví.
Al regresar aparecieron de nuevo y terminé forcejeando con ellos. Traté de zafarme y me solté por unos segundos, pero ya estaba sangrando. Probablemente ya tenía una puñalada y no me di cuenta. Me agarraron entre todos, por lo que me puse en posición fetal. Recibí golpes, muchos. Dentro de lo que podía ver, noté que todos tenían cuchillos.
Lo único que recuerdo son imágenes, sus caras. Eran chicos, algunos de mi edad, otros incluso menores que yo. Estaban en otra. No podía hablar, lo único que pensaba era “así se siente que te saquen la cresta”. Me faltaba el aire, hasta que uno de ellos me tomó, otro se puso de frente y me apuñalaron en el pecho. Me desmayé.
Abrí los ojos y vi la baliza de la ambulancia. Los cerré, desperté y ya estaba en el hospital. Lo primero que se me vino a la mente fue “me morí”. De a poco empecé a escuchar a un señor al lado mío quejándose, otro gritando. Comencé a balbucear y la enfermera, emocionada y agarrándose la cabeza, me dice “¡despertaste!, ¿recuerdas algo?”. Yo no entendía nada. Me contó que me asaltaron y que llevaba dos días en coma.
Me sacaron de ahí y me llevaron a otra sala donde estuve como una semana y media. De a poco empecé a levantarme los parches. La primera noche fue la peor, horrible. El dolor era insoportable y no podía moverme. La persona que estaba al lado ni durmió por mis gritos.
Después de unos días me levantaron para que me moviera y cuando me paré sentí como si mi cuerpo fuera una máquina y todo comenzara a funcionar. Al intentar caminar, pensaba que se me iba a salir el estómago por la cantidad de puntos que tenía. Fueron diez puñaladas en esa zona, tres en la pierna derecha y tres en el brazo izquierdo. Casi pierdo la movilidad de esa extremidad porque el corte pasó a llevar un nervio.
La universidad fue super buena en ese sentido; me preguntaron si quería seguir yendo a clases o no. Yo sí quería, pues era mi primer año y no quería perderlo. Con la ayuda de un amigo que me visitaba, dejaba la materia y me ayudaba a estudiar, logré pasar todos mis ramos. Fue duro, porque yo estaba en mi casa mientras todos mis compañeros se iban conociendo entre sí.
En cuanto a mi familia, ellos fueron los que más sufrieron porque sentían que me perdían. Estuve super mal mental y físicamente, en el suelo. Sin ellos no podría haber continuado estudiando, no podría haber seguido con los tratamientos. Mis viejos, mis hermanos, mis amigos me apoyaron bastante y siempre voy a estar agradecido.
Hay muchas formas en que pude haber quedado mal o con secuelas en los distintos órganos que me dañaron. Al principio no se me permitía comer todas las cosas ricas que a uno le gustan y eliminé el alcohol durante dos años. También estuvo la posibilidad de que perdiera la movilidad del brazo izquierdo; al ser zurdo me frustré harto. El doctor me había dicho que me acostumbrara a usar la mano derecha, pero fui bien mateo con el kinesiólogo y ahora está como si nada.
La suerte también estuvo de mi lado. Mi amiga llamó a la casa de mi amigo para saber si había llegado. Al darse cuenta de que no, salieron a buscarme y me encontraron lleno de sangre. Por fortuna, llamaron a la ambulancia y justo había una en el sector. Según lo que me contaron, se demoraron tres minutos en llegar al hospital. Eso igual me salvó.
A raíz de esto mi vida cambió y la valoro más, la veo de otra forma. Disfruto cada segundo, cada persona, sea buena o mala, porque podría haber muerto esa noche y no habría vivido nada de lo que me ha pasado desde ese momento. Al principio, era complicado ver mis cicatrices porque iba a la playa y me costaba mostrar mi cuerpo a las demás personas. También pensaba “este no soy yo”. Después empecé a aceptarme. Así soy y aprendí a vivir con eso.
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