una vista desde el skorpios II, saliendo desde el terminal cercano a puerto montt.
una vista desde el skorpios II, saliendo desde el terminal cercano a puerto montt.

Un viaje vintage

En septiembre, la empresa Skorpios cumple 40 años desde la salida del primero de sus barcos, el que inauguró un tipo de turismo austral muy visionario en su época. Hoy, parte de su encanto es que nada parece haber cambiado tanto.


Con los años, los chilenos nos hemos ido enamorando del sur. Los paisajes verdes del fin del mundo con sus volcanes, lagos, bosques nativos y glaciares nos tienen con la boca abierta y devuelven todos los veranos a una multitud que llega suspirando y promete volver. La inversión en carreteras, los autos grandes y con más motor, la aparición de lodges y hoteles en lugares impensados, la construcción de nuevos aeropuertos y el desarrollo de la ropa técnica son todas cosas que permiten llegar hoy cómodamente a zonas hasta hace poco inaccesibles.

Antes, en cambio, internarse por ejemplo en la Patagonia exigía más esfuerzo. En los 70, un armador chilote descendiente de griegos se fijó en algunos barquitos en los muelles de Puerto Montt cargando camionadas de pasto junto con sus mercancías. Curioso, Constantino Kochifas -así se llamaba- fue a preguntar cuál era el objetivo y le explicaron que lo tiraban en las bodegas de la embarcación como colchón para que algunos viajeros que iban a conocer la mítica laguna San Rafael se tendieran ahí con sus sacos de dormir. Kochifas no podía creer que viajaran así, sucios, con frío y poca comida, pero ante el interés creciente que mostraban esos turistas, en 1976 él mismo empezó a llevarlos y quiso ofrecerles un poco más de comodidades. Su barco Mimí -en honor a su señora, Noemí Coñuecar-, además de trasladar ostras, erizos, choros y picorocos por los canales del sur, empezó a llevar a algunos de esos aventureros, casi siempre extranjeros. A veces eran tres, otras 12. Junto a ellos también se embarcaba la Mimí original, excelente cocinera, quien lograba darle un ambiente familiar a la navegación. Los viajes no solo comenzaron a ser rentables, sino que entretenidos, y despertaron el hambre de un proyecto más ambicioso: la construcción de un gran barco turístico, que tuviera buena comida, fiestas, bar abierto y piezas cómodas para llegar hasta el glaciar San Rafael y recorrer los canales de Aysén.

Lo que a fines de los 70 Kochifas veía como una oportunidad de negocio, para el resto era simplemente un delirio. Las experiencias previas en la zona no habían sido muy alentadoras: en los años 40, el Estado levantó un hotel en la laguna San Rafael para 35 personas, que eran trasladadas desde Puerto Montt en el barco Trinidad, de la Empresa Marítima del Estado. De acuerdo al relato de Constantino Kochifas en sus memorias, sólo un pasajero se animó a quedarse en el hotel recóndito y nunca más nadie se hospedó ahí.

Kochifas, quien tras la muerte de su madre dejó el colegio a los 13 años para ayudar a su padre y hermanos, había logrado ir progresando en el negocio del cabotaje, pero nada sabía de cruceros o viajes de lujo. Sí de canales, mareas e islas, y se puso a construir un barco hecho a la medida de su sueño, de madera, reforzado con acero, cabinas con baño privado y calefacción. Lo bautizó Skorpios y el 23 de septiembre de 1978 zarpó con 36 pasajeros -la mitad de la capacidad-, a los que llevó sin contratiempos hacia la laguna San Rafael y devolvió felices en Puerto Montt.

Desde entonces, la historia se repite cada semana entre comienzos de octubre y fines de abril. Es verdad que ese primer barco fue jubilado en 2008 tras realizar sobre 600 viajes, pero su lugar lo ocupa hoy el Skorpios II, con más de 800 recorridos y capacidad para 106 pasajeros, a quienes lleva en cinco noches por la travesía original, desde Puerto Montt hasta la laguna San Rafael, hoy conocida como ruta Chonos. En 1995 se sumó a la flota el Skorpios III, para 90 pasajeros, a quienes traslada desde Puerto Natales a los glaciares de Campos de Hielo Sur, en la ruta Kawéskar.

La época de oro fue a fines de los 90, cuando las tres embarcaciones navegaban al mismo tiempo, con lleno total. Luego la demanda se estancó y la flota se sostuvo bien con dos barcos; sin embargo, tras el reciente auge de "la Patagonia" (que dicho sea de paso, para efectos turísticos comprende una zona cada vez más amplia y extendida del país), el interés ha crecido y Constantino Kochifas Coñuecar, el mayor de los seis hijos del fundador y gerente general de la empresa, no descarta sumar una nueva embarcación de mayor capacidad e inaugurar otra ruta.

No precisamente como un chono

Tennessee. Medellín. Viña. Santiago. Constitución. La Ligua. Argentina. Algarrobo. Uruguay. Santa Fe. Australia. El Skorpios II acaba de iniciar la ruta Chonos desde el terminal de Chinquihue, en Puerto Montt, y los pasajeros, dos o tres kilos más flacos de lo que se van a bajar seis días después, se van presentando uno a uno desde su respectiva mesa, la misma donde harán las cuatro comidas los siguientes días. La regla no escrita del comedor del barco dice que dónde una persona se sienta la primera vez se queda el resto del recorrido. El menú, cuenta el jefe de cocina, con el tiempo se ha ido adaptando a las mañas, intolerancias y alergias alimentarias hoy tan comunes, pero conserva una cosa casera, contundente y poco rebuscada. Mantenerse algo inmune a las modas cambiantes es quizás una de las principales características del Skorpios, que mantiene el tono familiar, casi cariñoso, de sus orígenes.

Las dos rutas Skorpios mueven al año a cerca de siete mil personas, el 65% extranjeros. En general, son adultos, en grupos, en familia o en pareja. Los niños son bien recibidos, aunque no es un barco ni una expedición diseñada para ellos, que pueden aburrirse en los tramos de navegación durante los cuales a los pasajeros se los puede ver muy bien atendidos en el bar, conversando o mirando desde la cubierta los paisajes del trayecto que pasa por Chiloé y sigue al sur por el temible Golfo de Corcovado, el cual el capitán Óscar Aguilera, con años de experiencia, cruza a medianoche para evitarles a los pasajeros los vaivenes y mareos si hay aguas tormentosas. Así se avanza a las islas Guaitecas y el archipiélago de Chonos, un laberinto de canales y más de mil islas verdes, cubiertas de nubes y bosque nativo.

Cada día del itinerario tiene su propio afán y parada, en Quemchi, en Puerto Aguirre o Quitralco, paseos en barco o caminatas suaves, aptas para todo tipo de condición física. El resto del tiempo gira en torno al descanso, las comidas y el bar, a cargo de Juanito, que lleva décadas ahí. Él es uno de los tripulantes que ayudan a mantener el espíritu del fundador de la empresa, quien murió a los 79 años en 2010, precisamente en uno de sus barcos. Su viuda, la legendaria señora Mimí, sigue dando instrucciones arriba del Skorpios III, comandado por su hijo Luis Kochifas por los glaciares Amalia, El Brujo, Bernal y Alsina, junto a los fiordos Calvo y de las Montañas en Magallanes.

En la ruta de los Chonos, el barman es protagonista de uno de los momentos icónicos del Skorpios II: el clásico whisky con un trozo de glaciar milenario que se sirve sobre las dos embarcaciones de techo de zinc en las que los pasajeros recorren la laguna San Rafael y se acercan lo más posible al imponente río de 15 kilómetros de nieve, esquivando los témpanos que flotan en el agua y suenan como si uno estuviera adentro de una hielera. La llegada a ese lugar, la mañana del tercer día de navegación, es lo más esperado del recorrido y cada minuto vale la pena. Ninguna foto le hace justicia al paisaje y su glaciar. Pese a que producto del calentamiento global en el último siglo éste ha perdido cerca de un 10 por ciento de su superficie, sus muros de dos kilómetros y 70 metros de altura, que se hunden 230 metros bajo el agua de la laguna, son imponentes y difíciles de olvidar.

Lo deseable es llegar ahí con cielo gris y tapado, para apreciar los distintos tonos azulados del glaciar y los icebergs, que a pleno sol se ven sencillamente blancos.

Desde ahí el Skorpios empieza su viaje de vuelta hacia el norte, pero esa noche recala en el fiordo Quitralco, hito que causa gran ilusión, sobre todo entre los pasajeros de Chile, país de bañistas de agua caliente, por las piscinas termales que los Kochifas construyeron en esas tierras rodeadas de bosques y cercanas al volcán Hudson. Al día siguiente, tras los piqueros, los pasajeros disfrutan de un asado de cordero al palo y pisco sour.

La última noche se cierra el viaje con una fiesta con baile y brindis de agradecidos pasajeros, que la mañana siguiente llegan al terminal cerca de Puerto Montt con la misma sensación de haber estado en un lugar único e intocado que experimentaron hace 40 años los primeros tripulantes del Skorpios.

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