La poseída: Santiago satánico




Una de las cosas atractivas que tiene La poseída, la nueva teleserie nocturna de TVN, es cierta voluntad de transgresión que se extrañaba en el medio local. En los tres capítulos que se han exhibido hay profanaciones de tumbas, muertes de sacerdotes, pentagramas satánicos, médiums, imágenes de masacres de la Guerra del Salitre y hordas de perros asesinos que devoran ciudadanos en las calles del Santiago de principios del siglo pasado. Entremedio, está el triángulo central del culebrón que es amoroso, pero también metafísico: el de una muchacha cuyo cuerpo es invadido por el diablo (Luciana Echeverría) y que se debate entre el cura que la va a exorcizar (Marcelo Alonso) y el médico que busca una explicación psiquiátrica para sus males (Jorge Arecheta).

Escrita por Josefina Fernández y con la producción ejecutiva de Rodrigo Sepúlveda, la teleserie irradia un aura extrañamente familiar. En tanto relato histórico es posible ver sus referencias como un mapa de nuestra cultura pop y literaria. Está ahí la inspiración directa de La endemoniada de Santiago de Patricio Jara, pero también las sombras del viejo Edwards Bello y El roto, haciendo que el horror se cruce con la novela chilena canónica para buscar señas de identidad posible. Así, a lo Penny dreadful, la teleserie es un cruce entre Stephen King y Luis Orrego Luco: mientras la escenas del internado de monjas donde vive la protagonista reproducen cierta violencia que rememora a Carrie, las fiestas de Eleodoro Mackenna (Francisco Melo) indagan la superficie banal de la vida de la aristocracia local de un modo en que es imposible no remitirse a Casa grande. Pero lo anterior, que bien podría fracasar en un mix más o menos imposible, tiene en el relato un orden y coherencia funcionales. Esto quizás depende del tono que el culebrón consigue en términos de tempo narrativo: para ser una telenovela de horror satánico por momentos el relato parece pausado y quizás lento, como si quisiese evitar a toda costa los recursos fáciles del género. Basta pensar en las escenas de intimidad entre Echeverría y Arecheta, que explotan esa pausada tensión que las telenovelas turcas convirtieron en un modo de filmar las relaciones románticas de sus personajes.

Por todo lo anterior, vale la pena el show. La poseída es una criatura extraña y quizás excéntrica cuyo mejor atributo es construir sus propias reglas, su propio modo de explotar la violencia y el sexo en la medida de usarlos como excusas para tratar de detallar cómo funcionan los cuerpos y cuáles son las relaciones de poder que se entablan entre los ciudadanos. Por lo mismo, es una lástima ver cómo el canal la programó: después de tres domingos en el prime (y de una repetición de esos capítulos), recién la semana que viene comienza a exhibirse de modo continuo. Aquel régimen resulta confuso para los espectadores que la seguimos desde el primer día, porque posterga cualquier posibilidad de fidelizar dicho relato. Telenovela de nicho, parece atrapada en una agenda confusa y no es difícil darse cuenta de que se trata de un producto de calidad que debería haber tenido una mejor suerte.

Lo anterior es un síntoma de  cómo TVN está funcionando en el horario nocturno en este año. Lo que le pasa a La poseída es lo mismo que sucedió con Dueños del paraíso (que era buenísima) y con Zamudio (que era eficaz como una patada en la cara). Por supuesto, es una lástima porque lo mejor de la nueva nocturna del canal público es justamente el modo en que se apropia de un sinfín de tradiciones para proponerlas como un relato posible de la república. Así, entre medio de las escenas de posesión diabólica y las calles vacías de un Santiago triste, la teleserie se pregunta cómo funcionan los cuerpos pero también cómo estos pueden convertirse en algo más, quizás en espejos de la sociedad, quizás parecida a la nuestra. Hay algo extrañamente lúcido en aquello, como si la televisión fuese un lugar donde existe una libertad inusitada para tomar los pedazos de la identidad para sacudirlos desde la ficción, preguntándose cómo funcionan y qué significan para nosotros, los espectadores.

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